Los desiertos también ayudaban muchísimo. Los desiertos son sitios donde no hay muchas distracciones, y en lo que concernía a los camellos el camino que llevaba a un desarrollo intelectual prodigioso había sido el tener muy poco que hacer y no disponer de nada con lo que pudieran hacer ese poco.
Maldito Bastardo llegó a la cima de la duna, contempló con aprobación las arenas ondulantes que se extendían delante de sus ojos y empezó a pensar en logaritmos.
—¿Cómo es Efebas? —preguntó Ptraci.
—Nunca he estado allí. Tengo entendido que está gobernada por un Tirano.
—Bueno, entonces espero que no lleguemos a conocerle.
Teppic meneó la cabeza.
—No se trata de esa clase de Tirano —le explicó—. Cambian de Tirano cada cinco años y antes tienen que hacer algo con él. —Intentó dar con la palabra adecuada—. Creo que le alijan.
—Eso es lo que hacen con los gatos, los toros y otros bichos, ¿verdad?
—Eh…
—Ya sabes a qué me refiero. Sirve para que pierdan las ganas de pelear y se vuelvan más cariñosos.
Teppic torció el gesto.
—Si he de serte sincero la verdad es que no estoy muy seguro —dijo—, pero no creo que se trate de eso. Lo hacen con una especie de herramienta especial o algo así… Creo que se llama mocracia, y eso quiere decir que todas las personas del país pueden decir quién creen que ha de ser el nuevo Tirano. Un hombre, un… —Hizo una pausa. Las clases de historia política a las que había asistido parecían muy lejanas en el tiempo, y aparte de eso le habían expuesto a conceptos que resultaban tan nuevos como inauditos para alguien nacido en Djelibeibi y, pensándolo bien, incluso para alguien nacido en la misma Ankh-Morpork. Aun así Teppic decidió intentarlo—. Un hombre, un veto.
—Y eso sirve para el alijamiento, ¿no?
Teppic se encogió de hombros. Quizá sí, y quizá no. La verdad es que no tenía ni idea.
—Lo importante es que todo el mundo puede hacerlo. Están muy orgullosos de ello. Todo el mundo tiene… —volvió a vacilar. A esas alturas ya estaba bastante seguro de que se había hecho un lío—, tiene el veto. Salvo las mujeres, naturalmente. Y los niños. Y los criminales. Y los esclavos. Y los idiotas de nacimiento. Y los extranjeros. Y la gente que está mal vista por… eh… varias razones. Y montones de personas más. Pero aparte de esa gente todo el mundo tiene su veto. Es una civilización muy ilustrada.
Ptraci pareció meditar en lo que acababa de explicarle.
—Y a eso se le llama mocracia, ¿verdad?
—Bueno, ellos fueron los que la inventaron, ¿sabes? —respondió Teppic con la vaga sensación de que estaba obligado a defenderla.
—Apuesto a que han tenido graves problemas para exportarla —dijo Ptraci con firmeza.
El sol no sólo era una bola de estiércol llameante empujada a través del cielo por un escarabajo pelotero gigante. También era una embarcación. Dependía del ángulo desde el que lo contemplaras.
La luz no parecía luz. Se había vuelto extrañamente apagada y sin brillo, y si fuera agua la única forma de definirla habría sido decir que sabía a lo que sabe el agua después de haber pasado varias semanas dentro de un vaso. La luz había perdido la alegría. Iluminaba, sí, pero sin vida. Recordaba más a la luz de la luna que a la del día.
Pero en aquellos momentos Ptaclusp estaba bastante más preocupado por su hijo que por los problemas que pudiera tener la luz.
—¿Tienes alguna idea de qué le ha pasado? —preguntó.
Su otro hijo estaba mordiendo el punzón y su expresión dejaba bien claro que no le estaba sirviendo de mucho y que habría preferido morderse la mano, pero le dolía demasiado. Había intentado tocar a su hermano y las chispas le habían despellejado los dedos.
—Quizá —se atrevió a decir.
—¿Puedes curarle?
—No lo creo.
—Entonces… ¿Qué le pasa ?
—Bueno, papá… Cuando subimos a la pirámide… bueno, cuando quedó claro que no podía descargar la energía… verás, estoy seguro de que retorció el… el tiempo y de que le dio la vuelta… El tiempo no es más que otra dimensión, ¿entiendes? Hum…
Ptaclusp puso los ojos en blanco.
