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Tallon echó su pie hacia atrás y volvió a guarecerse en el compartimiento. El vehículo era el transporte que se había lle­vado a los agentes de la P.S.E.L. y frenó bruscamente, dete­niéndose a media distancia entre Tallon y la Lyle Star. El mismo grupo de hombres echó pie a tierra y corrió hacia la nave. En su actual posición, el vehículo podía favorecer el pro­pósito de Tallon de acercarse a la nave. Probablemente no le serviría de mucho, pero al menos lo habría intentado.

—Vamos, Seymour. Ha llegado el momento.

En aquel preciso instante resonó una risa chillona y estri­dente. Con un súbito escalofrío, Tallon reconoció la voz de Lorin Cherkassky. ¿Por qué había abandonado la nave? Tallon apretó el rostro de Seymour al respiradero, pero los ojos del perro giraron de un lado a otro, proporcionando solamente visiones fugaces de la escena que Tallon quería ver. Al final lo­calizó la figura uniformada de negro con cuello blanco de Cherkassky andando hacia el transporte, con Helen y varios agentes de la P.S.E.L. Cherkassky parecía sonreírle a Helen, pero la miopía de Seymour no le permitió a Tallon compro­barlo. ¿Qué diablos había ocurrido?, pensó.

Recordando de pronto el juego de ojos, Tallon pulsó el bo­tón número dos, conectado todavía a Helen, y se situó detrás de sus ojos. El delgado rostro de Cherkassky con su incongruente mata de cabellos ondulados se hizo visible. Sus ojos brillaban de excitación mientras hablaba y Tallon se concen­tró en sus labios, leyendo las palabras a medida que se iban formando.

“…considerando mi posición, señorita Juste. Su historia so­naba ligeramente fantástica, dadas las circunstancias; pero ahora que mis hombres han detenido al Recluso Tallon en la dirección que usted nos dio, ¿qué puedo hacer sino disculpar­me por haber dudado de usted? Al principio, Tallon se resis­tió, pero al darse cuenta de que era inútil se entregó y admitió quién era, de modo…”

La visión de su rostro se perdió cuando Helen volvió su mi rada hacia la grúa amarilla en la que Tallon estaba oculto.

Tallon se preguntó si Helen estaba tan desconcertada como él. Lo único que sabían de la dirección que Helen le había dado a Cherkassky era que se encontraba en alguna parte del distrito de almacenes. Pero los hombres de Cherkassky habían ido evidentemente a aquella dirección, y habían encontrado a un hombre al que habían identificado como Sam Tallon. ¡Y no sólo eso, sino que el propio hombre había admitido que era Sam Tallon!

XIX

Tallon volvió a conectar los ojos de Seymour y observó cómo Helen, Cherkassky y los otros se acercaban al vehículo de transporte de personal. Dentro de unos instantes su camino hasta la nave quedaría despejado, gracias a aquel otro Tallon, cuya milagrosa aparición resultaba absolutamente misteriosa.

Sin embargo, Cherkassky descubriría la verdad, tarde o temprano, y cuando lo hiciera nada salvaría a Helen de su ra­bia. Helen andaba tranquilamente con los demás, aparente­mente despreocupada, pero Tallon la vio mirar repetidamente hacia la grúa. Esta era, pensó, la última vez que la veía, y lo único que podía hacer era contemplarla en compañía del monstruo de Cherkassky… En aquellos escasos segundos Tallon se sintió envejecer.

—Helen —susurró.

Al oír aquel nombre, Seymour se retorció violentamente en los brazos de Tallon, saltó al suelo, pasó a través del espacio libre en la parte inferior de la chapa, y emprendió una veloz carrera hacia el grupo.

Tallon, conectado aún a los ojos del perro, vio agrandarse las figuras en su visión. El enjuto rostro de Cherkassky se vol­vió hacia el perro —y hacia Tallon— con una expresión súbita­mente suspicaz.

Cuando Seymour llegó cerca del grupo empezó a regatear a los agentes para aproximarse a Helen, y la escena que estaba transmitiendo se hizo demasiado inestable para resultar satis­factoria. Tallon reseleccionó los ojos de Helen y vio al perrito saltando hacia delante, a uno de los hombres agitando sus brazos para espantar a Seymour, y —en el ángulo de su vi­sión— a Cherkassky señalando la grúa y hablando rápidamen­te. Las estridentes órdenes de Cherkassky se filtraron en el escondrijo de Tallon.

