Cuando llevo una semana en Jerez, llamo a Sonia a Alemania. La mujer se pone muy contenta al recibir mi llamada, y yo me sorprendo cuando sé que Flyn está allí con ella. Eric está de viaje. Estoy tentada de preguntar si es a Londres, pero decido que no. Bastante me martirizo. Durante un buen rato hablo con el crío. Ninguno de los dos mencionamos a su tío, y cuando el teléfono lo vuelve a coger Sonia, murmura:
—¿Estás bien, tesoro?
—Sí. Estoy con mi padre en Jerez y aquí me mima como necesito.
Sonia sonríe y cuchichea:
—Sé que no lo quieres escuchar, pero te lo voy a decir: está insoportable. Ese hijo mío, con ese carácter que se gasta, es intratable.
Sonrío con tristeza. Imagino cómo está. Sonia murmura:
—No dice nada, pero te añora mucho. Lo sé. Soy su madre y, aunque no me lo dice ni se deja mimar, lo sé.
Hablamos durante quince minutos. Antes de colgar le pido que por favor no le digan a Eric que yo he llamado. No quiero que piense que le quiero poner en contra de su familia.
Tras diez días en Jerez con mi padre y sentir su calorcito y su amor, decido regresar a Madrid. Él viaja conmigo. Quiere ver a mi hermana y comprobar que ambas estamos bien. Lo primero que hacemos nada más llegar es ir a ver a mi sobrina. La pequeña al verme me abraza y me come a besos, pero rápidamente pregunta por su tito Eric.
Después de comer, y tras el acoso y derribo de mi sobrina preguntando por su tito, decido hablar con ella a solas. No sé cómo le puede afectar la separación de su madre y ahora la mía. Cuando nos quedamos a solas me pregunta por el chino. Le regaño por no llamar a Flyn por su nombre, aunque, cuando no me ve, me río. Esta niña es tremenda. Cuando le cuento que Eric y yo ya no estamos juntos, protesta y se enfada. Ella quiere a su tito Eric. La mimo e intento hacerle entender que Eric la sigue queriendo, y al final asiente. Pero de pronto me mira a los ojos y me pregunta:
—Tita, ¿por qué mis padres ya no se quieren?
¡Vaya preguntita! ¿Qué le respondo?
Pero mientras le peino su bonito pelo oscuro, contesto:
—Tus papis se van a querer toda la vida. Lo que pasa es que se han dado cuenta de que son más felices viviendo por separado.
—¿Y por qué si se quieren discutían tanto?
Con cariño le doy un beso en la cabeza.
—Luz, las personas aunque discutan se quieren. Yo misma, si estoy mucho tiempo con tu mami, discuto, ¿verdad? —La pequeña asiente, y añado—: Pues nunca dudes de que aunque discuta con ella la quiero muchísimo. Raquel es mi hermana y es una de las personas más importantes de mi vida. Lo que pasa es que los adultos tenemos opiniones diferentes en muchas cosas y discutimos. Y por eso tus papis se han separado.
—¿Por eso ya no estás con el tito Eric? ¿Por opiniones diferentes?
—Se puede decir que sí.
Luz clava sus ojillos en mí y vuelve a preguntar:
—Pero ¿todavía le quieres?
Suspiro. ¡Luz y sus preguntas! Pero incapaz de no contestar, respondo:
—Claro que sí. Las personas no se dejan de querer de un día para otro.
—¿Y él te quiere a ti todavía?
Pienso, pienso, pienso y, tras meditar mi respuesta, digo:
—Sí. Estoy convencida de que sí.
La puerta se abre y aparece mi hermana. Está guapísima con su vestido de premamá; tras ella va mi padre. Menuda papeleta que tiene el hombre con nosotras dos...
—¿Estáis preparadas para irnos a tomar algo al parque?
—Sí —aplaudimos Luz y yo.
Mi padre coge la cámara de fotos.
—Poneos un momento, que os voy a hacer una foto. Estáis guapísimas. —Cuando hace la fotografía, murmura—. ¡Ojú, qué orgulloso estoy! ¡Vaya tres mujeres más guapas que tengo!
