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A un gesto de Sylvia, Bey se metió en un cubículo para comer situado al fondo de la sala. Sylvia lo hizo en el cubículo contiguo, fuera de su vista, a menos que se levantara para mirar por encima del tabique, un cristal unidireccional en la pared frontal les permitía a ambos ver el resto de la sala. La mayor parte de la multitud se apiñaba alrededor de un hombre con aspecto de espantapájaros que llevaba una gorrita azul, una larga túnica blanca, y una mascarilla que cubría la parte inferior de su rostro.

—¡Tenéis una alternativa! —Su voz era grave y resonaba en las blancas paredes peladas de la sala—. Yo puedo ofreceros una alternativa. Si no os gusta la idea del cambio de formas, si no queréis enfrentaros al terror de los tanques, hay otros medios. Antiguos secretos, los misterios de la antigüedad terrestre, medios para tratar las enfermedades que nada tienen que ver con el uso de los tanques.

—¡De la Tierra no viene nada bueno! —El grito surgió de alguna parte entre la multitud.

—De la Tierra de hoy en día no, tienes razón. —El hombre del estrado se volvió hacia esa parte de la muchedumbre—. Creo que deberíamos destruir la Tierra, y todo el Sistema Interior. —Hubo un rugido de aprobación—. Pero eso no significa que los conocimientos de la vieja Tierra sean inútiles. ¡Todos nuestros antepasados vivieron allí! Yo he aprendido los antiguos secretos de la Tierra.

Bey le habló a Sylvia, que estaba ocupada pidiendo comida en su cubículo.

—¿De qué habla?

—Iba a preguntarle lo mismo. Ha dicho algo acerca del saber procedente de la vieja Tierra.

—La sabiduría destilada de épocas remotas —continuaba la vibrante voz—. Hace trescientos años, el saber que poseo era mantenido tenazmente por un pequeño grupo de personas. Cuando apareció el cambio de formas, sus habilidades dejaron de ser necesarias. Perdieron su poder. Su aprendizaje especial se desvaneció. ¡Pero no para siempre! A base de intensas investigaciones, mis ayudantes y yo hemos recuperado esas habilidades olvidadas. Somos los Nuevos Esculapios. —Alzó dos botellas transparentes: una llena de un denso líquido verdoso y la otra de pequeñas esferas blancas—. ¡Sea cual fuere vuestra dolencia, podemos ayudaros! Una de éstas será la respuesta.

—Oh, Dios mío. —Bey masticaba una blanda cuña de material amarillo que Sylvia había pedido. Estuvo a punto de atragantarse, y habló con la boca llena—. Nunca creí que llegaría a ver esto.

—¿Qué está ofreciendo?

—Píldoras y pociones. Panaceas. ¡Dice que es un doctor!

—¿Quiere decir un… un médico? —Sylvia tardó en encontrar la antigua palabra—. No hay de eso en la Nube.

—Ni en la Tierra, ya no… no hay médicos desde hace doscientos años. No creí que volviera a haberlos jamás, en ninguna parte. —Bey estaba embobado—. Antes de que se desarrollara el cambio de formas con un propósito definido, los había a millares. Eran enormemente poderosos, su labor era igual que un sacerdocio. Esa ropa y la máscara que lleva eran su atuendo. Me extraña que no esté gritando a los cuatro vientos el Juramento Hipocrático y extendiendo recetas.

—¿Extendiendo qué?

—Vales para la compra de productos químicos. Solían tratar las enfermedades con fármacos, ya sabe… y con cirugía también.

—Cirugía. ¿No consiste eso en Cortar…?

—Sí. En abrir a la gente por la mitad. Antes de que fuera prohibido, les permitían hacer eso. Espero que no proponga hacerlo aquí.

El hombre vestido de blanco estaba rodeado de gente que le gritaba sus problemas. Media docena de acólitos se le habían unido, y empezaban a repartir frascos y paquetes. Sylvia abrió la puerta de su cubículo y salió.

