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—¡Guau!, me encantan tus besos explosivos.

Ambos reímos y, llena de sensualidad, digo:

—Tú nunca has oído eso de que cuando la española besa es que besa de verdad.

Eric vuelve a reír.

Me encanta verlo tan feliz y, cuando vamos a besarnos de nuevo, aparece Flyn ante nosotros con los brazos cruzados. Parece enfadado. Tras él asoma mi sobrina con un vestido de terciopelo azul y, mirándome, pregunta:

—¿Por qué el chino no me habla?

¡Uisss, lo que acaba de decir! ¡Le ha llamado chino!

Flyn frunce más el ceño y resopla. ¡Aisss, pobre! Con rapidez me levanto de las piernas de Eric y regaño a mi sobrina.

—Luz, se llama Flyn. Y no es chino, es alemán.

La cría lo mira. Después mira a Eric, que se ha levantado y está junto a su sobrino, luego me mira a mí y, finalmente, con su característico pico de oro insiste:

—Pero si tiene los ojos como los chinos. ¿Tú lo has visto, tita?

¡Oh, Dios!, me quiero morir.

Qué situación más embarazosa. Al final, Eric se agacha, mira a mi sobrina a los ojos y le dice:

—Cielo, Flyn nació en Alemania y es alemán. Su papá era coreano y su mamá alemana como yo, y...

—Y si es alemán, ¿por qué no es rubio como tú? —insiste la jodía.

—Te lo acaba de explicar, Luz —intercedo yo—. Su papá era coreano.

—¿Y los coreanos son chinos?

—No, Luz —respondo mientras la miro para que se calle.

Pero no. Ella es preguntona.

—¿Y por qué tiene los ojos así?

Estoy a punto de matarla. ¡La mato! Entonces, entran en el salón mi padre y mi hermana con sus mejores galas. ¡Qué guapos están!

Mi padre, al ver mi mirada de ¡socorro!, rápidamente intuye que pasa algo con la niña. La coge entre sus brazos y la incita a mirar por la ventana. Yo respiro, aliviada. Miro a Flyn, y éste sisea en alemán:

—Esa niña no me gusta.

Eric y yo nos miramos. Pongo cara de horror, y él me guiña un ojo con complicidad. Diez minutos después, todos en el Mitsubishi de Eric, nos dirigimos a la casa de Sonia.

Cuando llegamos, la casa está iluminada y hay varios coches aparcados en un lateral. Mi padre, sorprendido por la grandiosidad de la vivienda, me mira y susurra:

—Estos alemanes, ¡qué bien se lo montan!

Eso me hace sonreír, pero la sonrisa se me corta cuando veo el gesto de Flyn. Está muy incómodo.

Una vez que entramos en la casa, Sonia y Marta saludan a mi familia con cariño, y ambas me dicen lo guapa que estoy con ese vestido. Flyn se aleja y veo que mi sobrina va tras él. No es nadie la canija. Diez minutos después, encantada, sonrío mientras me siento la mujer más dichosa del planeta rodeada por las personas que más me quieren y me importan en el mundo. Soy feliz.

Conozco al hombre con el que Sonia sale. ¡Vaya con Trevor! No es guapo. Ni siquiera atractivo. Pero cinco minutos con él me hacen ver el magnetismo que tiene. Hasta mi hermana, que no sabe alemán, le sonríe como tonta. Eric, por el contrario, lo observa. Lo mira y saca sus conclusiones. Que su madre tenga un nuevo novio no le hace mucha gracia, pero lo respeta.

Frida y mi hermana hablan. Se recuerdan de cuando se vieron en la carrera de motocross. Ambas son madres y hablan de niños. Yo las escucho durante un rato, y cuando mi hermana se aleja, Frida me dice al oído:

—Pronto habrá una fiestecita privada en el Natch.

—¡Guau, qué interesante!

—Muy..., muy interesante —se mofa Frida, divertida.

Sonrío mientras la sangre se me sube a la cabeza. ¡Sexo!

Diez minutos después, me estoy partiendo de risa con mi hermana. Es una criticona incansable y las valoraciones que me hace en referencia a algunas cosas son dignas de escuchar. Sonia, encantada de organizar esa fiesta para mí, en un momento dado me lleva a un lateral del salón.

—Hija, qué alegría poder celebrar la fiesta de cumpleaños en mi casa con tu familia.

—Gracias, Sonia. Has sido muy amable por recibirnos a todos.

