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Leo cogió el cubo. Tras sentarse a solas en una cámara externa de la burbuja habitable, lo había puesto en marcha dos veces. Considerado como un conjunto de declaraciones abstractas, todo empezó a tener un poco de sentido. Pero tenía poco que ver con el hombre que acosaba a Behrooz Wolf. Contempló el cubo, cerró los ojos durante un par de segundos y se quedó dormido antes de darse cuenta. Toda idea de entropía se desvaneció. Soñó que estaba lejos de allí, de nuevo en la Tierra, recorriendo otra vez el viejo templo Chehelsotun en Isfahan. Pero esta vez estaba en caída libre, sin la opresión de aquella aplastante gravedad. No podría haber elegido un sueño mejor.

Sylvia Fernald tenía más necesidad que nadie de intimidad total. Hablaba con Cinnabar Baker a través de un enlace hiperrayo. Era sólo de audio, enormemente caro, y seguía produciéndose un molesto desfase de treinta segundos antes de recibir cada respuesta.

—Tienen que regresar a la Cosechadora —decía Baker—. Todos ustedes, y de inmediato. Los acontecimientos actuales empequeñecen los problemas de la Granja Espacial. ¿Cuándo pueden partir?

—Iré a decírselo a los otros —replicó Sylvia inmediatamente, pero podía imaginar a Baker al otro lado, maldiciendo el retraso de la comunicación—. En lo que respecta a Leo y a mí, podemos partir ahora mismo. Pero Aybee y Wolf están revisando las bases de datos de la Granja. Eso puede tardar algún tiempo.

Se produjo una pausa que pareció más media hora que medio minuto.

—No pueden esperar a eso. —Era una orden—. Cuando vuelvan aquí, comprenderán por qué. Márchense ahora, mientras puedan. Se lo explicaré cuando lleguen. Una cosa más: ¿ha hecho progresos con Wolf ?

—No de la forma a la que se refiere.

(Pero de algún modo me excité al verle comer. ¿Llamaría a eso progreso?) Por fortuna, el enlace sólo era vocálico. Sylvia estaba segura de que su rostro la habría traicionado, tal vez su voz también lo hacía.

—Veré qué sucede en el camino de vuelta —dijo—. Pero no soy optimista. Estoy segura de que me encuentra tan repulsiva como yo a él. Y Leo me ha dicho que Wolf sigue todavía encaprichado con una mujer que dejó en la Tierra.

Hubo un último retraso molesto.

—Él no la dejó en la Tierra —dijo Cinnabar Baker por fin—. Ella le dejó a él, para escaparse con alguien del Halo. Hay una gran diferencia. Siga intentándolo. Fin del enlace.

«¡Nuevos problemas en la Cosechadora! ¿Qué le está pasando al sistema solar? Es una cosa tras otra.»

Sylvia salió corriendo de la habitación. Se dirigía a las habitaciones de Bey en la región de superior gravedad de la burbuja cuando se produjo el impacto.

13

Ningún instrumento de grabación de la Granja Espacial Sagdeyev sobrevivió al impacto. Todo el encuentro tuvo que ser deducido a partir de otras pruebas.

El objeto golpeó el hemisferio sur de la burbuja habitáculo, cerca del polo. Era un trozo irregular y pardo de la Nebulosa Solar Primitiva, principalmente compuesto de metano y hielo, con una masa de unos ochenta millones de toneladas. A una velocidad relativa de un kilómetro por segundo atravesó la burbuja volviendo a salir por el hemisferio norte. Por treinta metros escasos se evitó una colisión con los escudos de blindaje del núcleo energético, y por eso no causó la muerte inmediata de todos los humanos de la Granja.

El impulso que el impacto transfirió a la burbuja habitáculo tuvo tres efectos: soltó la burbuja de la capa recolectora de mil millones de kilómetros de la Granja; impelió la burbuja con un nuevo vector de velocidad y una nueva órbita, bruscamente inclinada respecto a la antigua; por último hizo girar la burbuja alrededor del núcleo central de energía mientras la lanzaba al espacio.

