Pero no quiero dejar de intentarlo. No quiero renunciar. Levanto la cabeza de vez en cuando, buscando a Sarah o a la abuela delante de mí. Ahora me estoy acercando al barrio de Sarah. Algunas de las casas parecen estar en buen estado y empiezo a permitirme creer que todo va a salir bien. Voy a llegar y las encontraré, a Sarah, a la abuela y a Mia, y tal vez estén discutiendo con los padres de Sarah, y quizá la abuela les esté diciendo cuatro verdades… y luego veo el humo, una columna negra que asciende formando una nube hacia el cielo azul.
Y recuerdo…
La pesadilla de Sarah.
Las llamas.
El calor.
El terror.
Me detengo un momento y levanto la mano por encima de la cara. Las llamas. El calor. He estado ahí antes y sé lo que se siente. Sudo a chorros a causa de la carrera, pero estoy frío como el hielo por dentro.
El humo se eleva y pienso: «Éste es el único lugar donde no debería estar. Debería darme la vuelta, alejarme y tal vez Mia se salvaría.» Pero es el cobarde que hay en mí el que habla. Tengo miedo del fuego. Tengo miedo a morir. Pero sé que debo hacerlo. Sarah lo ha visto, una visión de lo que va a pasar. Yo estoy ahí con ella, en su pesadilla. Está aterrorizada. Me odia. Le arrebato a Mia.
Pero no estoy aquí para hacerle daño a nadie, sino para salvar a Mia. Odio los números. Quiero cambiarlos. Quiero borrarlos, y si no puedo, moriré en el intento.
Sarah
Lo único que quiero, lo único que he querido desde que me la quitaron, es volver a ver a Mia. Para cogerla en mis brazos.
Cuando veo el humo que se eleva por encima de los tejados, ya sé que es mi casa, y vuelvo a estar sumida en mi pesadilla. Ha estado prolongándose en un bucle dentro de mi cabeza durante un año, mientras que fuera, en el mundo real, la vida me ha estado atormentando: «Aquí está tu hija, aquí está Adam, se acerca, se está haciendo realidad.» Ahora sé que éste es el momento en que ambas se funden, la fantasía y la realidad, el futuro y el presente. Pero, es retorcido e inesperado. Estoy aquí con Val. Adam no está. Pero, con o sin él, voy a tener que hacerlo. Voy a tener que entrar en mi pesadilla.
El estómago se me revuelve.
No sé si Mia está viva o muerta. «Siento» que está viva, pero tal vez sólo sea una ilusión. Ahora sé su número y he visto su sentencia de muerte.
Mientras Val y yo pedaleamos hacia la casa es como si estuviera fuera de todo esto, viendo una película… o en un sueño. Los músculos de las piernas se me tensan al pedalear. Mis manos, doloridas y ensangrentadas, sujetan el manillar, pero no siento el dolor. El aire está lleno del olor acre del humo: edificios en llamas, muebles calcinados, gente quemada. Los sonidos son los de la gente y el fuego, no hay tráfico, ni aviones, sólo el crepitar de las llamas, y los gritos y chillidos de las personas en peligro.
No tengo tiempo para pensar en volver a casa. No tengo tiempo para darme cuenta de que la calle está prácticamente igual, salvo dos árboles y un poste de luz que están cruzados en la calzada. Las puertas de la casa están abiertas.
Las vigas de madera del techo están en llamas, arrojando humo negro hacia el cielo, crepitando y estallando.
Dejo caer la bicicleta en la entrada y corro hacia la casa. Hay un gentío reunido allí. Me abro paso a empujones. En medio de todos están Marty y Luke, sentados en el suelo, entre un mar de piernas. Me zambullo junto a ellos en la grava.
En un primer momento, no parecen reconocerme. Por supuesto, desde que me fui me he afeitado la mayor parte de la cabeza, y además han pasado unos meses.
– Luke, Marty, soy yo, Sarah.
Dos pares de ojos buscan mi cara, y luego Marty se tambalea hacia delante y me echa los brazos al cuello, mientras que Luke se pone a llorar.
– ¿Dónde están mamá y papá? -pregunto.
– Allí.
– ¿Está ahí la niña?
Marty asiente con la cabeza.
– El bebé estaba con nosotros, pero no dejaba de llorar.
– ¿Dónde está? ¿Arriba? ¿Abajo?
Niega con la cabeza. Echo un vistazo a la casa. El dormitorio de la parte de delante se ha derrumbado sobre la habitación de debajo.
– ¿Estaban delante? ¿En la sala de estar?
Se encoge de hombros.
Alguien me da un toque en el hombro. Levanto la cabeza y veo a una mujer, la señora Dixon, que vive en la misma calle, dos puertas más abajo.
– ¿Sarah? -dice-. ¿Eres tú? -Me mira como si acabara de aterrizar procedente de otro planeta.
– Sí, soy yo. He vuelto.
– ¿Dónde has…? Tus padres… tus padres. -Cuando mira hacia la casa, se produce una explosión en el interior que revienta una ventana, el vidrio, el marco y todo.
– ¡Atrás! ¡Atrás todo el mundo!
– Señora Dixon -digo-, ¿puede llevar a los chicos a la calle por mí? Es demasiado peligroso que se queden aquí.
Ella frunce el ceño.
– Por supuesto, pero ¿adónde vas a ir…?
La fachada de la casa está ardiendo, por lo que esprinto hacia un lateral, protegiéndome la cara del calor mientras aprieto el paso. La cocina está en la parte de atrás. Mirando a través de la puerta, puedo ver a un hombre tumbado boca abajo en el suelo.
– Oh, Dios mío.
Es papá. Sé que es él.
– ¿Qué es esto? -Val está junto a mí.
– Nada. Hay alguien ahí. En el suelo.
– Oh, Dios santo.
– Val, regresa fuera. Vete a algún lugar seguro.
– No me voy a ninguna parte. Estoy aquí para ayudar.
No tengo tiempo para discutir con ella. Tiro de la manija de la puerta de la cocina pero está cerrada. Cojo una maceta y rompo con ella el cristal. Entonces alcanzo la llave del otro lado, la giro y ya estoy dentro.
Papá está tumbado boca abajo, inmóvil. Me agacho y le toco el cuello: está frío. Presiono, tratando de encontrarle el pulso, pero no noto nada. Está muerto. La cocina está hecha un desastre, pero no hay nada que muestre que ha sido golpeado por algo. Parece que se ha caído allí donde estaba.
Incluso muerto, le tengo miedo. Estoy esperando que de repente abra los ojos, me coja la mano o grite.
«Basta, Sarah, basta ya. Déjalo. Ya no está. ¿Dónde está Mia?»
Val está de pie detrás de mí.
– ¿Él es…?
– Sí -le digo.
Camino hacia la sala y grito:
– ¿Hola? ¿Hola? ¿Hay alguien aquí? -La sala está bloqueada por los escombros del derrumbe. No hay manera de pasar, no se puede subir al piso de arriba.
Ahueco las manos y lo intento de nuevo:
– ¿Hola?
No hay respuesta, excepto el crujido de las maderas sobre nuestras cabezas, y el goteo constante de escombros y cenizas delante de nosotras. También hace calor, que procede de arriba.
Y entonces lo oigo. Me quedo absolutamente quieta y escucho. Es un sonido que conozco muy bien, forma parte de mí. Val está detrás de mí en el pasillo. Ella también grita. Me vuelvo y le pongo una mano en el brazo.
– Chist. Escucha.
– Es demasiado peligroso, Sarah. Deberíamos salir de aquí.
– ¿Puedes oírla?
Ella se queda quieta y ladea la cabeza hacia un lado.
– No, Sarah. Lo siento. No puedo.
Se produce un estrépito tremendo encima de nosotras y se escucha el escalofriante sonido de la madera que se desgarra. Nos agarramos la una a la otra, agachamos la cabeza al mismo tiempo y nos protegemos con los brazos.
Yo grito cuando algo grande me golpea en el hombro. El ruido parece no terminarse nunca; astillas, crujidos, material que cae por todos lados. Cuando por fin todo vuelve a quedar en silencio, abro ligeramente los ojos y echo un vistazo a través de la protección de mis brazos: apenas puedo ver ya la sala. Han caído más trozos del techo, llevándose también los pasamanos y la mitad de las escaleras. La fachada de la casa está en llamas, pero ahora también lo está la parte de atrás. Hay fuego por todas partes a nuestro alrededor. Me estiro un poco y miro hacia arriba, al tejado, donde hay un agujero de tres o cuatro metros de diámetro a través del cual veo directamente el cielo abierto. La brecha está creando una corriente, porque también hay llamas, que arrastra todo lo que encuentra a su alrededor y arde hacia afuera y arriba.