Y aquel camello en particular —el resultado de millones de años de evolución selectiva orientada a producir una criatura que pudiese contar los granos de arena sobre los que caminaba, tensar los músculos de sus fosas nasales cerrándolas a voluntad y sobrevivir bajo el sol abrasador sin beber agua durante muchos días—, se llamaba Maldito Bastardo.
Y, de hecho, era el matemático más genial de todo el Mundodisco.
Maldito Bastardo estaba pensando. «Parece que nos encontramos ante una inestabilidad dimensional creciente que a juzgar por su aspecto oscila desde los cero hasta casi los cuarenta y cinco grados. Qué interesante. Me pregunto qué la estará causando… Supongamos que V es igual a 3. Supongamos que Tau es igual a Chi/4. rumiarumiarumia. Supongamos que Kappa/y es un tensor diferencial del dominio Monstruo Maloliente[20] con cuatro coeficientes de giro imaginarios…»
Ptraci le golpeó en la cabeza con una de sus sandalias.
—¡Venga, muévete! —chilló.
Maldito Bastardo siguió pensando. «Por lo tanto H elevada al poder capacitador es igual a V/s. rumiarumiarumia. Así pues, en notación hiperlógica…»
Dios estaba saliendo del palacio e incluso había conseguido encontrar a unos cuantos guardias cuyo temor a la desobediencia superaba al terror que les inspiraba aquel mundo tan repentina y misteriosamente distorsionado.
Maldito Bastardo seguía masticando estoicamente.
«… rumiarumiarumia lo cual nos da una oscilación progresivamente acortada muy interesante. ¿Cuál sería el período de esto? Supongamos que el período es igual a x. rumiarumiarumia. Supongamos que t es igual al tiempo. Supongamos que el período inicial…»
Ptraci empezó a saltar sobre su cuello y a golpearlo salvajemente con los talones, una actividad que habría hecho que cualquier antropoide del sexo masculino aullara y se golpeara la cabeza contra la pared más cercana.
—¡No quiere moverse! ¿Es que no piensas pegarle?
Teppic descargó una mano sobre el flanco de Maldito Bastardo golpeándolo con todas sus fuerzas. El único resultado fue que consiguió crear una nube de polvo y dejarse totalmente insensibles todas las terminaciones nerviosas de los dedos de esa mano. Golpear a Maldito Bastardo era como golpear un saco muy grande lleno de colgadores para la ropa.
—Vamos… —murmuró.
Dios alzó una mano.
—¡Alto en nombre del faraón! —gritó.
Una flecha se incrustó en la joroba de Maldito Bastardo.
«… igual a 6,3 recurrente. Reducir. Eso nos da… ay… 314 segundos…»
Maldito Bastardo hizo girar su largo cuello. Sus enormes cejas peludas formaron un par de curvas acusadoras, y los párpados de sus ojos amarillentos se entrecerraron mientras las pupilas se clavaban en el gran sacerdote. Su mente decidió dejar de lado aquel problema tan interesante durante unos momentos y extraer de sus profundidades aquella vieja rama de las matemáticas que su especie había perfeccionado hacía ya muchísimo tiempo y que tan familiar le resultaba.
«Distancia igual a trece metros. Velocidad del viento igual a 2. Vector uno-ocho. rumia. Glutinosidad igual a 7…»
Teppic desenvainó un cuchillo y se preparó para lanzarlo.
Dios tragó una honda bocanada de aire. «Va a ordenar que disparen sus arcos contra nosotros —pensó Teppic—. Me van a matar en mi propio nombre y en mi propio reino…»
«Ángulo dos-cinco. rumia. Fuego…»
El disparo resultó magnífico. La masa de bolo alimenticio poseía el coeficiente de giro y la velocidad de ascenso adecuadas y dio en el blanco con un sonido como… como el que produciría un cuarto de kilo de hierba a medio digerir haciendo impacto en el rostro de alguien. No había ninguna otra cosa que pudiera sonar igual.
El silencio que siguió al impacto resultó curiosamente parecido a la ovación de una sala con todo el público puesto en pie.
El paisaje empezó a sufrir una nueva oleada de distorsiones. Estaba claro que aquel no era un sitio en el que resultara muy aconsejable quedarse. Maldito Bastardo inclinó la cabeza y se contempló las patas delanteras.
«Supongamos que el total de patas es igual a cuatro…» Emprendió un trote que no tardó en volverse carrera. Los camellos parecen tener más rodillas que cualquier otro ser viviente de la creación, y Maldito Bastardo se movía como una máquina de vapor. Había montones de movimientos que formaban ángulos rectos con la dirección del avance acompañados por un atronador concierto de ruidos digestivos.
—Qué animal tan condenadamente estúpido —murmuró Ptraci mientras se iban alejando del palacio—. Bueno, parece que por fin ha entendido lo que esperábamos de él…
«… índice de repetición 3,5/z fijo en condiciones normales. ¿De qué demonios estará hablando? Condenadamente Estúpido vive en Espadarta…»
Las patas de Maldito Bastardo se movían y giraban por los aires como si las articulaciones consistieran en bandas de goma bastante gastadas, pero cada zancada cubría una gran cantidad de terreno. Unos instantes después ya estaban rebotando por las calles de tierra apisonada de la ciudad.
—Está empezando a ocurrir de nuevo, ¿verdad? —preguntó Ptraci—. Voy a cerrar los ojos.
Teppic asintió. Las casas de ladrillos calientes como hogueras que se extendían a su alrededor estaban volviendo a iniciar su movimiento a cámara lenta estilo cámara de los espejos, y el camino subía y bajaba de una forma que ningún terreno mínimamente sólido tenía derecho a utilizar.
—Es como el mar… —dijo Teppic—. ¡Eh! ¡Oh! —añadió.
Maldito Bastardo acababa de dejar atrás un bache.
—Pues yo no estoy mareada —replicó Ptraci con mucha firmeza.
—No, me refería al mar. El océano. Ya sabes, las olas y todo lo demás.
—He oído hablar de eso. ¿Nos persiguen?
Teppic giró sobre la silla de montar.
—No que yo pueda ver —dijo—. Parece como si…
Su posición actual le permitía ver la larga estructura achatada del palacio, el río y la Gran Pirámide que se alzaba en la otra orilla. La tumba quedaba casi oculta por una masa de nubes oscuras, pero lo que podía ver de ella tenía un aspecto decididamente extraño. Teppic sabía que. la Gran Pirámide sólo tenía cuatro caras, y podía verle las ocho.
La Gran Pirámide parecía haber decidido alternar la nitidez con el volverse borrosa, y los instintos de Teppic le advirtieron de que esa clase de decisiones siempre resultaban muy peligrosas, especialmente cuando eran tomadas por varios millones de toneladas de roca. Sintió un impulso apremiante de estar lo más lejos posible de la pirámide. Incluso una criatura con tan poco cerebro como el camello parecía haber tenido la misma idea que él.
Maldito Bastardo estaba pensando.
«Delta al cuadrado. Así pues la presión dimensional k producirá una transformación de noventa grados en Chi(16/x/pu)t en un fardo K de cualquiera de las tres invariables que se tomen. O cuatro minutos, más menos diez segundos…»
20
El matemático más prodigioso que ha dado la especie de los camellos a lo largo de toda su historia. Inventó una matemática del espacio octadimensional mientras estaba acostado con las fosas nasales contraídas para que no le entraran los granos de arena durante una violenta tempestad del desierto.