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– Le alegró hacerlo. Las cosas estaban mucho peor de lo que incluso yo había imaginado. En Murmansk, la armada le debe a la compañía de electricidad local casi cuatro millones de dólares en facturas sin pagar. La semana pasada, cortaron el suministro eléctrico de tres bases de submarinos nucleares. Yo no soy físico nuclear, Dave, pero hasta yo puedo ver que las consecuencias de lo que esos tíos están haciendo podrían ser desastrosas. La perspectiva de que alguien le proporcionara a la armada varios millones de dólares de dinero en efectivo a cambio de impedir un desastre nuclear era una oferta que no podía permitirse rechazar.

– ¿De verdad está todo tan mal?

– De verdad. Hay docenas de submarinos retirados esperando el desguace, y muchos tienen más agujeros que un colador. Necesitan un suministro constante de electricidad sólo para mantener las bombas en marcha y evitar que se hundan. Si ya es difícil desguazar un viejo reactor en tierra firme, imagina lo que será en el fondo del Mar Blanco -Gergiev soltó una carcajada-. En esas circunstancias conseguí llegar a un acuerdo muy generoso; muy generoso de verdad.

– ¿Qué porcentaje?

– No te lo vas a creer.

– Einstein, en aquellas bolsas habrá cuarenta millones de dólares.

– Tanto como eso, ¿eh?

– Por lo menos. Bueno, ¿qué parte es para ellos?

– Se conforman con un 30%.

– Treinta por ciento. Eso es sólo doce millones -Dave estaba encantado.

– Es el triple de lo que deben a Kolenergo. Es la autoridad de la electricidad -Gergiev se encogió de hombros-. La armada rusa está desesperada por conseguir dinero contante y sonante. Con franqueza, el comandante se habría conformado con un 25%, pero, bueno, me sentía patriótico. Y no es sólo la armada. Hace sólo unas semanas, Kolenergo cortó el suministro eléctrico al mando central de las Fuerzas de Misiles Estratégicos de Plesetsk durante dos días enteros. Dave, te hablo del lugar desde donde se controlan nuestros ICBM. Incluso cortaron la electricidad de un centro de control aéreo cuando el avión del Primer Ministro estaba en el aire -Gergiev se echó a reír-. ¿Doce millones? Créeme, pensarán que es un gran negocio. Después de todo, ellos no tienen nada que perder y pueden ganarlo todo.

– Eso nos dejará unos veintiocho millones de dólares -musitó Dave-. Es decir, catorce millones para cada uno.

– ¿Algún problema?

– Muchos. Pero es una larga historia.

Gergiev era mayor que Dave. Llevaba barba y bigote al estilo Lenin y, al igual que el teniente, vestía un mono mugriento de color azul. Parecía más un intelectual -un profesor universitario, un médico- que alguien relacionado con una de las mayores bandas de la mafia de San Petersburgo. Asintió y dijo:

– Tienes razón. Ya me lo contarás, cuando vayamos de vuelta a Rusia. Será mejor que nos pongamos en marcha. El sistema de vigilancia por sonar de la Flota del Norte informa que hay otro submarino en la zona.

– Probablemente el submarino francés que esperaba Kate – dijo Dave.

– Kate es la muñeca, ¿verdad?

– Es la madre de todas las muñecas. Una auténtica matrioshka, amigo mío. Una mujer dentro de otra. Ahí me tienes a mí haciéndole el amor y resulta que era del FBI. No es que me fiara del todo de ella. Ya me conoces. Yo no me creo nada.

– Entonces, llegaremos a hacer un auténtico ruso de ti -bromeó Gergiev-. ¿Qué estaba haciendo en el buque? ¿Tú crees que nos vigilaban?

– En absoluto. Como te he dicho, es una larga historia. ¿Ves este barco en el que estamos? Pues la suerte quiso que el FBI lo tuviera bajo vigilancia. No es sólo dinero lo que cruza el Atlántico de contrabando. Los depósitos de combustible de este barco están llenos de cocaína. Y ella cree que íbamos detrás de la droga.

Gergiev se quedó pensativo.

– Lástima -dijo al cabo de un momento.

– ¿El qué?

– Pensaba que es una lástima que no tengamos más tiempo. Ahora hay un mercado enorme para la cocaína en Rusia. Por favor, no me digas cuánta hay ahí abajo.

– No sólo hay cocaína; también hay tres cadáveres. Ya te lo he dicho; tuvimos algunos problemas.

