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Bey trató de sonreír y asintió, pero Sylvia ya tiraba de él hacia la salida. Saludó con la mano a Andrómeda Diconis, y recibió un besito al aire a cambio.

—¿Por qué tanta prisa? —dijo en cuanto la mujer no pudo oírlos—. ¿Le estaba dando motivos para sospechar de algo?

—En lo más mínimo. —Los modales de Sylvia eran una mezcla de placer e irritación—. Ha pasado la prueba a la perfección. ¿No se ha dado cuenta? Ella no habría actuado de esa manera ni por un momento si fuera usted del Sistema Interior. Es la nubáquea perfecta, desprecia todo lo que hay dentro del Anillo de Núcleos. Pero estaba dispuesta a comérselo para desayunar.

—Si estaba pasando la prueba a la perfección, ¿por qué tirar de mí? —A Bey le gustaba la idea de ser desayunado por Andrómeda.

—Porque Andrómeda tiene que pensar que estoy celosa… como lo estaría ella. Cree que comprende perfectamente nuestra relación, y eso es lo mejor que podría haber sucedido. Andrómeda es una zorra absoluta, pero le aceptó por su apariencia de nubáqueo. Y es la chismosa mayor del universo. Dele un día o dos, y todo el mundo sabrá que tengo un nuevo compañero, un hombre de la Cosechadora Opik.

—¿No es eso peligroso? Puede que quieran conocerme.

—Le dirá a la gente que soy celosa y que lo quiero sólo para mí. Es un motivo perfecto para permitirnos intimidad mientras trabaja. Pero es algo de lo que nos preocuparemos mañana.

—Aja. —Bey bostezó—. «Mañana, mañana y mañana.» Gran palabra. Gran discurso. Hmmm.

Sylvia había notado el cambio en Bey desde que dejaron a Andrómeda Diconis. Otro efecto secundario común a una larga sesión en los tanques le afectaba. Seguía excitado, pero se estaba quedando rápidamente sin adrenalina y sin energía. La sorpresa de despertar con una forma completamente distinta y el estímulo de un nuevo ambiente habían sido suficientes para animarlo durante unas horas, pero eso se estaba acabando.

—Vamos. Antes de que se quede dormido en los pasillos.

Había sido una excusa conveniente para dejar a Andrómeda, pero era bastante verdad. Bey Wolf necesitaría un buen descanso antes de ocuparse de los problemas del cambio de formas de la Cosechadora Marsden.

Ella lo condujo hacia las habitaciones que le habían asignado. Bey no habló, y cuando llegaron los ojos ya se le cerraban. Sylvia lo dejó en una cama. Se quedó dormido antes de que ella pudiera añadir otra palabra. Al cabo de un rato, Sylvia le quitó amablemente el llamativo traje azul y el extravagante sombrero, y lo aseguró a la cama con las correas. Se acostumbraría muy pronto a dormir con baja gravedad, pero podía sentirse desorientado al despertar.

Yacía tendido de espaldas. Sylvia contempló con aprobación el cuerpo dormido.

—He hecho un buen trabajo contigo, Behrooz Wolf, si se me permite decirlo. Andrómeda estaba fascinada, y es una experta. «Amigos muy atractivos», ¿eh? Tendremos que luchar para mantenerla apartada de ti.

Sylvia frunció el ceño al recordar otro de los comentarios de Andrómeda. Alguien de aquella Cosechadora había visto recientemente a Paul Chu. Aunque no fuera más que un chismorreo, Sylvia tenía que comprobarlo. Cinnabar Baker había señalado el problema. Cuando se hablaba de guerra y sabotaje, todos los caminos parecían conducir al Anillo de Núcleos; pero ningún camino conducía a Black Ransome, ni al Agujero de Ransome. A menos que pudiera seguirle la pista a Paul y él se convirtiera en su guía.

Iba hacia la puerta cuando se detuvo. No podía regresar demasiado pronto al salón. Andrómeda tenía sus propias ideas sobre lo que Sylvia y Bey hacían en aquel preciso momento y ella no quería de ningún modo desengañarla.

Se obligó a esperar casi dos horas, mientras reflexionaba y contemplaba el rítmico subir y bajar del pecho huesudo de Bey; por fin, se marchó al salón de conciertos.

