Выбрать главу

– Lo siento. No lo sabía.

– Todavía tienes tiempo de llegar aquí, si te das prisa.

– De acuerdo, intentaré…

Entonces vio a Joey mirándola desde la puerta. Su cara le indicó que comprendía. No podía oír su conversación. Pero cuando se era mudo, siempre se sabía cuándo te iban a abandonar.

– Lo siento. No puedo -se apresuró a decir ella.

– Gina, esto es muy importante para mí.

– Y mi trabajo lo es para mí -Gina se inventó una excusa que Dan pudiera comprender-. He metido la pata con un cliente esta tarde, y estoy tratando de arreglarlo -le explicó atropelladamente lo del accidente, y le habló sobre Joey. Dan empezó a sentir interés.

– ¿Carson Page? ¿El hombre con el que estabas hablando anoche?

– Sí.

– ¿Estás en su casa?

– Sí.

– ¿En ese sitio deslumbrante de Belmere Avenue?

– Mmm. De acuerdo. Estaremos en contacto.

Dan colgó.

Carson había ido hasta la puerta, a llevarse a Joey a la mesa nuevamente. Estaba claro que había oído parte de la conversación. La miró gravemente.

– ¿Le he estropeado una cita? -preguntó.

– No. No hay problema -dijo ella. Luego se dirigió a Joey-: No me marcho todavía.

El niño sonrió y eso fue su recompensa.

Después de la comida, Carson hizo una seña con la cabeza y Joey se puso a mirar su programa favorito de televisión con subtítulos. Carson y Gina se levantaron de la mesa y llevaron las cosas a la cocina. Carson le sirvió una copa de vino y le ofreció una silla frente a la mesa.

– No le he dicho todo lo agradecido que estoy -dijo Carson-. No debí llevar a Joey a ese sitio, pero no sabía qué hacer. Hoy no tenía colegio, y sin la señora Saunders, tenía que llevarlo conmigo. Me metí de lleno en los negocios y no vi que andaba por ahí. De no ser por usted, lo habría perdido -agregó serenamente-. Y no lo habría soportado. Él es todo lo que tengo.

– Me hubiera gustado que me pidiera que lo cuidase.

– Lo pensé, pero no sabía cómo, sin interrumpir la conversación y sin poner en evidencia que nos conocíamos de antes.

– Debió de interrumpirla -dijo ella inmediatamente.

– Además, no estaba seguro de si sus jefes sabían lo suyo. No quise meter la pata. Justamente porque en el mundo hay gente como Philip Hale.

– Yo pensé que usted era como él. Anoche…

– No reaccioné muy bien, lo sé. Pero por momentos me siento muy confuso. Intento recordarme que para Joey la situación es peor que para mí.

– Sí, pobrecito. La gente que ve el problema desde fuera, no se imagina la frustración que siente uno cuando va formando las estructuras dentro y no puede sacarlas fuera, y te miran como si estuvieras loca…

– Si lo dice por mí, no se moleste. Ya hemos estado de acuerdo en que soy un padre desastroso que no tiene idea de lo que necesita su hijo.

– Seguro que sabe que necesita una cosa. Necesita a su madre. Aunque ustedes estén separados, ella es la persona que tiene más posibilidades de comprenderlo. Si la tuviera, no tendría que inventarse historias con estrellas de cine.

– ¿Qué le hace pensar que se inventa historias con estrellas de cine? -preguntó Carson.

– ¡Oh, por favor! He visto la foto de Angelica Duvaine en la cabecera de su cama. Debe de tener unos veintipocos años.

– Estaría encantada de oír sus palabras. Tiene veintiocho años. Esa foto ha sido retocada. De todos modos, aparenta menos edad de la que tiene. Hace dieta, se da masajes, hace ejercicio. Iba a hacerse cirugía en los pechos para levantárselos. Fue la discusión por ese tema lo que la decidió a marcharse. Aunque no estaba mucho tiempo en casa, de todos modos.

– ¿Quiere decir que Angelica Duvaine es realmente la madre de Joey?

