Extendió un brazo hacia el cuenco de la fruta. Una chica se movió con la velocidad del rayo, le cogió la mano apartándosela delicadamente a un lado y cogió una uva.
—Por favor, no la peles —dijo Teppic—. La piel es lo mejor de la fruta, ¿sabes? Está llena de minerales y vitaminas muy nutritivas. Aunque supongo que no tendrás ni idea de esas cosas, ¿verdad? Las han inventado hace poco —añadió, básicamente para sí mismo—. Bueno, dentro de los últimos siete mil años —concluyó con amargura.
«Así que el tiempo fluye implacablemente y no se detiene nunca, ¿eh? —pensó—. Puede que se comporte así, en el resto del Disco, pero no aquí. Aquí se limita a irse amontonando como si fuese nieve. Es como si las pirámides nos frenaran y nos impidieran movernos del sitio, igual que esas cosas que utilizaban en la embarcación, esas como-se-llamen… ah, sí, las anclas marinas. Aquí todos los días son iguales. Mañana será las sobras de hoy recalentadas y puestas en un plato.»
La doncella no le hizo ningún caso y peló la uva.
Los segundos-copos de nieve fueron cayendo sobre las losas.
Los gigantescos bloques de piedra flotaban por los aires y se colocaban en su sitio como si estuvieran tomando parte en una demolición invertida. Fluían de la cantera al solar donde se alzaría la Gran Pirámide deslizándose silenciosamente sobre el paisaje y se movían majestuosamente por encima de las negrísimas sombras rectangulares que proyectaban.
—He de admitir que resulta asombroso —dijo Ptaclusp mirando a su hijo. Estaban inmóviles el uno al lado del otro en lo alto de la torre de observación—. Algún día la gente se preguntará cómo demonios lo hicimos.
—Todo ese jaleo de los troncos y los látigos es cosa del pasado, papá —dijo IIb—. Ya puedes tirarlos al cubo de la basura.
El joven arquitecto sonrió, pero la sonrisa tenía algunos matices inquietantes que la acercaban bastante al rictus de un maníaco.
Era asombroso, desde luego. De hecho, era bastante más asombroso de lo que habría debido ser. Ptaclusp IIb no lograba librarse de la sensación de que la pirámide era…
Agarró a su mente por los hombros y le dio una buena sacudida. Debería avergonzarse de estar pensando esas cosas. Dada la naturaleza de su trabajo si no iba con cuidado podía acabar volviéndose muy supersticioso.
Las cosas tenían una tendencia natural a formar una pirámide… bueno, por lo menos un cono. Lo había comprobado aquella misma mañana haciendo unos cuantos experimentos. Trigo, sal, arena… El agua no, claro. Pensándolo bien lo del agua había sido un error. Pero una pirámide no era más que un cono un poquito más pulcro, ¿verdad? Sí, una pirámide era un cono que había tomado la decisión de ser metódico y esmerado.
Quizá se le hubiese ido la mano en las medidas paracósmicas. No mucho, sólo un poquito, pero…
Su padre le dio una palmada en la espalda.
—Un trabajo magnífico —dijo—. ¿Sabes una cosa? ¡Casi se podría decir que la pirámide se está construyendo a sí misma!
IIb lanzó un chillido y se mordió la muñeca, una manía infantil en la que recaía siempre que estaba nervioso, pero Ptaclusp no se dio cuenta porque un capataz había escogido ese mismo instante para ir corriendo hacia el pie de la torre agitando su vara de medir ceremonial.
Ptaclusp se inclinó sobre la barandilla.
—¿Qué? —preguntó.
—¡He dicho que vengáis enseguida, oh amo!
Cuando estabas cerca de la pirámide y contemplabas la superficie de trabajo actual —hacia la mitad de la altura que tendría la pirámide cuando estuviera terminada—, con el hormigueo de trabajadores que se encargaban de ultimar los detalles de las cámaras interiores la palabra «impresionante» dejaba de resultar adecuada. La única palabra que parecía encajar con la situación era «aterradora».
