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– No, pero…

– ¿Pero?

– No se recuperará en una semana -dijo con tristeza-, ni en un mes. Imposible. Y entonces, ¿qué sucede ahora? -preguntó, mirando la cara enjuta de su abuelo mientras un músculo se le movía en la mandíbula-. No podré volver a América -dijo finalmente-. Tendré que quedarme.

Mike frunció el ceño, pero a la vez sintió que el corazón le daba un salto, como si algo dentro de sí se sintiera profundamente satisfecho por lo que acababa de oír.

– Y eso, ¿en qué circunstancias te deja? ¿Estás con permiso?

– Renuncié para venir aquí.

– ¿Renunciaste?

Ella levantó la mirada hacia él con una sonrisa irónica. No había movido la mano. Seguía bajo la de él y no encontraba las fuerzas para sacarla de allí. Ese hombre era su único apoyo en todo ese jaleo.

– Parece drástico, ¿no? -se encogió de hombros y logró esbozar una sonrisa-. Pero no lo es. He trabajado los dos últimos años en urgencias. Ha sido emocionante, pero ya he tenido suficientes emociones. Me voy a dedicar a la medicina familiar.

– ¿Te está esperando un trabajo?

– Me he presentado a montones de puestos en los Estados Unidos. Estaba esperando saber si me habían aceptado o dónde, cuando tuve que venirme aquí. Estoy segura de que tendré una pila de ofertas esperándome en casa cuando vuelva a casa -dijo, esbozando un instante su fantástica sonrisa-. Así que me pareció justo decirle al hospital que no volvería.

– ¿Así que estás libre?

– Supongo que sí. Al menos hasta que tenga que empezar a trabajar para alimentarme -volvió a esbozar esa sonrisa cegadora que hizo que casi se le cayeran los calcetines-. Me da la impresión de que si el abuelo sólo tiene una cerda, ocho cochinillos y seis cabras, estoy en apuros si creo que la granja me dará de comer. No me apetece demasiado matar los cerditos.

– No -dijo Mike, devolviéndole la sonrisa mientras el cerebro trabajaba a mil por hora. Las palabras de Bill le resonaban en la mente…que aceptarían a Doris si tuviese título de médico.

¡Diablos!

La habitación le pareció de repente demasiado pequeña.

La puerta se abrió. Era Bill, con una enfermera. Gracias a Dios. La presión le estaba subiendo hasta el techo mientras trataba de pensar.

– Hemos venido a hacer el verdadero trabajo aquí -anunció Bill, echando a Mike y Tess una mirada especulativa y divertida mientras ellos separaban las manos, cohibidos. Aja. Las cosas progresaban-. No queremos doctores -añadió alegremente-, a menos que tengáis algo urgente que hacer.

– Yo me voy -dijo secamente Mike con una voz que hizo a Bill fruncir el ceño-. Avísame cuando se despierte, Bill.

– Yo me quedo -dijo Tess-. Éste es mi abuelo. Búscate uno para ti.

– Tess…

– Tiene más o menos diez abuelos y abuelas esperándolo en la consulta esta mañana -dijo Bill, sonriendo nuevamente-. Tiene para elegir.

– Pues, ahí tienes -dijo ella con cariño-. Adiós, doctor Llewellyn. Ve y ocúpate de las necesidades médicas de los abuelos y abuelas del valle. Nosotros nos ocuparemos de éste.

Y no tuvo más remedio que irse.

Antes de que tuviera una excusa para volver a la habitación de Henry, sería de noche, pensó mientras cerraba la puerta a regañadientes. A no ser que Henry se despertase.

Ojalá Henry se despertase. Y no sólo por Henry mismo.

Mike trabajó todo el día, mientras que Tess no se separó de su abuelo más que para darse una ducha y cambiarse, cuando Bill le insistió que él la reemplazaría mientras ella se arreglaba.

– Es muy difícil -le dijo a Bill con la voz tensa-. Estoy tratando de decidir qué es lo mejor. Quizás Mike tenga razón y él se recuperará totalmente, pero mientras tanto no puede volverse a la granja y vivir solo. ¿Dónde está la Unidad de Rehabilitación más cercana?

– Melbourne.

