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Paseo mi mirada por ella y asiento. La otra saca su mano de entre mis piernas, se chupa el dedo que ha estado en mi interior y sonríe.

Yo hago lo mismo y escucho decir a mi chico:

—Os esperamos en la habitación negra.

Sin más, la mujer se aleja, y mi chico, mirándome, pregunta:

—¿Dispuesta a jugar?

Asiento.

Estoy tan excitada que los labios me tiemblan al sonreír. De su mano, camino por el local.

Traspasamos una puerta, caminamos por un pasillo y veo a Frida y a Andrés sobre la cama de una habitación abierta. Frida no me ve, está totalmente entregada disfrutando entre las piernas de una mujer, mientras ella le hace una felación a Andrés y otro hombre penetra a Frida.

Excitante.

Eric y yo los miramos. Seguimos nuestro camino. Él abre una puerta. Entramos en la habitación. No veo nada, y mi amor dice:

—No te muevas.

Instantes después, la habitación se ilumina tenuemente en lila al proyectarse en una de sus paredes una película porno. Curiosa, observo la estancia. Hay una cama redonda, un sillón, una especie de encimera y, al fondo, una mampara con una ducha. Eric me abraza. Me besa la oreja y me la chupa mientras observamos las imágenes calientes que se proyectan en la pared. Cinco minutos después, la puerta se abre. Aparece la mujer que anteriormente me ha tocado, desnuda y con un vibrador doble en sus manos. Entra y nos comunica:

—Ahora vienen.

Eric asiente. Yo no sé quiénes vienen, pero no me importa. Mi respiración entrecortada me hace saber lo excitada que estoy cuando Eric se sienta en la cama.

—Diana, desnuda a mi mujer —dice.

No me muevo.

Me dejo hacer.

Me excita esa sensación.

Los ojos de mi amor se nublan de deseo mientras la mujer me desabrocha el vestido. Las manos de ella vuelan por todo mi cuerpo en tanto Eric nos observa. Mi vestido cae al suelo y quedo sólo vestida con las medias de liguero, los tacones y el sujetador. El tanga me lo ha roto Eric minutos antes.

La mujer me toca. Pasea sus manos por mi cuerpo y me pide que me siente en la encimera que hay en un lateral. Eric se levanta, me coge en brazos y me sube. Me tumba en ella y me separa los muslos. La boca de la mujer va directa a mi vagina y, con brusquedad, mete su lengua dentro de mí.

Exige. Exige mucho mientras me abre la vagina con sus manos y me devora.

Eric nos observa. Yo lo miro y jadeo mientras veo que se desnuda. Se toca su duro pene y grito de placer al sentir lo que la mujer me hace. Me acaba de meter uno de los lados del doble consolador. ¡Calor!

Lo mueve con destreza y práctica mientras su boca juguetea con mi clítoris. Cierro los ojos. Disfruto..., me abro para ella... y muevo las caderas en busca de más. La mujer sabe lo que se hace y estoy disfrutando mucho. Muchísimo.

Abro los ojos. Eric nos observa y, de pronto, ella se sube a la encimera de un salto, sin sacar el consolador de mi cuerpo, se introduce la otra parte y con maestría y técnica se tumba sobre mí, me coge por las caderas y me comienza a follar. El consolador doble entra en mí y en ella al mismo tiempo, y nuestros jadeos son acompasados. Su ritmo se intensifica mientras mi excitación se acrecienta. Como si de un hombre se tratara, toma mi cuerpo, mientras sin apenas moverme yo tomo el suyo, hasta que las dos nos arqueamos y nuestros orgasmos nos hacen gritar.

Miro a mi amor. No se mueve, y Diana, con maña, saca el consolador doble de ambas, se baja de la encimera y dice, abriéndome a tope las piernas:

—Dame tu jugo..., dámelo.

Su boca ansiosa me lame. Quiere mi orgasmo. Me chupa con pericia, y yo me vuelvo loca de nuevo. Nunca me ha pasado eso anteriormente. Nunca habría imaginado que una mujer pudiera hacer que me corriera dos veces en menos de dos minutos. Pero ella, Diana, con desenvoltura, lo consigue, y yo me entrego a ella dispuesta a que lo logre mil veces más. Eric se acerca; yo extiendo la mano y me la besa mientras ella disfruta de mí.

Me siento como una muñeca entre sus brazos cuando mi amor me agarra y me baja de la encimera. Su duro pene choca con mis piernas y sonrío. Me posa en la cama. Se sienta a mi lado, y la mujer al otro. Me tocan. Cuatro manos recorren mi cuerpo, y yo jadeo. La puerta se abre y entra un hombre desnudo. Observa nuestro juego mientras yo me fijo en cómo su pene crece mientras nos contempla.

