Era el momento exacto en que Bey Wolf le habría puesto la mano en el hombro, diciéndole que esperara un segundo, para hacerle una pregunta elementaclass="underline" ¿dónde estaban los granjeros? Pero Bey se hallaba a miles de millones de kilómetros de distancia. Aybee abandonó su refugio de muebles a la deriva y se internó en la burbuja siguiendo la herida abierta por el impacto.
Los granjeros y sus máquinas habían conseguido maravillas. El interior de la burbuja había sido despejado ya de piezas rotas. Reparaciones improvisadas habían estabilizado la atmósfera del interior y establecido un nuevo sistema de pasillos que proporcionaba acceso a la parte habitable de la burbuja.
Aybee flotó hacia el centro de la burbuja. El nuevo núcleo había sido colocado allí, en lugar del original. Tenía energía disponible de sobras… según lo que recordaba Aybee, casi tanta como el otro. El misterio era todavía mayor. ¿Por qué intercambiar dos núcleos idénticos?
Subió por una estrecha escalerilla que le apartaría del núcleo y se dirigió hacia la superficie externa de la burbuja. En ese momento supo que no todos los barreneros se habían marchado. Tres de ellos esperaban en un tenso grupo junto a un conducto de salida, mientras un cuarto sacaba a punta de pistola a un grupo de tres granjeros.
Aybee se escondió en la escalera y estudió sus posibilidades. Podía aguardar hasta que los barreneros se hubieran marchado. O podía obrar de forma más expeditiva, saliendo por la abertura creada por el impacto del fragmento de hielo.
Las desventajas de ambas opciones eran fáciles de determinar. Su escondite estaba completamente expuesto a cualquiera que pasara y el camino hasta el núcleo era un callejón sin salida. Si los barreneros querían asegurarse de que tenían a todos los granjeros, no revisarían la superficie de los escudos del núcleo. Por otro lado, no tenía ni idea de lo que podía estar esperándole en la otra dirección. Los barreneros habían entrado en la burbuja por allí y algunos de ellos podían haber vuelto a hacerlo.
Bey Wolf habría esperado. Creía firmemente que había que posponer las decisiones, cosa que dignificaba como «mantener abiertas todas las opciones».
Aybee no podía hacerlo; era de naturaleza demasiado nerviosa.
Después de casi un minuto se agarró al costado del túnel y empezó a alejarse hacia la superficie de la burbuja. Cuidó de mirar hacia delante, y de volverse cada pocos segundos para asegurarse de que los cuatro barreneros que tenía detrás no lo veían. Hacía eso en el momento exacto en que un quinto barrenero, que también miraba hacia el otro lado, salió de una estrecha abertura en la pared y chocó con él.
El barrenero no se molestó en hablar. Agitó ante Aybee la pistola que empuñaba y le indicó que avanzara.
Aybee comprendió la indirecta. Asintió, y se arrastró a lo largo del túnel hacia la superficie exterior. El silencio de comunicaciones que había estado guardando ya no tenía sentido. Buscó la frecuencia que usaban los barreneros y conectó su traje a la transmisión.
—¿Qué van a hacer conmigo?
La figura gruñó a su espalda, sorprendida. Aybee advirtió que se trataba de una mujer.
—Creía que no hablabais con nadie —dijo—. Ninguno de tus compañeros ha dicho una palabra.
«Cree que soy un granjero. Pero si interpreto ese papel demasiado bien, no me dirá nada.»
Aybee gruñó.
—No hablamos mucho. Pero esto es una emergencia.
—No habláis mucho, ni escucháis mucho tampoco. —La barrenera parecía disgustada—. No voy a repetirlo. Haz lo que se te dice, no nos causes problemas y te trataremos bien. Si empiezas a dar la lata, te encontrarás en una celda con otros seis.
La amenaza definitiva para un granjero. A Aybee tampoco le gustó demasiado cómo sonaba. Todavía recordaba el viaje a la Granja Espacial Sagdeyev con Leo Manx.
—¿Adonde me lleva?
—¿Estás sordo? Espera un momento. —Se colocó delante de Aybee y se asomó a su visor—. No te había visto antes. No te vimos la primera vez. ¿Dónde estabas?
