Era un trabajo lento y selectivo. La Granja sólo estaba interesada en los elementos pesados, metales, tierras raras y gases nobles. Abarcaba miles de millones de kilómetros cúbicos de espacio para encontrar sus rastros invisibles.
Las máquinas que controlaban las Granjas no necesitaban instalaciones centrales de procesado. Podían llevar consigo cientos de toneladas de material, acumulándolo sin parar hasta que hubiera suficiente para enviarlo a las Cosechadoras. Los humanos, criaturas más frágiles, necesitaban más. En el centro de la capa de recolección se encontraba la burbuja habitáculo, de trescientos metros de diámetro. En ella se alojaban la veintena de personas que habían hecho de la Granja su hogar. Dos de ellas ya habían muerto.
—No espere que nos reciban —dijo Sylvia, mientras su nave atracaba en el borde exterior de la burbuja—. De hecho, no le sorprenda si no encontramos a nadie durante nuestra estancia aquí. Los granjeros evitan a los extraños, y eso me incluye a mí además de a usted. Saben que estamos aquí, y agradecen nuestra ayuda. Pero no quieren vernos.
—¿Y si necesitamos hablar con ellos sobre los problemas de cambio de formas?
—Probablemente haremos lo mismo que ellos… usar un enlace de comunicaciones.
Sylvia le acompañó al interior de la burbuja, dando vueltas por silenciosos pasillos que bajaban en espiral a través de las capas concéntricas de la burbuja. Todo estaba desierto, sin equipo de mantenimiento siquiera. Si Sylvia no le hubiera dicho que allí había gente, Bey habría creído que la Granja iba a la deriva.
Sylvia se dirigía al núcleo situado en el centro de la burbuja, pero pasaron por una zona que era evidentemente una cocina automática. Bey se dio cuenta de que no había comido desde su partida de la Cosechadora. Durante todo el viaje hasta la Granja había estado inconsciente o demasiado preocupado para pensar en comer. Se detuvo.
—Cuando lleguemos a los tanques de cambio de formas nos espera una larga sesión. ¿No podemos tomar algo aquí?
Estaba muerto de hambre. Se dirigió al equipo dispensador sin esperar la respuesta de Sylvia, y tecleó una orden. No se molestó en estudiar el menú. La comida en la Nube no era como la de la Tierra, y no le importaba demasiado lo que le dieran. Cuando los platos aparecieron, se fue a la sala de espera.
Sylvia tardó un rato en llegar. Cuando por fin lo hizo se sentó lejos de él. En la bandeja llevaba una modesta cantidad de comida y un envase grande de fluido color pajizo. Contempló el líquido durante un buen rato, finalmente tomó un pequeño sorbo, hizo una mueca y deglutió.
—¿Está malo? —Bey alzó un poquito de comida y la olisqueó, receloso. Parecía pan y olía a pan—. A lo mejor hemos manejado mal la máquina.
—No. —Sylvia se volvió y sacudió la cabeza pidiendo disculpas—. La comida está bien. Y la bebida también. Pero no he comido con nadie desde hace años. No es debido a una ley ni a nada por el estilo, pero no lo hacemos, ¿sabe?, excepto con un compañero. Siga comiendo, y por favor disculpe mi rudeza. Me acostumbraré en seguida.
No sólo era velludo e impopular; sus costumbres también resultaban repulsivas. Bey soltó el pan que tenía en la mano.
—Soy yo quien debería pedir disculpas. Conocía las costumbres de Nubeterra, pero Leo Manx y yo comimos juntos todo el tiempo mientras viajábamos hacia el Sistema Exterior. Ni siquiera se me pasó por la cabeza.
—Leo estaba especialmente condicionado para la misión. Pero de verdad, no importa. Míreme. —Pinchó un cubo amarillo con el tenedor, se lo plantó delante de la nariz y se lo metió estoicamente en la boca. Lo masticó durante un buen rato antes de tragárselo por fin—. ¿Ve? Lo conseguí.
Al cabo de un momento, Bey empezó a comer de su propio plato.
—¿Le importa si charlamos mientras comemos? ¿O sería demasiado ?