Maldiciendo salvajemente, Tallon se precipitó a través del compartimiento, obstaculizado a no poder ver más que lo que Helen estaba viendo, y se dirigió a la escotilla de inspección. Vio sus propios pies aparecer debajo de la grúa en el extremo más lejano, tal como los veía Helen; luego apareció su figura gris, en el ángulo de la base de la grúa amarilla.

Guiado por los ojos de Helen, Tallon corrió desesperada­mente hacia la nave. Sus piernas estaban entumecidas por la larga espera en el limitado espacio, convirtiendo su avance en una grotesca y tambaleante carrera. Mientras agitaba sus bra­zos y piernas, tratando de extraer de ellos alguna velocidad, vio que los agentes se desplegaban en abanico, extrayendo armas de sus fundas.

Oyó el familiar zumbido de las pistolas-avispa. La distancia era excesiva, y los dardos cargados de droga repiquetearon al­rededor de sus pies. Luego oyó el sonido que había estado esperando: los secos chasquidos de disparos de pistola, seguidos por unos gritos lejanos de los agentes que registraban otros sectores de la terminal, alertados por la conmoción. Un rifle automático ladró, llenando el aire de estampidos.

Tallon vio la pequeña y borrosa forma de Seymour, frenéti­co de terror, corriendo hacia él. El perro saltó a sus brazos, y el impacto casi derribó a Tallon. Sin soltar al animal siguió avanzando, ahora a medio camino de la rampa de la Lyle Star.

Todavía a través de los ojos de Helen vio a Cherkassky avanzar unos pasos hacia él, detenerse y apuntarle cuidadosamente con una pistola. Cuando se disponía a disparar, Helen lo agarró del brazo, luchando por apoderarse del arma. El rostro de Cherkassky se distorsionó de rabia mientras apartaba violentamente a Helen y volvía a apuntar. Helen le atacó de nuevo, esta vez clavándole las uñas en la cara.

Tallon captó el brillo maligno de los ojos de Cherkassky mientras se giraba hacia Helen, vio el negro y redondo hocico de la pistola escupiendo fuego, vio la oscuridad cayendo sobre su propia figura al apagarse la mirada de Helen. Luego quedó ciego y confuso con una mezcla de asombro y de odio. Reseleccionó los ojos de Seymour y vio uniformes grises de pie al lado del cuerpo de Helen.

La automática vibró en la palma de la mano de Tallon cuando se giró con ella, apretando el gatillo una y otra vez. Hombres en gris se tambalearon y cayeron bajo el granizo de múltiples proyectiles, pero no Cherkassky, que continuó de pie y finalmente disparó contra Tallon.

Tallon notó que algo atravesaba su manga y oyó el gemido de dolor casi humano de Seymour. Luego se encontró al pie de la rampa y ascendiendo por la elástica pendiente. El sargen­to rubio apareció en la parte superior con el rostro desencaja­do por el asombro y hurgó en la funda de su arma. Tallon dis­paró instintivamente, y el sargento fue levantado en vilo de la rampa por seis proyectiles.

—¡Disparad contra él, estúpidos! —gritó Cherkassky furio­samente—. ¡No le dejéis escapar!

Tallon se precipitó a través de la cámara reguladora de la presión, zambulléndose bajo una granizada de plomo, y se arrojó sobre la palanca de mandos manual. Mientras los mo­tores cobraban vida, cerrando la pesada puerta exterior, Tallon vio a unos hombres corriendo en la parte inferior de la rampa. Disparó contra ellos hasta que el percutor de la auto­mática chasqueó en el vacío.

Tirándola al suelo, Tallon corrió hacia delante, a lo largo de un pasillo, hasta la sala de control. Las pantallas de obser­vación eran paneles en blanco, y la consola de control estaba apagada. Su mano derecha pulsó la hilera de interruptores pri­marios, dando vida a redes de circuitos y sistemas. Habría una espera de quizá un minuto antes de que las unidades antigravedad estuvieran preparadas para dejar caer la nave en el cielo. Una luz verde parpadeó indicando que la cámara regula dora de la presión estaba cerrada y la nave sellada para em­prender el vuelo.