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—Pero entonces yo existiría… ¡sin origen! —protestó ella—. Tendría vida, recuerdos y… todo… aunque nada los habría producido.

Kelm se encogió de hombros.

—¿Y qué importancia tiene? Usted insiste en que la ley de causalidad o, hablando estrictamente, la ley de conservación de la energía, sólo trata de funciones continuas. En realidad, las discontinuidades son más que posibles. —Rió y se apoyó en el atril—. Claro está, hay cosas imposibles —dijo—. No podría ser usted su propia madre, por ejemplo, por razones puramente de genética. Si retrocediese y se casase con su propio padre, los hijos serían otros, ninguno de ellos usted, porque cada uno de ellos sólo tendría la mitad de sus cromosomas.

Se aclaró la garganta.

—No nos alejemos de lo importante. Aprenderán los detalles en otras clases. Sólo les estoy dando una visión general. Continuemos: el Nueve vio las posibilidades de retroceder en el tiempo y evitar que sus enemigos se armasen, incluso que naciesen.

Por primera vez, su aire desenfadado y humorístico se desvaneció y se quedó de pie como un hombre frente a lo desconocido. Habló despacio:

—Los danelianos son parte del futuro, de nuestro futuro, más de un millón de años por delante del mío. El hombre ha evolucionado para convertirse en algo… imposible de describir. Probablemente nunca se encontrarán con un daneliano. Si alguna vez lo hacen será toda una… conmoción. No son malignos… ni tampoco benévolos… están mucho más allá de cualquier cosa que podamos saber o sentir como nosotros estamos más allá de esos insectívoros que van a ser nuestros antepasados. No es bueno encontrarse cara a cara con algo así.

»Solamente les preocupa proteger su propia existencia. El viaje en el tiempo era ya viejo cuando ellos aparecieron, habían habido incontables oportunidades para que los tontos, los avariciosos y los locos cambiasen la historia de arriba abajo. No deseaban prohibir el viaje, era parte del complejo conjunto de acontecimientos que había llevado hasta ellos, pero tenían que regularlo. Se evitó que el Nueve ejecutase sus planes. Y se estableció la Patrulla para vigilar las autopistas del tiempo.

»Trabajarán principalmente en sus propias épocas, a menos que consigan graduarse para una asignación indeterminada. Vivirán, en su mayoría, vidas normales, con familia y amigos; la parte secreta de esas vidas tendrá las compensaciones de una buena paga, protección y vacaciones en lugares muy interesantes de vez en cuando, y la de realizar un trabajo muy valioso. Pero siempre estarán de servicio. A veces ayudarán a viajeros temporales que tengan dificultades, de una forma u otra. En ocasiones participarán en misiones, en el apresamiento de posibles conquistadores políticos, económicos y militares. En otras, la Patrulla asumirá los daños que se hayan producido y trabajará para evitar influencias negativas en periodos posteriores y devolver así la historia al curso deseado.

»Les deseo a todos mucha suerte.

La primera parte de la instrucción fue física y psicológica. Everard no había sabido hasta entonces hasta qué punto su propia vida le había lisiado, tanto mental como físicamente; era sólo la mitad del hombre que podía ser. Fue duro, pero al final era una satisfacción sentir el poder de los músculos completamente bajo control, las emociones que se habían hecho más profundas por la disciplina, la rapidez y precisión del pensamiento consciente.

En algún momento se le condicionó completamente para que no revelase nada sobre la Patrulla, aunque no fuese más que para dar a entender su existencia a cualquiera sin autorización. Simplemente le era imposible hacerlo, no importaba cuánto lo presionaran; le resultaba tan imposible como saltar hasta la luna. También aprendió todos los detalles de su personalidad pública en el siglo XX.

El temporal, la lengua artificial que los patrulleros de todas las épocas podían emplear para comunicarse sin que nadie lograra entenderlos, era un milagro de expresividad lógicamente organizada.