—No emplees tu jerga de arquitecto conmigo, chico —replicó—. ¿Qué le ocurre a tu hermano?
—Creo que sufre un desajuste dimensional, papá. Se ha hecho un pequeño lío con el tiempo y el espacio. Por eso no para de moverse de lado.
Ptaclusp IIb miró a su padre y le obsequió con un valeroso intento de sonrisa.
—Siempre ha tenido una cierta tendencia a moverse así —dijo Ptaclusp.
Su hijo suspiró.
—Sí, papá —dijo—, pero entonces el que se moviera de esa forma resultaba perfectamente normal. Todos los contables se mueven así porque no les gusta enfrentarse a la realidad. Ahora se mueve de lado porque para él… bueno, ahora es el Tiempo lo que le obliga a moverse así.
Ptaclusp frunció el ceño. Moverse de lado y muy despacio no era el único problema del que estaba aquejado IIa. También había quedado aplanado. No es que se hubiera vuelto como una carta, naturalmente, que tiene anverso, reverso y filo sino que… bueno, se había vuelto plano en todas direcciones a la vez.
—Me recuerda a los tipos de los frescos —dijo Ptaclusp—. ¿Dónde está su profundidad, su perspectiva o como demonios se le llame a eso?
—Creo que está en el Tiempo —dijo IIb poniendo cara de impotencia—. En el nuestro, claro, no en el suyo.
Ptaclusp caminó alrededor de su hijo, se dio cuenta de que la chatez le seguía y se rascó el mentón.
—Así que puede moverse en el Tiempo, ¿eh? —dijo hablando muy despacio.
—Sí, es posible que pueda hacerlo.
—¿Crees que podríamos convencerle para que se diera un paseíto de unos cuantos meses hacia atrás y nos dijese que no construyéramos esa maldita pirámide?
—No puede comunicarse, papá.
—Bueno, al menos en eso no ha cambiado mucho…
Ptaclusp se dejó caer sobre los cascotes y apoyó la cabeza en las manos. Las cosas no podían estar peor. Un hijo normal e imbécil y un hijo más plano que una sombra… ¿Y qué clase de vida iba a tener el pobre chaval ahora? Pasaría el resto de su existencia siendo utilizado para forzar cerraduras o para quitar el hielo de los limpiaparabrisas… Bueno, al menos siempre tendría un sitio en el que dormir. Podría pasar la noche en cualquier prensa-pantalones de la habitación de un motel barato,[22] pero eso y el ser capaz de meterse por debajo de las puertas y leer libros sin necesidad de abrirlos no parecía gran cosa como compensación.
IIa se deslizó unos centímetros hacia un lado. Ptaclusp pensó que parecía un recortable moviéndose sobre el paisaje.
—¿No podemos hacer nada? —preguntó—. No sé… ¿No podemos enrollarle o algo parecido? Quizá estaría más cómodo…
IIb se encogió de hombros.
—Podríamos ponerle algo en el camino. Quizá fuese buena idea. Impediría que le ocurriese algo peor porque entonces… eh… no habría tiempo de que le ocurriese. Creo.
Empujaron la estatua de Chist-Hera el Dios con Cabeza de Buitre hasta colocarla en el camino del hermano plano. Un par de minutos después su lento deslizarse de lado le hizo entrar en contacto con el obstáculo. El chispazo azul que se produjo a continuación derritió la mitad de la estatua, pero el movimiento se detuvo.
—¿Por qué echa chispas? —preguntó Ptaclusp.
—Creo que es un fenómeno parecido al de los resplandores que emiten las pirámides.
Ptaclusp no había llegado a donde estaba hoy… mejor dicho, no había llegado a donde estaba la noche anterior por casualidad. El constructor de pirámides era capaz de encontrar las ventajas implícitas, incluso en las situaciones más improbables.
22
La traducción es aproximada, naturalmente, dado que el idioma de Ptaclusp no poseía ningún vocablo cuyo significado fuera equivalente al de las palabras «hielo», «parabrisas» o «habitación de motel». Pese a ello, no hay que pasar por alto un hecho tan interesante como el de que la traducción literal de