– Sí. Aunque su verdadero nombre es Brenda Page. Pero hace años que no usa ese nombre. Y cuando acabemos de divorciarnos, dentro de pocas semanas, ya no tendrá ese nombre. Sé que parezco un monstruo que quiere separar a madre e hijo, pero no lo haría si ella demostrase algún interés en él. Debería leer las entrevistas de Brenda con la prensa. Jamás ha dicho que tiene un hijo. Desde el momento en que se dio cuenta de que Joey tenía un problema con el oído, para ella dejó de existir. Era un estorbo para ella, algo de lo que sentía avergonzada. Mi esposa, como ve, valora la perfección física sobre todo lo demás.

Carson esperó un momento, para ver si ella tenía alguna respuesta para aquello.

– ¡Oh, Dios santo!-susurró Gina finalmente-. ¡Pobre niño!

– Joey la adora. No sé por qué, puesto que ella lo trata sin mayor cuidado. Se marcha. Lo ignora, vuelve por cinco minutos, se vuelve a marchar y le rompe el corazón nuevamente. Pero él no se lo reprocha jamás, se porte como se porte.

– Por supuesto que no. Él cree que es culpa suya -dijo Gina.

Carson la miró con extrañeza y preguntó:

– ¿Era eso lo que sentía?

– Algo así. Yo tuve suerte con mi madre. Era maravillosa, pero murió. Mi padre… Bueno, creo que yo le parecía repelente. Y yo sabía que debía de haber hecho algo terrible para que no me amase.

– ¿Y eso es lo que piensa Joey?

– Él me ha dicho que su madre lo quiere. Probablemente explica sus ausencias echándose la culpa. Pero solo es una suposición.

– Entonces, ¿qué hago? ¿Le explico que su madre es una mujer egoísta que no se quiere más que a sí misma? ¿Que se acuerda de él cuando le viene bien y que lo abandona cuando le place? ¿Por qué cree que estoy intentando separarlos? Porque no puedo aguantar la cara que tiene el niño cuando ella se marcha nuevamente… como lo hace siempre.

– Pero ella es su madre… Debe de quererlo, a su manera…

– Entonces, ¿por qué no lo lleva con ella? Yo no se lo hubiera impedido, si de verdad quisiera tenerlo consigo. No juzgue a todas las madres por la suya. No son todas maravillosas.

– Lo siento -dijo ella-. No tengo derecho a criticarlo sin conocer todos los datos.

Él se pasó la mano por el pelo. En algún momento se había quitado la corbata y había abierto el botón de arriba de la camisa. El hombre totalmente controlado había dado paso a aquel que se sentía a merced de fuerzas que no comprendía.

– Supongo que no puedo reprochárselo. Es algo que yo mismo hago. ¿Qué cosas hay que tener en cuenta? ¿Cómo se puede saber? -preguntó Carson.

– Háblame de la señora Saunders. ¿Está cualificada para ocuparse de Joey?

– Eso pensé. Brenda la contrató. Al parecer trabajó en una escuela con niños especiales. Pero a Joey no le gusta. Tiene violentas rabietas con ella. Ayer mismo tuvo un ataque de gritos.

– Eso es frustración. No es justo llamarlo rabietas.

– Es posible que no. Pero creo que es por eso que la señora Saunders se ha tomado el día libre hoy. Necesitaba descansar. ¿Quién será?

El timbre había sonado. Carson frunció el ceño y fue a atenderlo. Luego volvió con Dan.

– Me habías dicho que todavía no tenías el coche -explicó Dan-. Así que pensé en llevarte a casa.

– Muy considerado, pero yo habría llamado un taxi para la señorita Tennison -dijo Carson; luego la miró reacio-. ¿Tiene ganas de marcharse? -le preguntó a Gina.

– Eso depende de Joey.

– Es hora de que se vaya a la cama.

– ¿Por qué no lo llevas a la cama? -le sugirió Dan a Gina-. Seguro que le gusta -desplegó una sonrisa que a Gina no la convenció.

Gina le dijo al niño que era hora de dormir y Joey saltó y se marchó con ella.

– No tardaré -dijo Gina.

– No te des demasiada prisa, cariño -le dijo Dan. Dan trabajaba duro y sabía cómo abrirse paso en el mundo. Pero aquella noche era de Joey, y a Gina le disgusto su oportunismo.

Cuando Joey se metió en la ducha, Gina fue a buscar su albornoz, que estaba colgado en su dormitorio. Al pasar por allí, vio a los dos hombres conversando, o al menos Dan lo estaba haciendo.