– Estoy matando a personas, abuela. Los estoy matando. Nunca quise que pasara esto. Yo…
– Adam, mira. Mira. -Es Sarah. Su voz me hace parar en seco-. Mira quién sale ahora.
La pantalla ha pasado de King’s Cross al primer ministro.
– Oh, Dios mío, él no -refunfuña la abuela.
– Chis…
– Actuó como un maldito inútil la primera vez. Dios sabe porqué le volvieron a votar, es un pedante y un imbécil.
– Abuela, cállate. Quiero escuchar lo que dice.
Me siento en el brazo del sofá donde está Sarah.
– Gente de Gran Bretaña, tengo por costumbre hablar con vosotros por Año Nuevo para reflexionar sobre los últimos doce meses y trazar proyectos para el año que viene. Hablo con vosotros ahora, un poco antes de lo acostumbrado, para hacer un llamamiento a la calma. -Tiene el rostro colorado y su calva reluce bajo los focos de la televisión-. Sé que habréis oído el rumor de que Londres se encuentra ante una crisis, pero quiero aseguraros que no es así.
– Mira sus manos: no puede mantenerlas quietas. Está mintiendo.
– Cállate, abuela.
– Se trata de un rumor pernicioso promovido por gente que desea sembrar el terror en toda nuestra nación. No tendrán éxito, y os puedo asegurar que encontraremos a los responsables y que sobre ellos caerá todo el peso de la justicia británica. Contamos con los sistemas de vigilancia más avanzados del mundo y los servicios de inteligencia más sofisticados. Para vuestra tranquilidad, he elevado el nivel de seguridad del país a rojo, lo que significa que en la actualidad todo el personal del Gobierno está plenamente comprometido en el mantenimiento de vuestra seguridad. Os insto a todos a que os dediquéis a vuestras ocupaciones cotidianas con calma. Londres es seguro. No tenéis que salir de la capital. Hoy estaré aquí, trabajando en Downing Street con normalidad, y mañana seguiré en el mismo lugar. Lo mejor que podéis hacer por vosotros mismos, por vuestras familias y por nuestro país es mantener la calma y continuar con vuestra vida con normalidad. Gracias.
El canal vuelve a conectar con el estudio desde donde se emiten las noticias. La abuela alarga la mano para coger el mando a distancia y baja el volumen.
– Según él, todo está bien, pero sospecho que tiene un maldito y enorme refugio bajo el número diez, ¿no? -dice.
– ¿Crees que alguien le escuchará?
– Ni idea. Alguien debe de haberle votado. Quizá ellos le escuchen.
Me siento agitado. Me invaden un millón de pensamientos.
– Ahora no sé si quiero que la gente se vaya o se quede -digo.
– Queremos que la gente se vaya, ¿no? Tú lo has visto. Tú y Sarah. Tú has visto lo que va a suceder. No estás loco. Tienes un don y la oportunidad de cambiar las cosas. De todos modos -se sorbe la nariz-, ahora ya no depende de ti, querido. Tú has puesto esto en marcha, pero ahora sigue su curso. Me parece que ya no está en tus manos.
Sarah se incorpora un poco.
– Van a encontrar a los responsables -cita las palabras del primer ministro-. Ésos somos nosotros, ¿no?
– Nosotros y Nelson.
– ¿Qué van a hacer? ¿Qué van a hacernos? -Sus preguntas quedan flotando en el aire cuando alguien aporrea la puerta. Sarah da un grito ahogado, la abuela blasfema y yo cierro los ojos. ¿Y ahora qué? ¿Y ahora, qué? Quiero que todo esto pase de una vez.
– ¡Abran! ¡Policía!
– Mierda, es mejor que abramos. ¿Adam? -dice la abuela-. Abre la puerta antes de que la echen abajo.
Voy arrastrando los pies, pongo la cadena y abro la puerta lo suficiente para ver quién hay fuera. En el patio delantero hay media docena de polis uniformados.
– ¿Adam Marsh? -pregunta el que está al frente.
– Sí -digo.
– Abra, por favor.
– ¿Qué desean?
– Abra, señor.