– En ese caso me sentiré mucho más feliz cuando hayamos hundido este barco -Gergiev echó una mirada a Al, ahora dominado por dos musculosos marineros rusos-. ¿Los muertos fueron de su cuenta?

– Sólo en parte -Dave sacudió la cabeza y dijo-. Creo que le gusta matar a la gente. Hace diez minutos, estaba planeando matarme a mí.

– Entonces, ¿qué vas a hacer con él?

– Todo depende de que Kate siga decidida a ser una escrupulosa agente federal. Yo tenía esperanzas de poder convencerla de que viniera con nosotros.

Gergiev parecía dubitativo.

– Hay muchas mujeres en Rusia, Dave. Con la excepción de las mujeres de nuestros políticos, la mayoría son muy hermosas. Un poco corruptas, quizás, pero eso no tendría que preocuparte.

– Ésta es especial, Einstein. ¿Alguna objeción?

Gergiev miró a Kate. Con una mirada vio la clase de mujer que era. Hermosa, sin duda; pero también fuerte, y orgullosa. Había conocido a mujeres como ella; mujeres del Partido, cuando todavía había un Partido. Mujeres de la KGB, cuando todavía había una KGB. Puede que llevaran un ligero maquillaje y se vistieran de forma atractiva y femenina. Algunas de ellas quizás fingieran interés por tener un romance, pero siempre eran más duras que los hombres. Siempre que había un escándalo de espionaje y un agente se pasaba al otro lado, siempre era un hombre el que traicionaba a su país, nunca una mujer. Y sin duda alguna, nunca una mujer como Kate. Era lo mismo con el matrimonio; siempre era el marido el que traicionaba, nunca la mujer. Las mujeres conocían el significado de la lealtad. Los hombres sólo sabían cómo se deletreaba. Así que Gergiev sabía que la respuesta de Kate sería no, aun si Dave tenía esperanzas de que fuera algo diferente.

Gergiev dijo:

– ¿Objeciones? No, claro que no. Tráela contigo. Estoy seguro de que la tripulación del submarino estará encantada de tener una mujer atractiva a bordo.

– Gracias Einstein. Hablaré con ella.

– Habla todo lo que quieras. Pero, Dave, no digas demasiado -añadió Gergiev dando unos golpecitos significativos en su reloj.

A desgana, Kate dejó que Dave la llevará a la cocina, donde le devolvió su identificación y la placa del FBI, y donde le reiteró que no estaba interesado en las drogas que había a bordo del yate. Luego le explicó lo del dinero. Le dijo:

– Es dinero de la droga. Tony Nudelli cree que el dinero es colombiano, pero en realidad pertenece a gente de Nueva Jersey. Da la casualidad que son amigos de Tony, amigos italianos. No les va a gustar cuando averigüen que Tony estaba detrás de esto. Ése es mi regalo para él. Cree que está quedándose con dinero fácil de algún cártel, dinero que iba de camino a la Europa del Este para que lo blanquearan; en cambio se encontrará con que ha hecho unos nuevos y peligrosos enemigos.

Kate no pareció impresionada.

– Si quieres saber lo que pienso, es tu personalidad la que necesita un blanqueo -dijo.

– Quizás querrías encargarte tú.

– Ya estás metido en aguas bastante calientes.

– ¿Te burlas de todos los hombres? ¿O sólo de los que conoces?

– No te hagas ilusiones. Yo no te conozco en absoluto. Sólo eres un tipo con el que me acosté. La mayor parte del tiempo tuve los ojos cerrados, ¿te acuerdas?

Dave sonrió incómodo.

– Puedes tratar de convencerte de que fue así, si quieres, Kate. ¿Quién sabe? Quizás puedas escribir tu informe y decir que había un pistolero solitario y nadie en las verdes colinas. Quizás incluso puedas mostrar una bala mágica. Pero yo he visto la película de lo que pasó entre tú y yo, Kate. Y no tiene nada que ver con la forma en que tú lo has descrito.

Kate se encogió de hombros desdeñosamente.

– No es sólo la Comisión Warren la que puede ocultar cosas. Y cuando se trata de lo que pasó entre nosotros, yo soy Earl Warren y Richard Nixon y Oliver North todo en uno. En mi cabeza esta película ya está montada. Las tijeras ya han hecho su labor. Se han cortado escenas cruciales; cortado ¿lo oyes?