Las luces se habían atenuado automáticamente. Bey yacía en la oscuridad, escuchando el leve siseo de los ventiladores de aire, y se preguntó qué le había despertado. Estaba casi en caída libre, flotando sólo con el imperceptible anclaje de un par de correas de restricción. Y no estaba dispuesto a despertar. Se sentía aturdido de sueño, tan cansado que abrir los ojos le resultaba un esfuerzo imposible.

—¡Bey!

De nuevo aquella voz. No era más que un susurro, pero hizo que despertara, excitado. Su sonido había levantado a Bey de entre los muertos.

Abrió los ojos. El sistema de proyección del rincón se había conectado solo, y revelaba el interior de una sala oscura. En el centro de aquel espacio abierto, con el rostro iluminado por el leve brillo de un único foco rojo, estaba sentada Mary Walton.

—¡Bey! —repitió la suave llamada.

—Mary. ¿Dónde estás?

—No intentes responderme, Bey. Este mensaje es una grabación, así que no puedo oír lo que dices. Se activará cuando respondas a tu nombre y abras los ojos.

Era tan dolorosamente atractiva y tenía un aspecto tan alocado como siempre. Bey reconoció su atuendo. Era el que llevaba cuando interpretó el papel de Titania: una larga túnica bermeja que podía resultar pasada de moda pero que brillaba con tintes cálidos. Bey la había visto por última vez en un armario de su apartamento terrestre. La voz de ella era aún más familiar, tan maravillosa como siempre, el murmullo ronco que hacía que Bey captara matices sexuales incluso en sus discursos cómicos.

—No quiero hacerte daño, Bey —continuó ella—. Ya te he salvado muchas veces, en la Tierra y en la Granja Espacial; pero no sé cuántas veces más podré hacerlo. Tienes que dejar lo que estás haciendo, abandonar las Cosechadoras, regresar a la Tierra.

—¿Cómo sabías dónde estoy? —respondió Bey automáticamente, olvidando que ella no podía oírle.

—El Sistema Exterior te está utilizando, ¿sabes? —Ella no se había detenido—. No es problema tuyo, pero ellos intentarán que lo sea. El Sistema Exterior va a desmoronarse, cada vez más, y si intentas detenerlo, morirás. Di que no a Cinnabar Baker, pida lo que pida. Cuando Sylvia Fernald intente acostarse contigo (lo hará, si no lo ha hecho ya), recuerda que lo hace como parte de su trabajo. No significas nada para esa gente. —Mary alzó la mano. En su dedo medio brillaba un gran rubí nuclear, la gema más rara de todo el Sistema—. Puede que todo se haya acabado entre nosotros, Bey, pero nunca olvides que te aprecio. Te salvé, cuando los mensajes hacían que todos los demás murieran o se volvieran locos. Reconóceme eso. Ahora adiós y, por favor, ten cuidado. Duerme bien.

Saludó con la mano. La imagen de la unidad de proyección se desvaneció lentamente, hasta que pasados veinte segundos Bey no pudo ver más que el espectral brillo del rubí nuclear. Finalmente, también eso desapareció. El dormitorio quedó de nuevo sumido en una total oscuridad.

Bey sudaba copiosamente y el corazón se le salía del pecho. Se sentía lleno de una mezcla de excitación y sorpresa. Las últimas palabras de Mary habían sido una broma pesada: ahora no dormiría durante horas. Aflojó las correas que lo mantenían en su sitio y se acercó a la unidad de proyección, que habría tenido que contener una copia grabada de todo el mensaje.

La unidad de almacenamiento estaba completamente vacía. Por supuesto, Bey no se sorprendió. Tras el Hombre Negentrópico, tras las imágenes proyectadas que llenaban el Sistema Exterior y la habilidad de Mary para dejarle un mensaje donde se le antojase, ninguna anomalía de los sistemas de comunicación podía ser excluida. Todo era posible.

Pero cuanto más lo pensaba, algo imposible latía en su cabeza cada vez con más fuerza. Si Mary sabía dónde se encontraba, tal vez tuviera el modo de enviar un mensaje; pero, en una región del espacio tan grande que todo el Sistema Interior no era más que un punto en su centro, ¿cómo sabía dónde estaba?