– A menos que tenga alguien que le haga hacer los ejercicios en casa, tendrá que ir a la ciudad, y eso logrará que deje de valerse por sí mismo, además de que no tiene quién se ocupe de la granja los meses que esté fuera.

– Se podría vender la granja.

– No, eso es impensable.

– ¿Por qué?

– Mi padre me transmitió el amor a la granja. Cuando la vi por primera vez, y conocí al abuelo, ya tenía dieciséis años y sentía que el sitio era mi hogar. Me encanta.

– ¿Es una chica de granja?

– En absoluto. Crecí en la ciudad, aunque quizás sea una chica de granja en el corazón. Por eso es que decidí dedicarme a la medicina familiar, para poder mudarme al campo. Ya sé que es una idea un poco bucólica, en realidad soy una tonta idealista -dijo sonriendo.

– No se lo crea. En este hospital apreciamos mucho a los tontos idealistas.

– ¿Quiere decir que eso es lo que es Mike, que a pesar del trabajo que tenía encontró un rato para ir a buscar a mi abuelo y luego tuvo que levantarse al alba para recuperar el tiempo perdido? Qué pedazo de doctor. Tiene el coche más maravilloso y el perro más bobo…

– Parece que ha ganado su corazón -dijo Bill lanzando una risita. Un timbre sonó en el pasillo, haciéndolo esbozar un gesto de disculpa-. El deber me llama. La dejo para que haga sus planes, doctora Westcott, y me interesará mucho saber lo que decide.

– Y yo también -masculló Tess cuando se cerró la puerta tras él-. Porque, si estás haciendo planes que incluyan a Mike, quiere decir que tienes sueños de aire, Tess Westcott.

Cuando se volvió a mirar la cama, Henry se estaba moviendo. Y la miraba.

– Sueños de aire… -la voz de Henry era un susurro casi ininteligible, pero fue lo suficiente. La cara de Tessa se iluminó de alegría y le enterró la cara en el hombro.

– Oh, abuelo…

– Pensé que eras un sueño -susurró él en la mata de pelo-. Mi Tess. Un sueño de aire. ¿Es lo mismo?

– No -dijo, levantando la cabeza para mirarlo con cariño largamente-. Soy real. Soy verdadera cien por cien. Sólo hacía planes.

– ¿Planes?

– Planes para mí, planes para ti. Y… -inspiró profundamente-… planes para Mike Llewellyn.

– Ya veo -la sombra de una sonrisa jugueteó en la cara de Henry.

– Pues yo no lo veo nada claro -dijo ella, tomando una de las delgadas manos y pasándosela por la mejilla-. Lo único que sé es que estás vivo y que te tengo nuevamente.

– Y tú estás aquí, pequeña. Si supieras cuánto quería que vinieras…

– Oh, abuelo -la voz se le quebró de la emoción. Luego se controló y logró mirarlo duramente-. Eh, ¿no te he dicho siempre que tuvieses cuidado? ¿Quieres decirme para qué te metiste en una cueva y tuviste un derrame cerebral?

– Me sentía muy mal -le dijo, intentando modular cada palabra-. Tenía un dolor de cabeza terrible que no me podía quitar. Sabía que llamarías a la noche, así que me tomé la tarde para ir a la cueva. Por si acaso era algo serio… era como si… como si hubiera tenido que decirle adiós.

– Así, si era algo serio, ¿te quedarías allí durante cinco días sin ayuda médica?

– ¿Es necesario que seas tan mandona? -dijo con voz débil y ella rió.

– Sí. Ya me conoces, abuelo.

– Una verdadera marimandona.

Se quedó silencioso, exhausto. Pasaron diez minutos antes de que volviese a hablar. Tess no avisó a nadie. Por el momento, quería estar a solas con él.

– Así que… ¿qué planes estás haciendo para Mike Llewellyn? -susurró finalmente y ella se lo quedó mirando.

– Oh, ninguno.

– Cuéntame.

– Pues, sólo es que Mike tiene exceso de trabajo, exceso de generosidad y exceso de encanto, además de que es guapo a más no poder -dijo, con un brillo en los ojos-. Y yo tengo que quedarme aquí y cuidarte, pero también necesito trabajar, así que…