Dos mil máquinas quedaron en la capa de recolección separada. Tras la confusión inicial, se las apañaron muy bien. Las más inteligentes guiaron a las otras en pequeños grupos, y luego se dispusieron a esperar instrucciones o el rescate. Poco importaba que eso tuviera lugar al cabo de un día o de un siglo. Las máquinas inteligentes sabían lo suficiente para mantener las cosas bajo control durante mucho tiempo. Ninguna de las dos mil había sido dañada.

Los humanos de la Granja fueron menos afortunados. Cuatro de los granjeros se encontraban en cámaras cuya situación coincidía con el curso del cuerpo intruso. Murieron de inmediato. Otros dos quedaron en salas sin aire y no pudieron alcanzar sus trajes. Los demás granjeros siguieron el procedimiento de emergencia estándar, llegaron a la nave salvavidas y escaparon de la burbuja en menos de un minuto.

Los visitantes de la Cosechadora fueron a la vez más y menos afortunados. Sus cámaras no estaban en el rumbo principal de la colisión, y al principio sintieron el impacto como una breve y violenta sacudida de aceleración. Leo Manx, Sylvia Fernald y Aybee Smith no conocían las rutinas de emergencia específicas de la Granja, pero estaban entrenados para actuar a la defensiva. La alta aceleración en una unidad habitáculo quería decir desastre. No esperaron a ver si la integridad de los cascos externos de la burbuja había sido quebrada. En cuanto se recuperaron del sobresalto de la colisión fueron inmediatamente a los trajes de supervivencia. Podrían sobrevivir dentro de ellos al menos veinticuatro horas. Aybee padecía una leve conmoción. Leo tenía fisuras en cinco costillas y una pierna rota, pero su entrenamiento en el espacio profundo le permitió ignorar el dolor hasta encontrarse a salvo en su traje.

Bey Wolf tenía problemas mucho más graves. Su habitación estaba más cerca de la línea de destrucción. Aún peor, carecía de los reflejos adecuados. Sabía que se había producido un accidente importante, pero tenía que intentar hacer de manera consciente lo que los demás hacían por instinto.

Chocó de cabeza contra el terminal de comunicaciones, con fuerza. Las gotas de sangre que manaron de los profundos cortes en su frente y su mejilla flotaban ya por la sala cuando recuperó la consciencia. La cabeza le zumbaba y sentía náuseas. Se frotó la cara con la camisa y avanzó tambaleándose hacia la puerta. Estaba cerrada; oyó un siseo de aire al otro lado y notó la corriente en la rendija.

La partición deslizante no era hermética. Disponía tal vez de un par de minutos antes de que la presión bajara lo suficiente para dejar de ser respirable. Para empeorar las cosas, una leve columna de gas verde entraba en la habitación, y la más mínima cantidad de él fue suficiente para que empezara a toser. Las tuberías de refrigeración de la pared debían de haberse roto. Podría ahogarse antes de morir por falta de aire.

Trajes. ¿Dónde demonios los guardaban? Bey se acercó a las unidades de almacenamiento situadas al otro lado de la habitación.

Las abrió, una tras otra. Había de todo, desde tableros de ajedrez a cepillos de dientes. Pero ningún traje.

Le llegó otra vaharada de gas; tosió horriblemente y se frotó de nuevo el rostro ensangrentado. ¿Y ahora qué? ¿Dónde más podía haber un traje? «No te dejes llevar por el pánico. ¡Piensa!»

Cayó en la cuenta de que si el terminal de datos funcionaba todavía podría decirle lo que necesitaba saber en un par de segundos. Iba hacia él cuando llamaron a la puerta.

Era un sonido tan inesperado que tardó un momento en reaccionar. Entonces lo asaltó un horrible pensamiento. Si alguien ahí fuera, ataviado con un traje, intentara entrar…