La mujer sonríe y, señalando al pequeño Flyn, murmura:

—¿Te ha gustado su regalo?

Me toco el cuello y se lo enseño.

—Es precioso.

Sonia sonríe y cuchichea:

—Quiero que sepas que el otro día, cuando mi nieto me llamó por teléfono para pedirme que lo llevara a un centro comercial y le ayudara a comprarte un regalo de cumpleaños, no me lo podía creer. ¡Salté de alegría! Me emocionó que me llamara y me pidiera ayuda. Es la primera vez que lo hace. Y en el camino, conversó conmigo como no lo había hecho nunca. Incluso me preguntó por su madre y si quería que me llamara «abuela».

La mujer se emociona, y tras mover la cabeza en señal de «¡no quiero llorar!», prosigue:

—También me dijo lo feliz que está porque tú estás viviendo con él.

—¿En serio?

—Sí, cielo. No me caí de culo porque estaba sentada.

Ambas nos reímos, y Sonia, emocionada, indica:

—Te lo dije una vez cuando te conocí: eres lo mejor que le ha podido ocurrir a Eric.

—Y tu hijo es lo mejor que me ha podido ocurrir a mí —insisto.

Sonia cabecea. Asiente y cuchichea.

—Este hijo mío, con lo cabezota y mandón que es, ha tenido mucha suerte por encontrarte. Y Flyn, ya ni te cuento. Eres perfecta para ellos. —Sonrío, y dice—: Por cierto, Jurgen me ha dicho que eres una maravillosa corredora de motocross. Estoy deseando ir un día a verte. ¿Cuándo te apuntarás a una carrera?

Me encojo de hombros. De momento, no me he apuntado a nada. No quiero que Eric se entere.

—Cuando lo haga, te avisaré. Y gracias por la moto. ¡Es estupenda!

Ambas nos reímos.

—A riesgo de la bronca que me caerá cuando Eric se entere y del enfado que se cogerá conmigo, me alegra saber que te lo pasas genial. Estoy segura de que Hannah estará sonriendo al ver que su querida moto vuelve a tener vida y que está bien cuidada en tu casa.

«Mi casa». Qué bien suenan esas palabras. No he discutido de nuevo con Eric por aquello. Tras la última discusión nunca más ha vuelto a referirse a su casa como tal, y ahora Sonia hace lo mismo. Emocionada, le doy un beso.

—Ya sabes, si tu hijo me echa cuando se entere, necesitaré una habitación.

—Tienes la casa entera, cariño. Mi casa es tu casa.

—Gracias. Es bueno saberlo.

Las dos nos reímos, y Eric se acerca a nosotras.

—¿Qué planean las dos mujeres más importantes de mi vida?

Sonia le da un beso en la mejilla y, divertida, se mofa mientras se aleja:

—Conociéndote, cariño, un disgusto para ti.

Eric la mira descolocado; después clava sus impactantes ojos en mí y, encogiéndome de hombros, respondo con voz angelicaclass="underline"

—No entiendo por qué ha dicho eso. —Y para cambiar de tema, susurro—: Frida me ha comentado que se está organizando otra fiestecita privada en el Natch.

Mi amor sonríe, acerca su boca a la mía y murmura:

—Sí, pequeña.

Nos dirigimos a la mesa y Eric, con galantería, retira la silla para que me siente, y cuando lo hago, me besa el hombro desnudo. Ambos sonreímos, y toma asiento frente a mí, justo al lado de mi padre y Flyn.

De pronto, mi hermana, que está sentada a mi lado, cuchichea:

—Cuchufleta, ¿te puedo hacer una pregunta?

—Y cincuenta —contesto.

Raquel mira con disimulo a su izquierda y, aproximándose de nuevo a mí, murmura:

—Estoy perdida con tanto tenedor, tanto cuchillo y tanta gaita. Lo de los cubiertos, ¿cómo se usaba?, ¿de fuera adentro o de dentro afuera?

La entiendo perfectamente. Yo aprendí el protocolo en las comidas de empresa. En nuestra casa, como en la gran mayoría de las casas del mundo, sólo utilizamos un cuchillo y un tenedor para toda la comida. Sonrío y respondo:

—De fuera adentro.

Con rapidez observo que se lo indica a mi padre, y éste, aliviado, asiente. ¡Qué mono es! Yo sonrío cuando mi hermana vuelve al ataque:

—¿Y cuál es mi pan?