Paramos. El recién llegado se presenta como Jefrey, y Eric se agacha y pregunta:

—¿Te ha gustado Diana?

—Sí... —susurro como puedo.

Sonríe. Me besa, y cuando abandona mi boca, pregunto, extasiada:

—¿Puedo pedirte algo?

Mi amor me retira el pelo de la frente y asiente.

—Lo que quieras.

Acalorada, me levanto de la cama. Tumbo a Eric y, sentándome sobre él, murmuro:

—Quiero que Jefrey te masturbe.

Jefrey accede al segundo. Mi alemán no dice nada. Tumbado me mira. Su gesto me muestra que eso no le gusta, y entonces susurro antes de besarlo:

—Soy tu mujer, ¿verdad? —Eric asiente—. Y tú eres mi marido, ¿verdad?

Vuelve a asentir y con sensualidad le beso los labios.

—Entrégate a mí y a mis fantasías, cariño. Sólo te masturbará. Te lo prometo.

Veo que cierra los ojos. Piensa en mi proposición, y cuando los abre, asiente. Lo beso. Sé lo que supone eso para él y me agrada. Me siento a un lado, le toco los pezones y murmuro:

—Jefrey, haz que disfrute mi marido.

Sin dudar un segundo, Jefrey se arrodilla en la cama, coge el duro pene de Eric y lo masajea. Lo mueve de arriba abajo, y Eric cierra los ojos. No quiere verlo. La mujer se pone a mi lado y toca mis pechos. Le gusto y me lo hace saber mientras él sigue masturbando a mi amor. Le toca, tira de él, hasta que se mete la totalidad del pene en la boca. Eric se arquea. Jadea. Gustosa de ver aquello, me acerco a su boca.

—Abre las piernas, cariño.

Me hace caso. Jefrey se acomoda entre las piernas de Eric para lamer, chupar y excitar al hombre al que amo. Indico a la mujer que me toca que le chupe los pezones. Lo hace y asiento, gozosa de controlar la situación. Me gusta ordenar, tanto como ser ordenada. Jefrey, con la boca ocupada, pasea sus manos libres por el trasero de mi amor, y éste se contrae. Disfruta con las caricias. Cierra los ojos, y yo exijo:

—Mírame.

Obedece. Clava su azulada mirada en mí mientras siento que el vello del cuerpo se le eriza ante lo que ese hombre le hace. Eric se arquea. El placer rudo que le ocasiona Jefrey y que nunca había probado lo aviva. De pronto, soy consciente de que Eric tiene una de sus manos sobre la cabeza de Jefrey. Lo empuja a bajar sobre su pene. Quiere más. Sonrío. Mi amor jadea y, loca de excitación, hago que Jefrey se quite, me siento a horcajadas sobre él y me empalo.

Eric coge mis caderas y me aprieta contra él en busca de su loco orgasmo, mientras Jefrey y la mujer nos observan. Cuando mi amor da un sórdido gemido, me aprieto contra él, y entonces, sólo entonces, se deja ir.

Tumbada sobre él lo abrazo. Lo beso y pregunto:

—¿Todo bien, cariño?

Eric me mira. Cabecea y murmura:

—Sí, pequeña. Al final, lo has conseguido.

Eso me hace reír. De pronto, la puerta se abre. Dexter entra con un hombre desnudo. Eric se levanta y se mete en la ducha mientras yo me quedo sentada en la cama. La mujer que está a mi lado no se puede resistir y comienza a tocarme. El mexicano sonríe, se acerca a mí y me enseña la cadenita de los pezones. Sin necesidad de que me lo pida, acerco mis pechos a él y los pellizca con las pinzas. Luego, tira de las cadenas y murmura:

—Diosa..., hazme disfrutar.

Eric regresa con nosotros y se sienta en una butaca. Sé que quiere observar. Lo sé. La mujer que está a mi lado me susurra que quiere de nuevo mi vagina. Accedo. Abro mis piernas tumbada en la cama y guío su cabeza hasta ella. Con exigencia, la agarro por el pelo mientras me chupa, y soy yo la que en ese momento marca la intensidad. Ella coge la cadena que hay entre mis pechos y cada vez que con sus labios tira de mi clítoris tira de la cadena, y yo grito.

Somos el espectáculo caliente y morboso de cuatro hombres. Me gusta serlo. Ellos nos miran, y observo que Jefrey y el otro se ponen preservativos. Dexter respira con irregularidad, y Eric me come con la mirada. Los hombres disfrutan de lo que ven entre nosotras, y yo disfruto de ser mirada.