Pensaba que sabía algo sobre combate, pero tuvo que aprender los trucos y armas de cincuenta mil años, desde el espadín de la Edad de Bronce al rayo cíclico capaz de aniquilar todo un continente. De vuelta a su propia época, se le ciaría un arsenal limitado, pero podrían llamarle desde otros periodos y los anacronismos flagrantes no solían permitirse.

Hubo que estudiar historia, ciencia, artes y filosofías, pequeños detalles de dialectos y costumbres. Estos últimos, al menos, sólo se referían al periodo 18501975; si tenía ocasión de ir a otra época recibiría instrucción especial por medio de un condicionador hipnótico. Esas fueron las máquinas que le permitieron completar su entrenamiento en sólo tres meses.

Aprendió cómo se organizaba la Patrulla. Al «frente» se encontraba el misterio de la civilización daneliana, pero había poco contacto directo con ella. La Patrulla estaba estructurada de forma paramilitar, con rangos, aunque sin formalidades especiales. La historia se dividía en entornos, con una oficina principal situada en una ciudad importante por un periodo seleccionado de veinte años (disfrazada con alguna actividad evidente como el comercio) y varias oficinas menores. Para su tiempo había tres entornos: el mundo occidental con cuartel general en Londres, Rusia con sede en Moscú y Asia, en Peiping; todos ellos en los años fáciles de 18901910, cuando la ocultación era menos difícil que en décadas posteriores y había oficinas pequeñas, como la de Gordon. Un agente agregado normal vivía por lo común en su propio tiempo y a menudo realizaba un trabajo auténtico. La comunicación entre años se producía mediante diminutos robots o por mensajero, con sistemas automáticos que evitaban la acumulación en un instante de tales mensajes.

La organización en su conjunto era tan vasta que resultaba imposible abarcarla toda. Se había metido en algo nuevo y emocionante, eso era todo lo que comprendía con todas las capas de su conciencia… de momento.

Encontró a sus instructores amables y dispuestos a ayudar. El veterano entrecano que le enseñó a pilotar naves espaciales había luchado en la guerra marciana del 3890.

—Vosotros aprendéis muy rápido —dijo—. Pero realmente es complicado enseñar a gente de periodos preindustriales. Hemos dejado incluso de enseñarles otra cosa que los rudimentos. Tuvimos una vez a un romano, de la época de César. Era un chico bastante brillante, pero nunca consiguió meterse en la cabeza que a una máquina no se la trata como a un caballo. Y en cuanto a los babilonios, el viaje en el tiempo no entra siquiera en su concepción del mundo. Teníamos que limitarnos a la batalla entre dioses.

—¿Qué nos cuentan a nosotros? —preguntó Whitcomb.

El hombre del espacio lo miró con los ojos entornados.

—La verdad —dijo al fin—. En la medida en que podéis aceptarla.

—¿Cómo consiguió este trabajo?

—Oh… me hirieron cerca de Júpiter. No quedó mucho de mí. Me recogieron, me construyeron un nuevo cuerpo… como de los míos no quedaba ninguno vivo y me daban por muerto, no tenía mucho sentido volver a casa. No era divertido convivir con el Cuerpo de Comandancia. Así que acepté un puesto aquí. Hay buena compañía, la vida es fácil, y tengo vacaciones en muchas épocas. —El hombre del espacio sonrió—. ¡Esperad a experimentar la fase decadente del Tercer Matriarcado! Todavía no sabéis lo que es diversión.

Everard no dijo nada. Estaba demasiado hipnotizado por el espectáculo de la Tierra dando vueltas frente a las estrellas.

Hizo amigos entre los cadetes. Era un grupo sociable… naturalmente, del tipo elegido para los patrulleros, mentes audaces e inteligentes. Hubo un par de romances. Nada al estilo de El retrato de Jenny; el matrimonio era perfectamente posible, si la pareja elegía un año para establecer su residencia. A él le gustaban las chicas, pero no perdía la cabeza.