Выбрать главу

Una joven le abrió la puerta. Era una muchacha bonita, no espectacular, pero de aspecto cuidado, vestida de uniforme.

—¿Señorita Nelson?

¿Sí?

—Mi nombre es Everard. Soy amigo de Charlie Whitcomb. ¿Puedo pasar? Tengo noticias un tanto sorprendentes.

—Estaba a punto de salir —dijo, disculpándose.

—No, no lo hará. —Error; ella se había envarado, indignada—. Lo siento. Por favor, permita que se lo explique.

Ella le guió hasta un salón abarrotado y sin gracia.

—¿Quiere sentarse, señor Everard? Por favor, no hable demasiado alto. La familia duerme. Se levantan temprano.

Everard se puso cómodo. Mary se sentó en el borde del sofá, observándole con los ojos muy abiertos. Él se preguntó si Wulfnoth y Eadgar se contaban entre sus antepasados. Sí… sin duda así era, después de tantos siglos. Incluso Schtein, también.

—¿Está en la fuerza aérea? —pregunto la chica—. ¿Así conoció a Charlie?

—No. Estoy en Inteligencia, que es la razón de que vaya de paisano. ¿Puedo preguntarle cuándo le vio por última vez?

—Oh, hace semanas. Ahora mismo está destinado en Francia. Espero que la guerra acabe pronto. Es tan tonto que sigan en ello cuando se saben acabados, ¿no? —Inclinó curiosa la cabeza—. Pero ¿cuál es esa noticia que tiene?

—Llegaré a eso enseguida. —Empezó a hablar todo lo que se atrevía, comentándole las condiciones al otro lado del canal. Era extraño estar sentado hablando con un fantasma. Y el condicionamiento le impedía decirle la verdad. Quería, pero cuando lo intentó se le congeló la lengua.

—… y el coste de conseguir un bote de tinta roja… —Por favor —ella le interrumpió con impaciencia—. ¿Le importaría ir al grano? Tengo un compromiso esta noche.

—Oh, lo siento. Lo siento mucho. Entienda, es esta forma… Una llamada a la puerta le salvó.

—Perdóneme —murmuró ella, y fue más allá de las pesadas cortinas negras para abrirla. Everard la siguió. Ella retrocedió con un gritito. —¡Charlie!

Whitcomb la apretó contra sí, sin pensar en la sangre que todavía tenía en las ropas de juto. Everard salió a la entrada. El inglés lo miró horrorizado.

—Tú…

Intentó coger el aturdidor, pero Everard ya empuñaba el suyo.

—No seas tonto —dijo el americano—. Soy tu amigo. Quiero ayudarte. ¿Qué estúpido plan se te había ocurrido?

—Yo… obligarla a permanecer aquí… evitar que fuese a…

—¿Y crees que ellos no tienen manera de localizarte? —Everard pasó al temporal, el único lenguaje posible en presencia de la asustada Mary—. Cuando dejé a Mainwethering, empezaba a sospechar. A menos que lo hagamos bien, van a alertar a todas las unidades de la Patrulla. El error será rectificado, probablemente matándola a ella. Tú irás al exilio.

—Yo… —Whitcomb tragó saliva. Su rostro era una máscara de terror—. Tú… ¿la dejarías ir al encuentro de la muerte? —No. Pero hay que hacerlo con el mayor cuidado.

—Escaparemos… encontraremos algún periodo lejos de todo… iremos hasta la misma época de los dinosaurios si es preciso.

Mary se liberó de él. Abrió la boca, dispuesta a gritar.

—¡Cállate! —le ordenó Everard—. Tu vida corre peligro y estamos intentando salvarte. Si no confías en mí, confía en Charlie.

Se volvió hacia el hombre y siguió hablando en temporaclass="underline"

—Mira, amigo, no hay ningún lugar en el tiempo donde puedas esconderte. Mary Nelson murió esta noche. Eso es historia. No estaba en 1947. Eso es historia. Yo ya me he metido en líos: la familia a la que iba a visitar estará fuera de su hogar cuando caiga la bomba. Si intentas escapar con ella, te encontrarán. Es pura suerte que todavía no haya llegado una unidad de la Patrulla.

Whitcomb luchó por conservar la calma.