Empujo la puerta para quitar la cadena. Estoy a punto de abrir bien la puerta cuando la empujan contra mi cara y una mano me agarra la muñeca y me pone unas esposas alrededor.
– ¿Qué coño…?
– Adam Marsh, tengo una orden de detención contra usted por el asesinato de Junior Driscoll el seis de diciembre de 2026.
Sarah
Se lo llevan, así, sin más. Val se marcha con él y yo me quedo sola. Ya era bastante malo estar sin Mia cuando estábamos todos aquí, pero es diez veces peor estar sola. Me siento un rato, paralizada, luego me meto en la cocina y busco algo que ordenar, pero todo está limpio y en su sitio. Vacío el cenicero de Val en el cubo de la basura, lo lavo y lo seco con un poco de papel de cocina.
De vuelta al salón, la televisión sigue contando la misma historia. Pánico y paranoia en Londres, gente de un lado para otro, gente criticando al Gobierno, los permisos policiales cancelados, el ejército en estado de alerta. Ahora Adam ha pasado a ser una historia secundaria; todo se ha sobredimensionado, aunque sí que muestran secuencias suyas al ser detenido y mientras se lo llevan delante de Val vigilado por un ejército de gnomos silenciosos.
Dejo la tele encendida y subo las escaleras para entrar en la habitación de Adam. Me siento inútil. No sé dónde está Mia ni qué les está pasando ni a ella ni a Adam. Voy de un lado a otro de la habitación, rebotando contra las paredes y golpeándolas luego con los puños, gritando.
No sé cuánto tiempo llevo así. He perdido la noción del tiempo, la he perdido por completo. Da miedo dejarse ir, y ahora que he empezado, me parece que no puedo parar. En algún momento me levanto de la silla que está junto a la puerta y la tiro: el respaldo se rompe cuando golpea contra la pared. Sigo moviéndome, tropezando y gritando hasta que se me agota la adrenalina y por fin me doy cuenta de lo patético que es todo, de lo patética que soy.
Me dejo caer en el suelo cerca de la cama y me apoyo en la mesita de noche de Adam. Se me clava en la espalda, pero estoy demasiado cansada para moverme. Me duele la garganta por todo el ruido que he estado haciendo. ¿De qué sirve todo esto? ¿Qué más da lo que yo haga? Nada de todo esto me acerca ni un centímetro más a Mia. Ella está por ahí, en alguna parte, sin mí. ¿Me echará de menos? ¿Habrá notado que no estoy con ella?
Miro a mi alrededor buscando algo, cualquier cosa que me distraiga de la desgracia de ser yo misma en estos momentos. Es una habitación llena de cosas de chico: pósters, montones de ropa vieja, zapatillas de deporte tiradas por ahí. Hay algo en el suelo, debajo de la cama, un libro tal vez. Estoy pensando que será porno; eso es lo que los chicos esconden debajo de la cama, ¿no? Lo deslizo con la alfombra hacia mí y siento que un ligero escalofrío me recorre la columna vertebral. No se trata de un libro impreso o de una revista, sino de una libreta. Es la misma que vi que Adam llevaba el primer día en la escuela.
La cojo y la sostengo en la palma de la mano, quitándole el polvo y la pelusa de la tapa con la otra mano.
Sé que es suya.
Sé que es privada.
No debería mirarla.
Abro la tapa.
Su escritura es descuidada y corrida, y se inclina claramente hacia la derecha. La libreta lleva impresas las líneas horizontales, pero él ha trazado unas verticales en cada página para hacer columnas, y ha anotado nombres, fechas, descripciones y más fechas. Hay páginas y páginas de anotaciones.
Sólo recorro una con la mirada.
«Junior, 4/09/2026, en la escuela, violenta, una navaja, el olor de la sangre, sensación de malestar, 6/12/2026.»
Junior. Han detenido a Adam por él. Adam anotó su muerte en esta libreta el cuatro de septiembre, tres meses antes de que muriera.
Esto es dinamita. Sinceramente, no sé si Adam mató a ese chico o no, pero esto podría condenarlo.
Paso la página y doy un grito ahogado al leer el nombre de la columna de la izquierda.
«Sarah.»