40
Una mañana, tras mil indecisiones, llamo por teléfono a las oficinas de Müller y hablo con Gerardo. El hombre, encantado de hablar conmigo, me indica que esperaba mi llamada. Le pregunto por Miguel y me dice que está de viaje y regresa el lunes. Después hablamos de trabajo y me pregunta qué día me voy a reincorporar. Es miércoles. Decido comenzar a trabajar el lunes. Él acepta. Cuando cuelgo, el corazón me late acelerado. Voy a regresar al lugar donde todo empezó.
El viernes voy al local de tatuajes de mi amigo Nacho. Cuando me ve en la puerta, abre los brazos, y yo corro a su encuentro. Esa noche nos vamos de copeteo y terminamos a las tantas.
El domingo por la noche no duermo. Al día siguiente regreso a Müller. Cuando el despertador suena, me levanto. Me ducho y después cojo mi coche y me dirijo a la empresa. En el parking mi corazón comienza a bombear con fuerza, pero cuando, tras pasar por personal, regreso a mi despacho, el corazón se me sale por la boca. Estoy nerviosa. Muy nerviosa.
Varios compañeros, al verme, corren a saludarme. Todos parecen felices por el reencuentro y yo les agradezco esa deferencia. Cuando me quedo sola, miles de recuerdos llegan a mí. Me siento a mi mesa, pero mis ojos vuelan a mi derecha, al despacho de Eric, de mi loco y sexy señor Zimmerman. Sin querer remediarlo me dirijo a él, abro la puerta y miro a mi alrededor. Todo está como el día que me fui. Paseo mi mano por la mesa que él ha tocado y, cuando entro en el archivo, siento ganas de llorar. Cuántos buenos, bonitos y morbosos momentos he pasado con él aquí.
Cuando escucho ruido en el despacho de al lado presupongo que ha llegado mi jefe. Con cuidado salgo del archivo por el antiguo despacho de Eric y regreso a mi mesa. Me estiro la chaqueta de mi traje azul, levanto el mentón y decido presentarme. Llamo a la puerta y al entrar con los ojos como platos susurro:
—¡¿Miguel?!
Sin importarme quién nos pueda ver, me acerco a él y lo abrazo. Esa sorpresa sí que no me la esperaba. Mi antiguo compañero, el guaperas de Miguel, ¡es mi jefe! Tras el efusivo abrazo que nos damos, Miguel me mira y en mofa dice:
—Ni lo sueñes, preciosa. Yo no tengo líos con mi secretaria.
Eso me hace reír. Me siento en la silla y él se sienta al lado.
—Pero ¿desde cuándo eres el jefe? —pregunto, alucinada.
Miguel, que sigue tan guapo como siempre, responde:
—Desde hace un par de meses.
—¿En serio?
—Sí, preciosa. Tras echar a la jefa y, a los dos días, a su tonta hermana, tiraron de mí porque era el único que conocía el funcionamiento de este departamento. Y cuando vi que los tenía cogidos por los huevillos, les pedí el puesto y, por lo visto, el señor Zimmerman accedió.
Eso me sorprende. Eric nunca me lo comentó. Pero feliz por Miguel, murmuro:
—Dios, Miguel, no sabes cuánto me alegro. Estoy muy feliz por ti.
Mi amigo me mira y, tras pasar su mano por mi cara, susurra:
—No puedo decir lo mismo yo de ti. Sé que te marchaste a vivir a Múnich con Zimmerman. —Eso me vuelve a sorprender. No tiene por qué saberlo nadie, y me aclara—: Tranquila. Me encontré un día con tu hermana y me lo comentó. Nadie lo sabe. Pero ¿qué ha pasado? ¿Qué haces de nuevo aquí?
Consciente de que tengo que dar una explicación, le comunico:
—Hemos roto.
—Lo siento, preciosa —dice con pesar.
Me encojo de hombros.
—No salió bien. El señor Zimmerman y yo somos demasiado diferentes.
Miguel me mira y, ante lo que he dicho, opina:
—Diferentes sois. Eso fijo. Pero ya sabes que los polos opuestos se atraen.
Eso me hace reír. Es lo mismo que dijo mi padre.
Diez minutos después estamos en la cafetería. Miguel ha avisado a mis locos amigos Raúl y Paco de mi regreso, y los cuatro, como hacíamos meses atrás, hablamos y nos contamos confidencias.
Pasamos un buen rato en la cafetería, donde nos ponemos al día. Cuando ya estoy en el despacho de Miguel y éste me está entregando unos documentos, suenan unos golpecitos en la puerta. Miguel y yo miramos, y un mensajero con gorra roja pregunta: