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– Querida Donna: soy una joven heredera de diecinueve años, talle esbelto, trasero bien formado y tetas tan grandes como tu culo -escribió Clint Smoker.

– Ahora no del todo -estaba diciendo Margery a uno de sus teléfonos-. Zapatos de tacón alto, un brazalete en el tobillo, y eso es todo. Y la correa por la que estoy atada, claro.

– Lo que más me chifle -escribió Clint, y pulsó luego la tecla de retroceso para cambiar la e por una a- es ponerme la falda más mini que puedo encontrar e ir, sin bragas, a ver zapaterías. Aguardo a que el dependiente se siente en la banqueta delante de mí. ¡Y tendrías que ver cómo…!

En aquel punto se paró y preguntó con aquella voz suya que era incapaz de controlar:

– ¡Eh, Marge! ¿Sabes si…?

– Donna -le corrigió Marge, apretando contra su pecho el micrófono del aparato.

– En las zapaterías de señoras tienen tíos despachando, ¿verdad?

Marge asintió con un gesto, al tiempo que decía:

– ¿De veras, querida? Bueno…, todas nos sentimos un poco locuelas a primera hora de la tarde. Es cosa de los biorritmos.

– … se les cae la baba -escribió Clint- cuando tiro de mi…

Supermaniam Singh asomó la cabeza por la puerta y dijo en el dialecto inglés del estuario:

– Jefe. Está aquí.

Para cuando Clint entró ruidosamente en la sala de reuniones, el director, Desmond Heaf, estaba con el cuerpo inclinado sobre la portada del Morning Lark [5] de la víspera y diciendo en tono apesadumbrado:

– Fijaos bien… Hola, Clint; encantado de verte, hijo. Fijaos en ella. Eso es una deformidad, eso es lo que es. O una obsesión por la cirugía estética: el síndrome de Munchausen. Son personas muy desgraciadas, y lo traslucen. Mirad sus ojos. Lo he dicho una y mil veces. Mantened los pechos dentro de unos límites razonables: una talla ciento cinco debería servir como término de referencia. Lo digo y lo repito: la popularidad de las mujeres de esa talla puede bajar durante un tiempo, pero siempre vuelve a subir. Y por eso acabamos sacando esto.

– Y lo que es más importante, jefe -observó Clint-, hacen que resulte demasiado embarazoso comprar el periódico. Apuesto a que estamos perdiendo soplapollas.

Incluso antes de que el primer número hubiera salido a las calles, era práctica universal en el Morning Lark referirse a sus lectores como «soplapollas». Lo cual no se aplicaba sólo a algunas secciones específicas (como «Cartas de los Soplapollas», «Nuestros Soplapollas Preguntan» y otras por el estilo), sino a frases comunes en cualquier negocio periodístico, como «el soplapollas es lo primero», «todo lo que interesa al soplapollas» o «¿crees que esto les importa realmente a nuestros soplapollas?». El personal del periódico hacía tiempo que había dejado de sonreír cuando alguien empleaba semejante denominación.

– Bien dicho, Clint -dijo Heaf.

– No estamos perdiendo soplapollas -dijo Supermaniam-. Tal vez se note algún problemilla en la tasa de aumento, pero de hecho no estamos perdiendo soplapollas.

– Eso son pretextos para desviar la atención -clamó Clint-. Estamos perdiendo soplapollas potenciales.

– Haré que Mackelyne revise las cifras -dijo Heaf-. En cualquier caso, ¿quién parece empeñado en que saquemos a esas vacas marinas en el periódico, en todo caso?

Nadie habló. Porque el Lark estaba gestionado conforme a criterios de cooperativa. La selección de docenas de mujeres casi desnudas que aparecían a diario en sus páginas era fruto de una improvisación animada y generalizada. Ni que decir tiene que el consejo editorial estaba integrado sólo por hombres. Las únicas mujeres que podían encontrarse en las oficinas del Lark eran sus beldades tutelares y las jubiladas que las encarnaban en las líneas calientes.

– No lo sé, jefe -dijo Jeff Strite, que era el único rival serio de Clint Smoker como reportero estrella del periódico-. Al cabo de un rato de estar mirándolas, entras en una especie de trance. Y te inclinas, ya sabes, por sacarlas, sin pensártelo demasiado, en realidad.

Clint dijo juiciosamente, en voz alta:

– Algunos tipos creen que jamás se puede tener demasiado de algo cuando la cosa es buena. Así que siempre hay motivos sensatos para sacar a chicas con las tetas muy grandes. Debemos atraer al soplapollas más fetichista, pero sin perder por ello al normal y corriente. La solución es simple: no sacar a vacas marinas en la portada.

– ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

– En todo caso…, ¿quiénes somos nosotros para quejarnos? -dijo Heaf. Normalmente el director tenía el aire de un maestro de escuela de una pequeña población…, y en concreto de un maestro agobiado por preocupaciones logísticas hasta el punto de descuidar su aspecto personal (tan raído, tan flaco). Pero ahora revivió y pidió con voz animada-: Anda, Gregory, sé buen chico y tráenos algunas bebidas, por favor.

Acababa de entrar Mackelyne, que había tomado asiento. Lo escucharon con atención mientras les hablaba de las últimas cifras de venta, de los multimillonarios accesos a las páginas web de pornografía dura y del hecho de que las nuevas líneas calientes habían provocado el colapso de la red telefónica local, así como de la necesidad de mantener el actual formato de 192 páginas del diario. Luego pasaron a las cifras de beneficios… En el Lark éstos se dividían entre todos, aunque con notables diferencias en los porcentajes. Pero hasta el joven Gregory, que era poco más que un botones, tenía ya planes para comprarse un caballo de carreras.

– Y ahora…-dijo Heaf al cabo de un rato-, ¿qué tenemos para mañana, Clint?

Siempre se llegaba a este momento (y, para entonces, las botellas vacías de champán se alineaban en la mesa del director, y el aire iluminado por la puesta de sol tenía un aspecto polvoriento y gaseoso, como si todos se hubieran sumado a un estornudo cooperativo): el momento en que los hombres del Morning Lark intentaban sentirse periodistas. A la redacción del Lark no llegaban muchas noticias, y ningún cataclismo mundial tenía aún importancia suficiente para desplazar de la primera página a la beldad de turno. Incluso la amplia sección de deportes contaba con poco más que una serie de resultados; el resto consistía en chicas que entraban y salían de la órbita de famosos clubs de fútbol, en chicas que decían haber pasado una noche con algún futbolista famoso, en antiguas e imprudentes fotografías de modelos que estaban casadas o vivían con futbolistas famosos, etcétera, más unos cuantos cabos sueltos acerca de golfistas adúlteros, jockeys satiromaniacos y boxeadores con tendencias a la violación. Las noticias de actualidad de otro género se reseñaban, usualmente, en la mitad inferior de las páginas dos y cuatro.

Fue Jeff Strite quien habló:

– Está el caso del soplapollas de Walthamstow -citó-. Y no me estoy refiriendo precisamente a un lector nuestro de Walthamstow. Es una historia interesante. Y enlaza con nuestra campaña contra los pedófilos. Tienen allí una piscina pública, ¿verdad? ¿Con una tribuna? Bueno…, pues él está allí solo, mirando las evoluciones de un grupo escolar de niños de nueve años. Justo entonces aparece una simpática viejecita, la señora Mop. El fulano echa a correr, cae por las escaleras y se parte la crisma. ¿Por qué motivo? Pues porque tenía los pantalones bajados a la altura de los tobillos.

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[5] La Gozada Matutina. (N. del T.)