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—Vamos, morenita. Mi madre nos espera.

Miro el reloj. Las cinco.

—¿Tan pronto vamos a ir a la casa de tu madre?

—Mejor pronto que tarde, ¿no crees?

Cuando me suelta, sonrío. ¡Malditas prisas alemanas!

—Dame cinco minutos y bajo.

Eric asiente. Vuelve a darme otro beso en los labios y desaparece de la habitación dejándome sola. Sin tiempo que perder, me pongo los zapatos de tacón, me vuelvo a mirar en el espejo y me retoco los labios. Una vez que termino, sonrío, cojo el bolsito que hace juego con el vestido y, encantada y dispuesta a pasarlo bien, salgo de la habitación.

Cuando bajo la bonita escalera, Simona acude a mi encuentro.

—Está usted bellísima, señorita Judith.

Contenta, sonrío y le doy un achuchón. Necesito achucharla. Susto y Calamar vienen a saludarme. Una vez que suelto a Simona, con una candorosa sonrisa, me mira y dice mientras se lleva a los perros:

—El señor y el pequeño Flyn la esperan en el salón.

Encantada de la vida y con una gran sonrisa en los labios, me dirijo hacia allí. Cuando abro la puerta, una corriente eléctrica recorre todo mi cuerpo y, contrayéndoseme la cara, me llevo la mano a la boca y, emocionada como pocas veces en mi vida, me pongo a llorar.

—¡Cuchufletaaaaaaaaaaa! —grita mi hermana.

Ante mí están mi padre, mi hermana y mi sobrina.

No puedo hablar. No puedo andar. Sólo puedo llorar mientras mi padre corre hacia mí y me abraza. Calidez. Eso siento al tenerlo cerca. Finalmente, sólo puedo decir:

—¡Papá! ¡Papá, qué bien que estés aquí!

—¡Titaaaaaaaaaaaa!

Mi sobrina corre a besuquearme junto a mi hermana. Todos me abrazan y durante unos minutos un caos de risas, lloros y gritos impera en el salón, en tanto observo el gesto serio de Flyn y la emoción de Eric.

Cuando me repongo de esa estupenda sorpresa, me retiro los lagrimones de las mejillas y pregunto:

—Pero..., pero ¿cuándo habéis llegado?

Mi padre, más emocionado que yo, responde:

—Hace una hora. Menudo frío hace en Alemania.

—¡Aisss, cuchu, estás preciosa con ese vestido!

Me doy una vueltecita ante mi hermana y, divertida, respondo:

—Es un regalo de Eric. ¿A que es precioso?

—Alucinante.

Al no ver a mi cuñado en el salón, pregunto:

—¿Jesús no ha venido?

—No, cuchu...Ya sabes, el trabajo.

Asiento y mi hermana sonríe. La beso. La quiero. Mi sobrina, que está como loca agarrada a mi cintura, grita:

—¡No veas cómo mola el avión del tito Eric! La azafata me ha dado chocolatinas y batidos de vainilla.

Eric se acerca a nosotros y, tomándome de la mano, dice tras besármela:

—Hablé con tu padre y tu hermana hace un par de días y les pareció estupendo venir a pasar el cumpleaños contigo. ¿Estás contenta?

Me lo como.

¡Yo me lo como a besos!

Y como una niña chica, sonrío y respondo:

—Mucho. Es el mejor regalo.

Durante unos instantes, nos miramos a los ojos. Amor. Eso es lo que Eric me da. Pero el momento se rompe cuando Flyn exige:

—¡Quiero ir ya a casa de Sonia!

Sorprendida, lo miro. ¿Qué le pasa? Pero al ver su ceño fruncido lo entiendo. Está celoso. Tanta gente desconocida para él de golpe no es bueno. Eric, conocedor del estado de su sobrino, se aleja de mí, le toca la cabeza y murmura:

—En seguida iremos. Tranquilo.

El crío se da la vuelta y se sienta en el sofá, dándonos a todos la espalda. Eric resopla, y mi hermana, para desviar la atención, interviene:

—Esta casa es una preciosidad.

Eric sonríe.

—Gracias, Raquel. —Y mirándome, dice—: Enséñales la casa e indícales cuáles son sus habitaciones. En dos horas tenemos que salir todos para la casa de mi madre.

