Выбрать главу

El corazón me va a estallar. ¡Qué cosas más bonitas me está diciendo! Pero no..., no debo escucharlo, y murmuro con un hilo de voz:

—No me hagas esto Eric...

Sin soltarme, suplica, acercando su frente a la mía.

—Por favor, mi amor, por favor..., por favor..., por favor, escúchame. Tú una vez me cabreaste para que yo fuera hacia ti, pero yo no sé hacerlo. Yo no tengo ni tu magia, ni tu gracia, ni tu salero para conseguir esos golpes de efecto. Sólo soy un soso alemán que se pone delante de ti y te pide..., te suplica, una nueva oportunidad.

—Eric...

—Escucha —me interrumpe rápidamente—, ya he hablado con los dueños del pub donde trabajas y lo he solucionado todo. No tienes que ir a trabajar. Yo...

—¿Que has hecho qué?

—Pequeña...

Furiosa. Vuelvo a estar furiosa.

—Pero vamos a ver, ¿quién eres tú para..., para? ¿Te has vuelto loco?

—Cariño. Los celos me matan y...

—Los celos no sé, pero yo sí que te voy a matar —insisto—. Acabas de jorobarme el único trabajo que tenía. Pero ¿quién te has creído que eres para hacer eso? ¿Quién?

Espero que mis palabras lo enfaden, pero no.

—Sé que mi acción te habrá parecido desmedida, pero quiero y necesito estar contigo —se empecina mi Iceman. Voy a gruñir cuando añade—: No puedo permitir que sigas regalando tus maravillosas sonrisas y tu tiempo a otro que no sea yo. Te quiero, pequeña. Te quiero demasiado para olvidarte y haré todo lo que sea para que tú me vuelvas a querer y a necesitar tanto como yo a ti.

Los ojos se me llenan de lágrimas. Me estoy desinflando. ¡La hemos liado! El hombre al que quiero está ante mí diciéndome las cosas más maravillosas que he escuchado nunca. Pero me aferro a mi resolución.

—Suéltame.

—Entonces, ¿es cierto?, ¿ya no me quieres? —pregunta con voz tensa y cargada de emoción.

Mi cabeza va a explotar.

—Yo no he dicho eso, pero tengo que hablar con David.

Sigue sin soltarme.

—¿Por qué?

Pese a estar aturdida, clavo una dura mirada en él.

—Porque está esperándome, ha venido a buscarme y se merece una explicación.

Eric asiente. Noto la incomodidad en su rostro, pero me suelta. Finalmente, salgo de la cocina precedida por Eric, y David al verme silba.

—Estás espectacular, Judith.

—Gracias —contesto, sin muchas ganas de sonreír.

Sin querer pensar en nada más, agarro a David del brazo ante la cara de estupefacción de mi padre y de mi hermana, y lo saco al jardín para hablar a solas con él. David asiente. Ha reconocido a Eric como el hombre del pub de la noche anterior. Entiende lo que le explico y, tras darme un beso en la mejilla, se va. Yo vuelvo a entrar en casa. Todos me miran. Mi padre sonríe, y Eric tiende su mano hacia mí para que se la coja.

—¿Te vienes conmigo?

No respondo.

Sólo lo miro, lo miro y lo miro.

—Tita, le tienes que perdonar —dice mi sobrina—. Eric es muy bueno. Mira, me ha traído una caja de bombones de Bob Esponja.

Entonces, veo que Eric le guiña un ojo a mi sobrina.

¿Está sobornándola?

Ella sonríe y le dedica una cómplice y mellada sonrisa. ¡Vaya dos!

Miro a mi padre y, emocionado, asiente. Miro a mi hermana y, con una de sus sonrisitas tontas, hace un gesto de aprobación con la cabeza. Mi cuñado me dedica un guiño. Cierro los ojos y mi corazón accede. Es lo que deseo. Es lo que necesito.

—De momento, tú y yo vamos a hablar —manifiesto, mirando a Eric.

—Lo que tú quieras, cariño.

Mi sobrina salta, encantada.

—Dame un segundo.

Entro en mi habitación, y mi hermana viene detrás. Me ve tan bloqueada que me abraza.

