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Ella sabía de su viaje a la Granja Espacial Sagdeyev. Se había enterado de su regreso. Lo había seguido hasta aquellas habitaciones pocas horas después de su llegada. ¿Cómo? ¿Cómo lo sabía?

Nunca volvería a dormir. Nunca, nunca, nunca, nunca, nunca. Con esa palabra resonando en su cabeza, se sintió irresistiblemente arrastrado hacia el sueño del cansancio total.

Y fue en esos últimos momentos, cuando se hundía nuevamente en la inconsciencia, cuando Bey intuyó por primera vez por qué Mary sabía tan rápido lo que pasaba. Intentó aferrar aquella idea, estudiarla, pero era demasiado tarde.

Se quedó dormido.

17

Aybee tenía un problema. Quería que sus captores creyeran que era de la Granja Espacial, no un representante del gobierno central de la Nube. Por otro lado, no podía permitirse encontrarse con ninguno de los granjeros. Ellos sabrían de inmediato que no era uno de los suyos, y no tendrían ningún motivo para ocultar el hecho a los barreneros.

Al menos, por el momento, parecía estar a salvo. Había multitud de barreneros a la vista, cerca de la escotilla de la nave de carga, fácilmente reconocibles por sus trajes, pero no veía ni rastro de los granjeros. Siguiendo las indicaciones de la mujer que iba detrás de él, Aybee entró en la nave. Desde fuera, era una masa inerte y sin vida, un pecio abandonado en los primeros días de la colonización de la Nube. Dentro, el entorno sin aire rebosaba actividad.

Aybee miró a su alrededor con ojo experto. Habían entrado por una de las escotillas de proa de la nave. El casco exterior se extendía ante ellos: una gran extensión curva de placas de fibra de carbono con vigas de refuerzo de polímeros endurecidos. Desde el interior parecía medir mucho más de seiscientos metros de anchura. Había suficiente espacio interior para contener ciudades enteras, con todo lo necesario para comer y producir energía, y con piscinas y campos de juego. Pero había signos de que la nave era algo más que una simple colonia.

El primer indicio eran los puntales y los enormes cables eléctricos. Se extendían por todo el interior, y no había motivo para que estuvieran allí a menos que la nave tuviera que soportar aceleración. Aybee hizo un rápido cálculo mental, y decidió que los refuerzos mecánicos y electromagnéticos soportarían un impulso de unos dos ges.

De eso dedujo inmediatamente otra cosa: a dos ges, la nave estaba a más de un año de distancia del hogar natural de los barreneros en el Halo. Tenían que tener algún medio de trasladar a personas y materiales más rápido que eso. Aybee contempló otra vez la nave de carga y vio el equipo que buscaba cerca de la pared exterior. Una nave de alta aceleración flotaba allí, con el impulsor McAndrew desconectado. Por el diseño, podría permitir hasta trescientos ges antes de que las aceleraciones gravitacionales e inerciales se equilibraran. Aybee estudió aquella nave con atención. Yendo en ella, la Cosechadora Marsden quedaba a sólo veinticuatro horas de distancia.

La segunda rareza era la presencia de tabiques interiores transparentes y de numerosas compuertas. Las naves de carga rara vez eran presurizadas y los barreneros no tenían ningún interés en vivir con atmósfera. Sus trajes eran todo el suministro de aire que se molestaban en llevar. ¿Entonces quién quería que partes de la nave estuvieran llenas de aire, y dónde se hallaban?

Por último estaban los núcleos. Aybee vio una docena de lugares cuya forma esférica implicaba que eran alojamientos para núcleos blindados. Eso sugería una demanda de energía monstruosa. Un núcleo habría sido suficiente para las operaciones normales de un volumen como aquél, aunque se tratara de una nave colonia a gran escala. A falta de más datos, la explicación alternativa —que los núcleos estaban siendo utilizados para algún otro propósito— no tenía sentido.

Aybee se volvió hacia la mujer que tenía detrás. Dentro de la nave, había enfundado el arma.

—¿Qué van a hacer conmigo?