—Tengo que contárselo a Cinnabar Baker. No podemos permitirlo.

—No. —Bey salió rápidamente para agarrarla por la manga y detenerla—. Primero tomemos muestras para analizarlas. Apuesto a que son totalmente inofensivas. Vamos.

No habían terminado de comer, pero la comida y la bebida habían sido suficientes para producir otro cambio de humor. Bey empezaba a sentirse amodorrado, y muy alegre. Empezó a dirigirse hacia el centro de la multitud. Sylvia lo alcanzó y se colocó ante él.

—Usted no. Lo haré yo. Puedo moverme con más facilidad. Quédese aquí.

Se metió entre la gente y regresó un par de minutos más tarde con una botella en una mano y un paquete en la otra. Los alzó triunfal, pero justo antes de Alcanzar a Bey se detuvo y su expresión cambió. Miraba más allá de el.

—Aquí viene su auténtica prueba. —Se inclinó hacia delante y habló con rapidez—. Si la pasa, será libre.

Bey se volvió lentamente. Una mujer sonriente, vestida con un vaporoso vestido de color rosa flamenco cruzaba la sala en dirección hacia ellos.

—¡Sylvia! No tenía ni idea de que estuvieras aquí.

—Acabo de llegar. —Sylvia apretó las manos de la mujer entre las suyas y luego retrocedió un paso—. Andrómeda, éste es Behrooz. También está visitando la Cosechadora. Bey, una vieja amiga mía, Andrómeda Diconis. Estudiamos juntas teoría de control óptimo, hace muchos años.

—Demasiados. Pero Sylvia siempre fue mejor que yo. Por eso estoy aquí, en mi aburrido trabajo, mientras ella recorre el Sistema. —La mujer había cogido la mano de Bey, y le miraba de arriba abajo Sus brillantes ojos azules y su boca carnosa contenían una expresión extraña e ilegible—. Lleváis una ropa muy bonita… los dos. Perfectamente a juego. ¿Qué estáis haciendo aquí?

—Bey trabaja con equipo de comunicaciones —dijo Sylvia, antes de que él pudiera hablar—. Es un experto.

—Desde luego, bien podemos utilizarlos aquí. ¿De donde eres, Behrooz?

—De la Cosechadora Opik.

—Ah. Qué sitio tan aburrido. Yo jamás viviría allí. ¿Y eres experto en comunicaciones? Qué impresionante. —Andrómeda Diconis seguía estrechando la mano de Bey, pero fue a Sylvia a quien habló a continuación— Estoy segura de que es experto en muchas cosas. Pero mi querida Sylvia, ¿qué ha pasado con tu otro amigo? ¿Cómo se llamaba, Paul?

—Paul Chu. Supongo que no te has enterado. Desapareció durante una misión en el Halo.

—Oh, sí, ahora que lo mencionas sí que me enteré. Pero creía que había vuelto. Alguien de por aquí dijo que lo había visto, hace una o dos semanas. De todas formas, no queremos hablar de él, ¿verdad? —Andrómeda soltó por fin la mano de Bey y se arreglo el cuello del vestido. Sus dedos recorrieron el hueco de su garganta—. No cuando has hecho nuevos amigos, Sylvia. Y amigos muy atractivos, por cierto. ¿Sabes?, voy a quedarme por aquí a comer algo. ¿Os gustaría a Behrooz —Bey se ganó una sonrisa deslumbrante— y a ti esperarme, y luego ir los tres al concierto pasillo abajo?

Sylvia colocó firmemente su mano sobre el brazo de Bey.

—Hoy no. Acabamos de comer, y Bey ha tenido un día muy duro. Ahora necesita descansar.

—Estoy segura de que sí. Estoy segura de que lo necesitáis los dos. Pero es maravilloso volver a verte, Sylvia, y te llamaré mañana. —Extendió la mano y acarició el antebrazo de Bey—. Y espero ansiosamente volver a verte, Behrooz. Una vez hayas descansado adecuadamente.