—Naturalmente. Lo prefiero.
Bey asintió. También él lo prefería. La comida era horrible, blanda e insípida. «Menos mal que no he pedido la comida que realmente me habría gustado —pensó para sí—. Vente a la Tierra, Sylvia, y te presentaré una langosta hervida.»
—Quería preguntarle algo sobre Ransome —dijo tras un minuto de masticar en silencio.
—No sé gran cosa de él.
—Pero sí lo suficiente para reconocerlo. En el Sistema Interior, la mayoría de la gente no cree ni siquiera en su existencia. Y Leo Manx me dijo que es un personaje misterioso. Si es tan poco conocido, no sé cómo pudo identificarlo.
—Ah. —Sylvia dejó de comer y soltó el tenedor. Había conseguido tragar sólo tres pequeños bocados—. Me preguntaba cuándo llegaría a eso. ¿Le habló Leo Manx de mí?
—Un poco.
—¿De Paul Chu?
—Lo mencionó. Pero sólo para decir que Chu y usted eran compañeros, y que desapareció en un viaje al Anillo de Núcleos. Atacaron su nave y lo hicieron prisionero.
—Ésa es la versión oficial, y no la discuto. Pero no la creo.
Sylvia hizo una pausa.
No estaba segura de querer hablar de su vida personal con Bey Wolf. Prefería hablar a comer, pero él podría no comprender sus motivos.
—Paul y yo vivimos juntos durante casi tres años —continuó—. La mayoría de la gente que nos conocía pensaba que era para siempre… estoy segura de que Leo lo pensaba. Pero no era así. Discutíamos de una manera infernal, constantemente. Si Paul estuviera aquí, no creo que siguiéramos juntos.
—Leo Manx me dijo que planeaban tener hijos.
—Kío. Eso es lo que deseaba Leo. Es un tipo muy amable a quien le gusta pensar lo mejor de todo el mundo. Puede que nos oyera a Paul y a mí hablar de tener hijos, hace mucho tiempo… y aunque fuéramos a separarnos, nunca discutíamos en público.
—¿Por qué se peleaban?
—No es lo que usted piensa. No era por sexo. Ni por política. Estoy segura de que sospecha que no siento simpatía por la Tierra y el Sistema Interior. Así es. Creo que son ustedes como parásitos… y ni siquiera listos. Han suspendido la prueba de todo parásito de éxito: la moderación. Han aniquilado partes de su propio hábitat… la paloma torcaz y la ballena y el gorila y el elefante. Gracias a ustedes, la mitad de las especies de la Tierra se han extinguido en menos de mil años. Los humanos pueden ser los siguientes.
—Estoy de acuerdo, y lo lamento tanto como usted. —Bey contempló su rostro adusto. Ahora estaba furiosa, pero eso hacía que fuese más fácil tratarla. Era más difícil tratar con la Sylvia fría y cauta—. Pero me parece un tanto extremista.
—¿Extremista? ¿Yo? Bey Wolf, no lo comprende. Soy una moderada. Todo el mundo en la Nube piensa igual que yo en lo referente a la Tierra y el Sistema Interior. Lo aprendemos de niños. Pero la mayoría nunca haría nada que perjudicara a la gente del Sistema Interior. Son sólo unos cuantos fanáticos los que quieren ir más allá de la repulsa general. Paul era uno de ellos. Odiaba al Sistema Interior, y todo lo que ustedes representan. Un año antes de desaparecer, se unió a un grupo extremista que hablaba en serio de iniciar una guerra entre los Sistemas. Paul me expuso sus ideas y me pidió que me uniera a ellos. Le dije que estaban todos locos.
—Tenemos gente en la Tierra que piensa lo mismo, pero a la inversa. Odian la idea de que la Nube controle los suministros de alimentos. Quieren aplastar Nubeterra y controlar el Sistema Exterior. Pero están todos locos, los de ambos bandos. Si nos enzarzáramos en una guerra contra ustedes, o cortáramos las comunicaciones, sería como si hombres y mujeres se negaran a tener nada que ver entre sí. Podríamos hacerlo, pero nuestra especie desaparecería en una generación.