—Deja tu orgullo a un lado, cabezota, y disfruta del hombre que ha venido a buscarte. ¿Que discutís? Claro, cariño. Yo discuto con Jesús día sí, día también; pero lo mejor son las reconciliaciones. No niegues tus sentimientos y déjate querer.

Molesta conmigo misma por parecer una veleta, me siento en la cama.

—Es que me saca de mis casillas, Raquel.

—¡Toma, y a mí Jesús!, pero nos queremos y es lo que cuenta, cuchufleta.

Finalmente, sonrío y, con su ayuda, comienzo a meter en mi mochila parte de mis cosas.

Lo que siento por Eric definitivamente es tan fuerte que puede conmigo. Lo quiero, lo necesito y lo adoro. Al regresar al salón con mi equipaje, Eric sonríe, me abraza y consigue ponerme la carne de gallina cuando proclama ante mi padre y toda mi familia:

—Te voy a conquistar todos los días.

6

Tras despedirme de mi familia me monto en el coche de Eric.

He claudicado.

He claudicado y de nuevo estoy junto a él.

Mi cabeza da vueltas y vueltas mientras intento entender qué estoy haciendo. De pronto, me fijo en la carretera. Creía que iríamos hacia Zahara, a la casa de Frida y Andrés, y me sorprendo al ver que nos dirigimos hacia la preciosa villa que Eric alquiló en verano.

Una vez que la valla metálica se cierra tras nosotros, observo la preciosa casa al fondo y murmuro:

—¿Qué hacemos aquí?

Eric me mira.

—Necesitamos estar solos.

Asiento.

Nada me apetece más que eso.

Cuando para el coche y nos bajamos, Eric coge mi equipaje con una mano y me da la otra. Me agarra con fuerza, con posesión, y entramos en el interior de la casa. Mi sorpresa es mayúscula al ver cómo ha cambiado el entorno. Muebles modernos. Paredes lisas y de colores. Un pantalla de plasma enorme. Una chimenea por estrenar. Todo, absolutamente todo, es nuevo.

Lo miro sorprendida. Veo que pone música y, antes de que yo diga nada, él aclara:

—He comprado la casa.

Increíble. Pero ¿cómo es posible que no me haya enterado de que la ha comprado?

—¿Has comprado esta casa?

—Sí. Para ti.

—¿Para mí?

—Sí, cariño. Era mi sorpresa de Reyes Magos.

Asombrada, miro a mi alrededor.

—Ven —dice Eric tras soltar mi equipaje—. Tenemos que hablar.

La música envuelve la estancia, y sin que pueda dejar de mirar y admirar lo bonita y elegante que está, me siento en el confortable sillón ante la crepitante chimenea.

—Estás preciosa con ese vestido —asegura, sentándose a mi lado.

—Gracias. Lo creas o no, lo compré para ti.

Después de un gesto de asentimiento, pasea su mirada por mi cuerpo, y mi Iceman no puede evitar decir:

—Pero era a otros a quienes les pensabas regalar las vistas que el vestido da.

Ya estamos.

Ya comenzamos.

¡Ya me está picando!

Cuento hasta cuarenta y cinco; no, hasta cuarenta y seis. Resoplo y finalmente contesto:

—Como te dije una vez, no soy una santa. Y cuando no tengo pareja, regalo y doy de mí lo que yo quiero, a quien yo quiero y cuando yo quiero. —Eric arquea una ceja, y yo prosigo—: Soy mi única dueña, y eso te tiene que quedar clarito de una vez por todas.

—Exacto: cuando no tienes pareja, que no es el caso —insiste sin apartar sus ojos de mí.

De repente, soy consciente de que suena una canción que me gusta mucho. ¡Dios, lo que me he acordado de Eric estos días mientras la escuchaba! Volvemos a mirarnos como rivales en tanto la voz de Ricardo Montaner canta:

Convénceme de ser feliz, convénceme.

Convénceme de no morir, convénceme.

Que no es igual felicidad y plenitud

Que un rato entre los dos, que una vida sin tu amor.

Estas frases dicen tanto de mi relación con Eric que me nublan momentáneamente la mente. Pero al final Eric da su brazo a torcer y cambia de tema.

—Mi madre y mi hermana te mandan recuerdos. Esperan verte en la fiesta que organizan en Alemania el día 5, ¿lo recuerdas?