—Fuera.
—¿Y has vuelto a entrar? —La barrenera le indicó que siguiera adelante—. Bueno, era lo que me faltaba por ver. Estabas a salvo en el espacio, y volviste a entrar. ¿Cómo se puede ser tan tonto?
Aybee tenía tres buenos motivos para no contestar. Primero: daba por supuesto que aquélla era una pregunta retórica. Segundo: no podía sino coincidir en este caso con el comentario de la barrenera sobre su capacidad mental; se encontraba a salvo fuera, lo único que necesitaba era esperar a que la nave barrenera se fuera y luego podría haber pasado el siguiente mes dentro de la burbuja, si le hubiera dado la gana.
Y tercero: no necesitaba recabar más información sobre los planes que los barreneros tenían para él. Podía imaginarlos. Se hallaban cerca de la gran masa de la nave de carga, y una escotilla se abría. Con la mujer detrás, Aybee avanzó hacia el oscuro interior. Se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que en las Cosechadoras alguien advirtiera su falta.
16
Ella corrompió la frágil naturaleza con sobornos, para encoger mi brazo como un árbol marchito, para crear una montaña envidiosa en mi espalda donde mi deformidad se asienta para burlarse de mi cuerpo; para formar mis miembros con desigual tamaño, y desproporcionarme en cada parte…
Cada salida de un tanque era distinta.
Bey salió de éste con la boca seca, con las piernas fláccidas, y furioso. Conocía mejor que nadie el proceso de cambio de forma. Notaba si los parámetros habían sido desviados de sus valores originales incluso siendo él el sujeto, y esta vez sabía que había experimentado mucho más que una simple restauración de tejidos.
La puerta del tanque se abrió, y él se asomó al exterior.
Sylvia Fernald estaba sentada junto al tablero de control, mirándole. Él rugió de furia, un horrible chirrido de cuerdas vocales desconocidas.
—¿Qué demonios me ha estado haciendo?
El equilibrio iónico de su cuerpo todavía estaba ajustándose, y el torrente químico de la furia fue lo bastante fuerte para expulsarle del tanque de un solo movimiento.
—No intente mentir, ha estado entrometiéndose y lo sabe.
—¿Llama entrometerse a que alguien intente ayudarle? —Ella no se amilanó—. Acabo de salvarle. La gente de la Cosechadora lo habría hecho pedazos en cuanto hubiese sabido que está usted aquí. Nadie de la Tierra está ya a salvo.
—Puedo cuidar de mí mismo. —Bey intentó hacer un gesto de furia pero el puño no se le cerró. Su cuerpo era espantoso, del tamaño inadecuado, deforme—. Un cambio de forma así… podría haberme matado.
—Estudié cada cambio con mucho cuidado. Es un tipo de forma estándar para el Sistema Exterior.
—No necesitaba ningún cambio.
—¡Se equivoca! Lo necesitaba. Más que un cambio… necesita una maldita niñera. Ya he soportado bastante, y me da igual lo que Baker quiera. —Sylvia se levantó—. Es usted un idiota, Bey Wolf, ¿lo sabía? Viene aquí, nada menos que un terrestre, creyéndose el regalo de Dios a la Nube. —Le agarró con fuerza del brazo, y tiró de él hacia la habitación. Bey trastabilló, todavía demasiado débil para ofrecer más que una resistencia testimonial. Ella se detuvo junto a la puerta, al fondo de la sala—. Eche un vistazo. ¿Qué es lo que ve?
Bey se encontró ante un espejo de cuerpo entero. Se enfrentaba a una pesadilla delgada y flaca como un esqueleto, alta y encorvada como una mantis religiosa. Todos los músculos habían desaparecido de sus brazos y piernas, dejando feos tendones y palos de hueso que terminaban en manos y pies engarfiados. La caja torácica sobresalía como un pergamino tendido sobre un marco de madera reseca. El pelo había desaparecido de su cabeza y su cuerpo, y unos ojos sin cejas le miraban enloquecidos desde sus cuencas hundidas. Sus genitales sin vello tenían un aspecto vulnerable y ridículo. Permaneció inmóvil, con la boca de calavera abierta.