Los bloques de piedra se amontonaban en el cielo moviéndose en una lenta danza colosal yendo y viniendo de un lado a otro mientras sus conductores intercambiaban gritos entre sí o con los infortunados controladores de vuelo situados en la cima de la pirámide, los cuales estaban muy ocupados intentando hacer oír sus instrucciones por encima del estrépito.
Ptaclusp se abrió paso por entre la multitud de trabajadores hasta llegar a su centro. Allí por lo menos había silencio. De hecho, había un silencio absoluto.
—Bueno, bueno —dijo—. ¿Qué está…? Oh.
Ptaclusp IIb echó un vistazo por encima del hombro de su padre y se metió la mano en la boca hasta la muñeca.
El hallazgo estaba muy arrugado. Era muy antiguo, y estaba claro que hubo un tiempo lejano en el que había sido un ser vivo. Ahora yacía sobre la losa y hacía pensar en una pasa tan grande y arrugada que rayaba en la obscenidad.
—Era mi almuerzo —dijo el jefe de escayoladores—. Era mi maldito almuerzo, lo juro. Con las ganas que tenía de hincarle el diente a esa manzana…
—Pero aún no puede ocurrir —murmuró IIb—. Todavía no puede formar nódulos temporales. Quiero decir que… ¿Cómo sabe que va a ser una pirámide?
—Extendí la mano para cogerlo y sentí como si… bueno, no sé muy bien lo que sentí, pero os aseguro que resultó muy desagradable —se quejó el jefe de escayoladores.
—Y además es un nódulo negativo —añadió IIb—. No debería haberlos.
—¿Sigue ahí? —preguntó Ptaclusp, y añadió—: Dime que sí.
—Si han colocado en posición algún otro bloque ya habrá desaparecido —respondió su hijo volviendo la cabeza en todas direcciones—. Los cambios de posición en el centro de masas hacen que los nódulos se muevan, ¿entiendes?
Ptaclusp le cogió del codo y tiró de él apartándolo de los trabajadores.
—¿Qué demonios me estás diciendo? —preguntó en un susurro de camello.[14]
—Tendríamos que taparla —farfulló IIb—. El tiempo atrapado se disiparía, y dejaríamos de tener problemas…
—¿Cómo quieres que la tapemos? Aún falta bastante para que esté terminada, ¿no? —replicó Ptaclusp—. ¿Qué has hecho? Las pirámides no empiezan a acumular energía hasta estar terminadas. Una pirámide no puede acumular energía mientras no sea una pirámide, ¿verdad? Energía piramidal, ¿comprendes? Se llama así porque se acumula en las pirámides, ¿eh? Por eso se llama energía piramidal, ¿no?
—Debe de ser un efecto colateral imprevisto causado por la masa y por la gran velocidad a la que estamos construyendo —se atrevió a conjeturar el arquitecto—, o algo parecido. El tiempo está quedando atrapado dentro de la estructura. En teoría pueden formarse nódulos de tamaño muy pequeño durante la construcción, pero deberían ser tan débiles que ni te enterarías de que estaban allí. Si te metías en uno envejecerías o rejuvenecerías unas cuantas horas como mucho o…
Su voz se convirtió en un balbuceo ininteligible.
—Me acuerdo de que cuando construimos la tumba de Kharlos XIV el pintor que se encargó de los frescos dijo que necesitó dos horas para hacer el de la Sala de la Reina, y nosotros le dijimos que había tardado tres días y le despedimos —murmuró Ptaclusp hablando muy despacio—. También recuerdo que tuvimos un jaleo considerable con el Gremio…
—Ya lo habías dicho —replicó IIb.
—¿El qué?
—Lo del pintor de frescos. Lo dijiste hace un momento.
—No, no había dicho nada sobre el pintor de frescos, y aunque lo hubiese dicho no podrías haberme oído —dijo Ptaclusp.
—Pues podría haber jurado que lo habías dicho. Bueno, de todas formas esto es bastante más grave que aquello —dijo su hijo—. Y hay muchas probabilidades de que vuelva a ocurrir.
14
Los murmullos enronquecidos no se adaptan demasiado bien a las condiciones ambientales del desierto.