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—He visto este tipo de cosas antes.

—¿No se comportan de manera descuidada? No parece una hoguera sin humo.

—El TruSite debe de estar aumentando el humo en el holograma, así que puede que haya menos de lo que vemos —dijo Hassan—. Pero con humo o sin él, no hay forma de hervir el agua de tabaco sin fuego, y en este punto están casi desesperados. Prefieren arriesgarse a que vean el humo a continuar otro día más sin noticias de los dioses.

—Así que beben…

—Beben y sueñan.

—¿No confían más en los sueños que proceden de sí mismos? —preguntó Tagiri.

—Saben que la mayoría de los sueños no significa nada. Esperan que sus pesadillas no signifiquen nada… sueños de miedo en vez de sueños de verdad. Usan el agua de tabaco para que los dioses les digan la verdad. En otros lugares cercanos, los arahuacos y los caribes habrían ofrecido un sacrificio humano, o se habrían desangrado como hacen los mayas. Pero esta aldea no tiene tradición de sacrificios y nunca los copiaron de sus vecinos. Son un residuo de una tradición diferente, creo. Similar a algunas tribus del Alto Amazonas. No necesitan la muerte o la sangre para hablar con los dioses.

El hombre y la mujer hundieron sus pipas en el agua y luego sorbieron el líquido como si lo hicieran a través de una pajita.

La mujer se atragantó; según todos los indicios, el anciano era inmune al líquido. La mujer empezó a parecer muy mareada, pero el hombre la obligó a beber más.

—La mujer se llama Putukam… el nombre significa «perro salvaje» —dijo Hassan—. Es famosa por sus visiones, pero no ha usado mucho el agua de tabaco antes.

—Ya veo por qué no —dijo Tagiri, pues en ese instante Putukam empezaba a vomitar. Durante un par de minutos el anciano trató de ayudarla, pero poco después también él se puso a vomitar; sus descargas se mezclaron y fluyeron en las cenizas de la hoguera.

—Por otro lado, Baiku es un curandero, así que utiliza más las drogas. Constantemente, en realidad. Así que puede enviar su espíritu al cuerpo de la persona enferma y averiguar qué va mal. El agua de tabaco es su favorita. Naturalmente, sigue haciéndole vomitar. Hace vomitar a todo el mundo.

—Eso le convierte en un buen candidato para el cáncer de estómago.

—Si viviera lo suficiente.

—¿Les hablan los dioses?

Hassan se encogió de hombros.

—Adelantemos un poco para ver.

Manipuló la pantalla unos instantes. Putukam y Baiku podrían haber dormido durante horas, pero para los vigilantes del pasado sólo pasaron segundos. Cada vez que se movían, el TruSite frenaba un poco automáticamente; Hassan sólo devolvió la velocidad a la normalidad cuando quedó claro que los movimientos eran signos de despertar, no las sacudidas normales del sueño. Conectó el sonido, y como Tagiri estaba presente, usó el traductor informático en vez de escuchar directamente las voces de los nativos.

—He soñado —dijo Putukam.

—Y yo —respondió Baiku.

—Déjame escuchar el sueño curador —dijo Putukam.

—No hay nada curador en él —dijo él, el rostro grave y triste.

—¿Todos esclavos?

—Todos excepto los benditos que son asesinados o mueren por las enfermedades.

—¿Y luego?

—Todos muertos.

—Ésta es nuestra curación, pues —dijo Putukam—. Morir. Habría sido mejor que nos capturaran los caribes. Mejor que nos hubieran sacado el corazón y se hubieran comido nuestros hígados. Entonces al menos seríamos una ofrenda a algún dios.

—¿Cuál fue tu sueño?

—Mi sueño fue una locura. Mi sueño no tuvo ninguna verdad.

—El soñador no sabe —dijo Baiku. Ella suspiró.

—Pensarás que soy una pobre soñadora y que los dioses odian mi alma. Soñé con un hombre y una mujer que nos observaban. Eran ya adultos, y sin embargo supe en el sueño que son cuarenta generaciones más jóvenes que nosotros. Tagiri interrumpió.

—Alto —dijo. Hassan obedeció.

—¿Ha sido correcta la traducción? Hassan hizo retroceder un poco al TruSite y pasó de nuevo lo visto, esta vez sin la rutina de traducción. Escuchó las palabras nativas, dos veces.

—La traducción es bastante acertada —dijo—. Las palabras que empleó y fueron traducidas por «hombre» y «mujer» proceden de un lenguaje anterior, y creo que puede haber sustratos que podrían indicar que significan «hombre-héroe» y «mujer-héroe». Menos que dioses, pero más que humanos. Pero utilizan a menudo esas palabras para hablar de sí mismos, como opuestos a la gente de otras tribus.

—Hassan, no te estoy preguntando por la etimología. Te pregunto por el significado de lo que ha dicho. Él la miro, aturdido.

—¿No crees que parece como si nos hubiera visto? —Pero eso es absurdo.

—Cuarenta generaciones. ¿No es el tiempo exacto? Un hombre y una mujer, observando.

—De todos los sueños posibles, ¿no puede haber sueños del futuro? —preguntó Hassan—. Y puesto que Vigilancia del Pasado ha recorrido ya tan concienzudamente todas las eras de la historia, ¿no es probable que un observador acabe siendo testigo de la narración de un sueño que parece referirse al propio observador?

—Probabilidad de coincidencia —dijo ella. Conocía ese principio, por supuesto.

Lo había estudiado a fondo en las últimas etapas de formación. Pero había algo más. Sí. Cuando Hassan mostró la escena por tercera vez, a Tagiri le pareció que cuando Putukam hablaba de su sueño su mirada se volvía hacia la dirección desde donde Hassan y Tagiri estaban observando, los ojos enfocados como si pudiera verlos de verdad, o al menos algún atisbo de ellos.

—Puede ser desorientador, ¿verdad? —le sonrió Hassan.

—Muestra el resto —pidió Tagiri. Claro que era desorientador, pero no menos que la sonrisa de Hassan. Ninguno de sus subordinados le habría sonreído así jamás, con un comentario tan personal. Y no es que Hassan fuera impertinente. Más bien, era tan sólo… amistoso, sí, eso era.

Puso de nuevo el TruSite por delante de lo que habían visto ya.

—Soñé que me observaban tres veces —decía Putukam—, y la mujer parecía saber que yo podía verla.

Hassan dio un manotazo al botón de pausa.

—No hay más Dios que Alá —murmuró en árabe—, y Mahoma es su profeta.

Tagiri sabía que a veces, cuando un musulmán habla así, es porque tiene demasiado respeto para maldecir de la forma en que lo haría un cristiano.

—¿Probabilidad de coincidencia? —murmuró—. Estaba pensando que parecía que ella podía vernos.

—Si vuelvo y contemplamos de nuevo la escena, serán cuatro veces, no tres —dijo Hassan.

—Pero fueron tres veces cuando la oímos decir por primera vez el número. Eso nunca cambiará.

—El TruSite no tiene ningún efecto sobre el pasado. No puede ser detectado allí.

—¿Y cómo lo sabemos?

—Porque es imposible.

—En teoría.

—Y porque no lo ha sido nunca.

—Hasta ahora.

—¿Quieres creer que ella nos vio de verdad en su sueño de nicotina?

Tagiri se encogió de hombros, fingiendo una indiferencia que no sentía.

—Si nos vio, Hassan, continuemos y veamos qué significa para ella.

Lenta, casi tímidamente, Hassan soltó el botón para que el TruSite continuara explorando la escena.

—Esto es profecía, pues —decía Baiku—. ¿Quién sabe qué maravillas traerán los dioses dentro de cuarenta generaciones?

—Siempre he pensado que el tiempo se movía en grandes círculos, como si todos nosotros hubiéramos sido tejidos en la misma gran cesta de la vida, cada generación otra anilla alrededor del borde —dijo Putukam—. ¿Pero cuándo en los grandes círculos hubo jamás un horror tan grande como estos monstruos blancos del mar? Así que la cesta está rota, el tiempo está roto y todo el mundo cae de la cesta al suelo.