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Doquiera que fuese, estaba Tessa.

La colegiatura de Tessa fue aprobada increíblemente rápido. Sus credenciales médicos eran impecables, al menos eso era lo que pensaba el colegio, y Mike también. Parecía un sueño.

Pero Tess era totalmente real.

Mike la miró mientras lo ayudaba a coser el tendón de Aquiles de Jason y no dudó en un instante de su habilidad como anestesista. A través de la pared, escuchó cómo aconsejaba a los pacientes y se maravilló de su habilidad para quedarse callada y dejar que descargaran sus preocupaciones y angustias. Había que insonorizar las paredes. Con el tiempo, había que hacer gran cantidad de cambios si Tess se quedaba. Mientras escribía las historias clínicas de sus pacientes, Mike podía oír todo.

– Haz lo que tu corazón te diga -sugirió Tess suavemente-. Si piensas que es lo correcto, no dejes que nadie se interponga en tu camino.

Sigue tu corazón…

Luego, Mike vio cómo Tess ayudó a su abuelo a recuperarse. Se pasaba las mañanas ayudándole a caminar tambaleante por los pasillos del hospital, como si tuviese todo el tiempo del mundo, y como si mirar a un hombre usar un andador fuese lo más interesante.

Henry se recuperó de una forma increíblemente rápida bajo sus cuidados.

También Tessa se ocupó de conocer a los lugareños. Se presentó a cada uno de los jugadores del equipo de Jancourt y se tomó el trabajo de aprenderse las reglas de su nueva pasión con toda seriedad. Para asombro de Mike, incluso se puso a tejer una bufanda con los colores del club.

– Creo que haré un par de ellas -le dijo, haciendo punto con toda la concentración de una abuela-. O quizás una bien larga, para que podamos usar una punta cada uno…

Y por la noche…

Por la noche Tess iba a la granja y visitaba a Doris y sus bebés, ocupándose de que todo estuviese bien. Pero más tarde, volvía a la ciudad y tomaba a Mike en sus brazos. Y dormía exactamente donde quería. Con su Mike.

Hasta Strop pareció aprobarlo. Cuando ella estaba allí, no intentaba subirse a la cama, y Mike encontró en el cuerpo de Tess una paz que nunca creyó que tendría.

La vida nunca había sido tan perfecta, pensó Mike, dichoso, mientras amaba a aquella mujer. Nunca se había imaginado que sería tan perfecta.

La abrazaba y la amaba, pero sólo la mitad de él sabía que vivía en una pompa de jabón.

– ¡Oye, que no estoy por desaparecer! -bromeó Tess con dulzura cuando se cumplieron dos semanas de estar juntos-. Me quedo aquí para siempre.

Mike no la creía, pero igualmente la estrechó entre sus brazos.

En un pueblo como Bellanor, era imposible mantener una relación como ésa secreta. Después de la primera noche que Mike pasó con Tessa, se había encontrado con miraditas y risa.

– ¡Qué bien, doctor! -era el comentario general-. ¿Qué le llevó tanto tiempo?

Tanto tiempo… tres días completos…

Al final de las dos semanas, la aprobación general comenzó a estar teñida de un mensaje más fuerte.

– Así que, ¿cuándo va a convertirla en una mujer decente, Doc, y conseguir una madre para su chucho?

Matrimonio…

Mike nunca había pensado en ello, pero una vez que lo mencionaron, no se podía sacar la idea de la mente. Lo mirara como lo mirase, ya había roto su promesa, y no había forma de empeorarla más.

Esa noche Tess lo acompañó a hacer su visita semanal a Stan Harper.

– Me siento como la m…, Doc -le dijo Stan, dirigiéndole una mirada de disculpa a Tess-. Disculpe mi lenguaje, señorita.

Tess se había quedado sentada en la cocina de Stan mientras Mike le auscultaba a éste el pecho y su rostro expresó compasión.

– No comprendo las palabrotas australianas -mintió-. Quería que Mike me las enseñara, pero prefiere que no me las aprenda. Por más que le pido y le pido, ¿se cree que me las enseña? ¡No, señor!

Stan lanzó una risita y su tristeza desapareció por un rato. Pero sólo por un rato.

