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Estamos en guerra, y ¿quién sabe si los boches se han instalado en mí pueblecito? El Ardéche no es una parte muy importante de Francia. La ocupación no debe ser completa. ¿Qué habrían de ir a buscar allí, excepto castañas? Sí, sólo cuando sea digno de hacerlo escribiré o, más bien, trataré de escribir a mi casa.

¿Adónde voy a ir, ahora? Me estableceré en las minas de oro de un pueblo que se llama El Callao. Allí viviré el año que me han pedido que pase en una pequeña comunidad. ¿Qué voy a hacer? ¡Cualquiera sabe! No empieces a plantearte problemas por adelantado. Si tienes que picar la tierra para ganarte el pan, lo harás, y sanseacabó. En primer lugar, debo aprender a vivir en libertad. Desde hace trece años, aparte de los pocos meses en Georgetown, no he tenido que ocuparme de ganarme el sustento. Sin embargo, en Georgetown no me defendí mal. La aventura continúa, y corre de mi cuenta inventarme trucos para vivir, sin hacer daño a nadie, por supuesto. Ya veré. Así, pues, mañana a El Callao.

Las siete de la mañana. Un hermoso sol de los trópicos, un cielo azul sin nubes, los pájaros que cantan su alegría de vivir, mis amigos reunidos a la puerta de nuestro huerto, Picolino vestido pulcramente de civil y bien afeitado. Todo: Naturaleza, animales y hombres respiran alegría y celebran mi libertad. Con el grupo de mis amigos está también un teniente, que nos acompañará hasta el pueblo de El Dorado.

– Abracémonos dice Toto-, y vete. Será mejor para todos.

– Adiós, queridos compañeros; cuando paséis por El Callao, buscadme. Si tengo una casa mía, será la vuestra.

– ¡Adiós, Papi, buena suerte!

Rápidamente, llegamos al embarcadero y montamos en la barcaza. Picolino ha caminado muy bien. Sólo en lo alto de la cadera está paralizado, pero las piernas le funcionan bien. En menos de quince minutos, hemos vadeado el río.

– Aquí están los papeles de Picolino. Buena suerte, franceses. En este momento, sois libres. ¡Adiós!

Simplemente. Y no es más difícil, no, abandonar las cadenas que arrastramos desde hace trece años. “Desde este momento, sois libres.” Os vuelven la espalda, abandonando así vuestra vigilancia. Y eso es todo. El camino de guijarros que asciende del río lo escalamos en seguida. No tenemos más que un paquete pequeñísimo donde van tres camisas y un pantalón de recambio. Llevo el traje azul marino, una camisa blanca y una corbata azul que hace juego con el traje.

Pero la duda existe, no se rehace una vida como quien cose un botón. Y si hoy en día, veinticinco años después, estoy casado, con una hija, feliz en Caracas, como ciudadano venezolano, es a través de muchas otras aventuras, éxitos y fracasos, pero como hombre libre y ciudadano honrado. Tal vez las cuente un día, así como otras historias más triviales que no he tenido sitio para incluirlas aquí.

Henry Charriere

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