—Sigue adelante. Lo averiguarás dentro de unos minutos. —Ella redujo el paso—. No te preocupes. No matamos a la gente sin un buen motivo.

«¿Pero sí lo hacéis con un buen motivo?» Aybee se preguntó cuál sería ese buen motivo. ¿Intentar escapar? ¿Mentir sobre la identidad de uno? ¿Ser un espía del gobierno del Sistema Exterior?

Entraban en una nueva sección de la nave, y atravesaron una compuerta interior hasta una sala de paredes opacas. Aybee oyó el siseo del aire y miró inquisitivamente a la mujer.

Ella asintió.

—Punto de transición. Aquí es donde te dejo. Quítate el traje y atraviesa la compuerta interna.

La mujer pasó a otra frecuencia de comunicación, mantuvo una conversación que Aybee no pudo seguir mientras se quitaba el traje, y le indicó con un gesto que continuara.

—Muévete a menos que quieras respirar vacío. Volveré a cerrar esta compuerta dentro de treinta segundos.

A Aybee le preocupaba quitarse el traje, porque debajo no iba vestido como los granjeros que había visto. Pero al parecer los barreneros no eran expertos en los atuendos de la Granja Espacial, y la mujer no prestó ninguna atención a su ropa. Atravesó la compuerta.

Un hombre y una mujer le esperaban al otro lado de ella, sentados ante una mesa curva.

Más misterios. Ninguno de los dos era de constitución gruesa, la que preferían los barreneros, ni tampoco esbelto como los nubáqueos. Aybee se encontraba en un veinteavo de ge, lo que sugería que la habitación debía hallarse cerca de un núcleo. Las dos personas que tenía ante sí parecían estar a sus anchas, lo que significaba que no era probable que pertenecieran al Sistema Interior.

La mujer le indicó con un gesto que se sentara frente a ella. Tenía el pelo negro, la piel negra y una expresión vigilante en los ojos.

—Leila nos ha dicho que hablas —dijo—. Bien. Es un cambio respecto a tus compañeros.

Aybee se sentó, encogiéndose en la silla.

—Muy bien, sé hablar. ¿Qué me pasará ahora?

—Eso depende de ti. Supongo que no sabrás nada de física.

—Sé un poco. —No era momento de hacerse el ofendido.

Los otros dos se miraron. Aybee había decidido ya lo que eran. Tenían la constitución de los habitantes del Sistema Interior, pero no el aspecto de los abrázaseles. Los dos procedían de mucho más lejos y los dos estaban acostumbrados a la gravedad. Eso quería decir que eran del Anillo de Núcleos, de las proximidades de núcleos blindados.

—Lo comprobaremos dentro de poco —dijo el hombre. Aybee advirtió que llevaba un rubí nuclear en la charretera de su hombro—. ¿También sabes matemáticas?

—Algo. —Tenía que andarse con cuidado. Saber demasiado podía ser tan peligroso como saber muy poco.

—Si sabes lo necesario, tendrás una oportunidad. Puedes participar en un proyecto de desarrollo del Halo, muy lejos de aquí, y trabajar sólo con los otros granjeros y un montón de máquinas. Eso es lo que harán todos tus amigos, ayudar a construir una nueva Granja… el Halo anda también escaso de metales. O, si estás realmente dispuesto a trabajar con gente, tenemos una perspectiva más interesante que ofrecerte.

—No me gusta la idea de la Granja. Ya estoy harto de ellas. Hábleme de lo otro.

—Todavía no. —La mujer lo miraba, recelosa—. Primero tenemos que oírte hablar, y asegurarnos de que sabes decir algo más que unas cuantas frases. Puedes empezar diciéndonos por qué eres diferente del resto de los Granjeros. No han intercambiado ni diez palabras.

«Pregunta incómoda.» Si Aybee se mostraba demasiado diferente a los otros granjeros, aquella gente se preguntaría por qué. Si se parecía demasiado a ellos, lo enviarían al borde de la nada y se pasaría el resto de la vida construyendo un recolector para cosechar átomos dispersos del vacío.