—Supón que salto con ella a 1948. ¿Cómo sabes que no reapareció de pronto en 1948 ? Quizá eso también sea historia.

—Tío, no puedes. Inténtalo. Adelante, dile que vas a llevarla cuatro años hacia el futuro.

Whitcomb gruñó.

—Una revelación… y estoy condicionado.

—Sí. Apenas tienes libertad suficiente para aparecer frente a ella con ese aspecto, pero para hablarle tendrías que mentir porque no podrías evitarlo. En todo caso, ¿cómo ibas a explicárselo? Si sigue siendo Mary Nelson, será una desertora de la W.A.A.F. Si adopta otro nombre, ¿dónde está su certificado de nacimiento, sus informes escolares, su libreta de racionamiento, todos esos fragmentos de papel que los gobiernos del siglo XX tanto veneran? No es posible, muchacho.

—Entonces, ¿qué podemos hacer?

—Enfrentarnos a la Patrulla y darle un porrazo. Espera aquí un minuto. —Everard sentía una calma fría, no había tiempo para estar asustado y cuestionar su propio comportamiento.

De regreso a la calle, localizó el saltador y lo preparó para que reapareciese cinco años en el futuro, a mediodía, en Piccadilly Circus. Le dio al interruptor principal, vio desaparecer la máquina y volvió a entrar. Mary estaba en brazos de Whitcomb, temblando y lloriqueando. ¡Las malditas pobres niñas en el bosque!

—Vale. —Everard los llevó al salón y se sentó con la pistola en la mano—. Ahora esperemos un poco más.

No fue mucho. Apareció un saltador, con dos patrulleros vestidos de gris a bordo. Empuñaban armas.

Everard los derribó con un rayo aturdidor de poca potencia. —Ayúdame a atarlos, Charlie —dijo.

Mary estaba acurrucada en una esquina, en completo silencio.

Cuando los hombres despertaron, Everard se plantó frente a ellos con una sonrisa helada.

—¿De qué se nos acusa, chicos? —preguntó en temporal.

—Creo que lo sabes —repuso con calma uno de los prisioneros—. La oficina principal nos ordenó localizaros. Comprobando la semana siguiente, descubrimos que habías evacuado a una familia cuya casa estaba destinada a ser bombardeada. El registro de Whitcomb sugiere que después viniste aquí a ayudarle a salvar a una mujer que se suponía que iba a morir esta noche. Más vale que nos liberes o será peor para ti.

—No he cambiado la historia —dijo Everard—. Los danelianos siguen ahí, ¿no?

—Sí, claro que sí, pero…

—¿Cómo sabéis que la familia Enderby debía morir? —Su casa recibió un impacto, y dijeron que habían salido simplemente porque…

—Ah, pero la cuestión es que se fueron. Eso está escrito. Ahora sois vosotros los que queréis cambiar el pasado. —Pero esa mujer de ahí…

—¿ Estáis seguros de que no hubo una Mary Nelson que, digamos, se estableció en Londres en 1850 y murió de vieja en 1900 ? El rostro delgado sonrió.

—Realmente lo estás intentando, ¿no? No saldrá bien. No puedes luchar contra toda la Patrulla.

—¿No puedo? Puedo dejaros aquí para que os encuentren los Enderby. He programado el saltador para que aparezca en público en un instante que sólo yo conozco. ¿Qué va a suponer eso para la historia?

—La Patrulla adoptará medidas correctoras… como hicisteis vosotros en el siglo V.

—¡Quizá! Pero puedo ponérselo mucho más fácil, si escuchan mi apelación. Quiero un daneliano.

¿Que?…

—Me habéis oído —dijo Everard—. Si es necesario, me montaré en vuestro saltador y avanzaré un millón de años hacia el futuro. Les mostraré lo simple que sería si nos diesen un respiro.

Eso no será necesario.

Everard se dio la vuelta boquiabierto. El aturdidor se le cayó de la mano.

No podía mirar a la forma que relucía ante sus ojos. De su garganta escapó un sollozo seco mientras retrocedía.

Su apelación ha sido considerada —dijo la voz sin sonido—. Se conocía y se sopesó mucho antes de su nacimiento. Pero usted seguía siendo un eslabón necesario en la cadena del tiempo. Si hubiese fallado esta noche, no hubiese habido misericordia.