– Me gustaría que se viniese al hospital unos días -sugirió Mike, mientras Stan se bajaba el jersey-. Stan, no parece que haya nada malo en su corazón y los dos electros han sido buenos, pero como el dolor persiste… pues, parece que hay algo. Será mejor que se interne y le hagamos un chequeo completo.

Pero Stan no quiso saber nada.

– No. Me quedo aquí, pero, ¿vendrá otra vez el sábado? -sonaba ansioso y Mike sabía lo solo que se encontraba el anciano.

– ¿Qué tal si le digo a la enfermera del distrito que venga a mitad de semana? Yo vendría igual el sábado, pero…

Pero Stan no quiso saber nada.

– Ya sé que a veces me da dolor en el pecho y me siento mal, pero si Cathy estuviese conmigo no me sucedería nada de eso -suspiró y miró detenidamente a Mike y luego a Tessa-. Pero aquí estoy, haciéndome mala sangre cuando tendría que estar diciéndoles lo contento que estoy de que finalmente se haya decidido a buscarse una mujer, Doc. Se nota que está flotando en una nube rosa. ¿Cuándo van a casarse?

Tess enrojeció y Mike sacudió la cabeza.

– Está por verse -le respondió, pero el pensamiento de lo que se avecinaba le calentaba el corazón. Miró por el rabillo del ojo a Tess y sonrió, y ella le devolvió la sonrisa.

– No lo retrasen demasiado, entonces -rogó Stan-. Es demasiado importante. Agárrala mientras puedas y no la dejes escapar.

La conversación durante el viaje de vuelta fue tensa.

– Sigo preocupado por Stan -le dijo a Tess.

– Aja -respondió ella, abrazándose las rodillas. Llevaba pantalones negros y un enorme jersey púrpura que le quedaba precioso-. Me parece que no está comiendo nada.

– ¿Por qué lo dices?

– Pues… cuando fuimos la semana pasada estuve curioseando mientras tú lo revisabas en el dormitorio. Miré dentro de sus armarios a ver cuánta comida tenía. Y hoy, cuando él nos acompañó al coche y yo corrí adentro a buscar mi bolso, eché una mirada rápida y casi todo estaba exactamente igual. No ha tocado sus cereales, que están al mismo nivel que la vez pasada y también tiene el mismo número de huevos. Seguro que se ha comido un par de botes de sopa de tomates y nada más. Hasta el paquete de pan en el congelador es el mismo. Le había cortado una puntita al paquete para marcarlo y es el mismo paquete. Habrá comido unas seis rebanadas.

– Estás hecha una Sherlock Holmes.

– Sí que lo soy -dijo ella, contenta, pero su sonrisa se desvaneció al preguntar-: ¿Estás de acuerdo conmigo?

– Sí. Todo casa -dijo Mike despacio-. Por eso quiero que se interne. Está perdiendo mucho peso.

– Echa en falta tanto a su Cathy…

– Sí -dijo Mike con seriedad-. Una vez que te ataca, no lo puedes superar.

– Es un problema -asintió Tess, lanzándole una mirada de reojo a su amor.

Silencio. Parecía que no había más que decir. El elegante Aston Martin devoró las millas entre Jancourt y Bellanor y el silencio se extendió más y más.

Mike echó su propia mirada de reojo. Tess miraba al frente, contemplando pacíficamente el cielo vespertino y él tomó una súbita decisión. Era imposible. La quería tanto… Estrecharla en sus brazos cada noche de repente no era suficiente.

– Cásate conmigo, Tess -dijo de súbito, con urgencia, y luego contuvo el aliento.

– ¿Casarme contigo?

– Eso es lo que he dicho.

Tess cerró los ojos y él titubeó, deteniendo el coche a la vera del camino, de modo que quedaban enfrentados al valle y a la ciudad abajo. Un pájaro campana cantaba desde los matorrales fuera del coche.

Y Tess se quedó en silencio más tiempo de lo que él hubiese pensado nunca.

– Te quiero, Mike -susurró finalmente-. Pero no me casaré contigo. Todavía no.

Él se humedeció los labios, que de repente estaban secos. No le quitó los ojos de encima.