Sonrío, encantada de la vida, y junto a mi familia, salgo del salón. En grupo vamos a la cocina, les presento a Simona, Norbert y a Susto y Calamar. Después vamos al garaje, donde silban al ver los cochazos que tenemos allí aparcados.

Cuando salimos del garaje les enseño los baños, los despachos, y mi hermana, como es de esperar, no para de soltar grititos de satisfacción mientras lo observa todo. Y ya cuando abro una puerta y aparece la enorme piscina cubierta, se vuelve loca.

—¡Aisss, cuchuuuuuuuuuuuuu, esto es una pasada!

—¡Cómo molaaaaaaaaaaaaa! —grita Luz—. Ostras, tita, ¡tienes piscina y todo!

La pequeña va hasta el borde y toca el agua. Su abuelo, divertido, la avisa:

—Luz de mi vida..., aléjate del borde que te vas a caer.

Con rapidez mi padre la agarra de la mano, pero la pequeña se suelta y, poniéndose junto a mi hermana y a mí, cuchichea con cara de pilla:

—¿A que os tiro a la pisci?

—¡Luz! —grita mi hermana, mirando mi vestido.

—Esta niña es ver un charco con agua y volverse loca —se mofa mi padre.

De todos es bien conocido que estar con la pequeña cerca del agua es acabar empapado. Me entra la risa. Si me moja el precioso vestido será un drama, por ello miro a mi sobrina con complicidad y murmuro:

—Si me tiras con el vestido que Eric me regaló, me enfadaré. Y si no me tiras, prometo que mañana estaremos mucho tiempo en la piscina. ¿Qué prefieres?

Rápidamente mi sobrina pone su dedo frente al mío. Es nuestra manera de estar de acuerdo. Pongo mi dedo junto al de ella, y ambas guiñamos un ojo y nos sonreímos.

—Vale, tita, pero mañana nos bañaremos, ¿vale?

—Prometido, cariño —sonrío, encantada.

Levantamos nuestros pulgares, los unimos, y después nos damos una palmada. Ambas sonreímos.

—Recuerda, Luz, que mañana por la tarde regresamos a casa —insiste mi hermana.

Una vez que salimos de la zona de la piscina, subo con mi familia a la primera planta de la casa. Tengo que reprimir mis ganas de reír a carcajadas ante los gestos de admiración de mi hermana por todo lo que ve. Flipa hasta con el papel de las paredes, ¡increíble!

Tras acomodarlos en las habitaciones, les apremio para que se vistan. En una hora tenemos que salir hacia la cena en casa de la madre de Eric. Cuando regreso sola al salón, Eric y Flyn juegan con la PlayStation, como siempre a todo volumen. Al entrar ninguno de los dos me oye, y acercándome a ellos, escucho al niño decir:

—No me gusta esa niña parlanchina.

—Flyn..., basta.

Sin hacer ruido me paro para escucharlos mientras ellos siguen:

—Pero yo no quiero que ella...

—Flyn...

El pequeño resopla mientras maneja el mando de la Play e insiste:

—Las chicas son un rollo, tío.

—No lo son —responde mi Iceman.

—Son torpes y lloronas. Sólo quieren que les digas cosas bonitas y que las besuquees, ¿no lo ves?

Incapaz de contener la risa, me acerco con precaución hasta la oreja de Flyn y murmuro:

—Algún día te encantará besuquear a una chica y decirle cosas bonitas, ¡ya lo verás!

Eric suelta una carcajada, mientras Flyn deja ir el mando de la Play enfadado y se va del salón. Pero ¿qué le pasa? ¿Dónde está todo nuestro buen rollo? Una vez que nos quedamos solos, apago la música del juego, me acerco a mi chico y, sentándome en sus piernas con cuidado de no arrugar mi bonito vestido, murmuro feliz:

—Te voy a besar.

—Perfecto —asiente mi Iceman.

Enredo mis dedos entre su pelo y susurro con pasión:

—Te voy a dar un beso ¡explosivo!

—¡Mmm!, me gusta la idea —sonríe.

Arrimo mis labios a su boca, lo tiento y murmuro:

—Hoy me has hecho muy feliz trayendo a mi familia a tu casa.

—Nuestra casa, pequeña —corrige.

No digo más. Con mis manos, agarro su nuca y lo beso. Introduzco mi lengua en su boca con posesión. Él responde. Y tras un increíble, maravilloso, sabroso y excitante beso, lo suelto. Me mira.