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Gudrun se levantó y ofreció su versión de la historia del Sistema. Entre las piedras de molino de los Sistemas Interior y Exterior, los habitantes del Halo llevaban más de un siglo siendo aplastados. El Anillo de Núcleos era una tierra fronteriza, una región peligrosa de cuerpos de alta densidad dispersos. Como resultado, todos los viajeros del territorio de los abrázaseles lo pasaban de largo en sus viajes hacia el exterior. Estaban dispuestos a explotar sus fuentes de energía, pero la riqueza generada por los recursos del Anillo de Núcleos jamás era devuelta. Eso era injusto e intolerable. Por fin eso iba a cambiar. El equilibrio de poder había variado. El Halo tenía un líder nato, y la revolución había empezado.

Jason habló a continuación, y fue aún peor. ¡El Sistema Exterior está compuesto de tiranos opresores! ¡El Sistema Interior es decadente! ¡Mantiene a una población ociosa y creciente gracias a los esfuerzos de nuestro pueblo! ¡Ambas Federaciones merecen caer! ¡Todos sois parte de una gran reforma que conseguirá esos objetivos… y pronto!

Aybee ocultaba sus bostezos, pero advirtió que los otros alumnos se lo tragaban todo. Gudrun, Jason y el puñado de tripulantes permanentes de la nave sabían cómo avivar el entusiasmo. Tenían para todos. Gudrun se levantó de nuevo para volver a hablar. Al cabo de unos días se haría un anuncio especial en la nave para informar de un hecho realmente extraordinario. Se interrumpirían todas las clases durante el mismo, y todo el mundo tendría dos días libres. El grupo aplaudió.

Aybee aplaudió con más fuerza que nadie, y se preguntó si el efecto de la propaganda sería acumulativo. En tal caso, tendría que encontrar un medio de escapar antes de que se le reblandeciera el cerebro.

Huir le parecía cada vez más y más difícil. Todos los puntos de acceso a trajes, naves de tránsito y armas estaban protegidos no por humanos, lo que ya habría sido malo de por sí, sino por máquinas, por roguardias que no dormían, no podían ser distraídos, no podían ser persuadidos. Aybee decidió que necesitaba abordar el asunto desde un punto de vista radicalmente nuevo. La noche siguiente tenía que explorar la nave.

No era optimista en cuanto a la magnitud de la empresa a la que se enfrentaba. La nave era pequeña en comparación con la esfera central de una Cosechadora, pero no dejaba de ser enorme. Con una longitud de dos kilómetros, y un diámetro de seiscientos metros, la nave en la que se hallaba ahora tenía suficiente capacidad para alojar a un par de millones de terrícolas… o a uno o dos granjeros espaciales. Los barreneros y los rebeldes del Anillo de Núcleos se encontraban a medio camino entre ambos extremos, pero Aybee no podía hacerse una idea de la estructura interna de la nave a partir de las zonas restringidas que había visto durante su formación.

Por fortuna, no le hacía falta. Un banco central de datos contenía los esquemas generales de la nave; los había estado estudiando por la noche desde hacía más de una semana. Había media docena de lagunas en los planos, que dedujo que correspondían a regiones muy reservadas, pero el resto de la nave estaba allí.

Como experimento, se dirigió hacia la superficie. La nave había sido construida para transportar cargamentos, y por eso todos los mamparos y pasillos internos eran añadidos posteriores. Todo el habitat interior tenía un aspecto descuidado, sin terminar. Las mohosas paredes divisorias estaban combadas y sucias y, en los nudos centrales de comunicaciones, masas de cables y líneas de fibra festoneaban paredes y techos.

Aybee deambuló, memorizando todo cuanto veía. Si alguna vez se presentaba la necesidad, quería ser capaz de correr a ciegas por la nave.

Nadie le interrogó, nadie le detuvo. Al cabo de unos minutos se encontró en una portilla de observación, contemplando las estrellas a través del casco exterior de la nave. Por la posición de las constelaciones supo que la nave se dirigía hacia el Sol, pero eso fue todo lo que pudo deducir. Observó en silencio durante diez minutos. No había signos de otras naves creadas por el hombre ahí fuera, ni de los cuerpos celestes naturales del Sistema Exterior.

Cuando finalmente volvió a ponerse en marcha para dirigirse a lo largo del casco hacia la compuerta más cercana, un roguardia apareció a su lado antes de que hubiera recorrido cincuenta metros. Pareció ignorarle, pero se movió cuando él lo hizo e ignoró sus preguntas y órdenes. Veinte metros antes de que alcanzara la compuerta, el roguardia se adelantó a él en silencio y extendió una ancha red de polímero para bloquearle el paso.

Aybee no intentó hablar con la máquina —era demasiado estúpida para la lógica—, sino que se volvió para alejarse de la superficie. Cuando se encontraba a cuarenta metros del casco de la nave, la máquina le siguió. Se volvió a mirar y vio que desaparecía por una abertura de servicio. Aybee no regresó. Si lo hacía, estaba seguro de que el roguardia o cualquier otro hermano suyo aparecería de nuevo para bloquear su avance hacia las compuertas. En cambio, se dirigió gradiente de gravedad abajo hacia el núcleo más cercano, situado a doscientos metros de distancia.

En los pasillos encontró un par de docenas de máquinas de mantenimiento y a tres humanos. Las máquinas le saludaron amistosas. Los humanos, cada uno de ellos dos palmos más bajo que Aybee, no dijeron una sola palabra. Apenas lo miraron, y parecían preocupados con sus propios asuntos.

¿Era que su uniforme de entrenamiento le confería un estatus tan bajo que nadie más en la nave se dignaba a hablarle? Si así era, muy bien. Siguió caminando a lo largo de un sucio pasillo recubierto con la costra de una década de descuido. El controlador de las máquinas limpiadoras parecía haber borrado de su memoria aquel estrecho pasillo.

Bajó por una estrecha escalerilla, apenas lo bastante ancha para su huesudo cuerpo, y llegó por fin. El núcleo blindado no era el mismo que habían sacado de la Granja Espacial. Este era un monstruo. Incluso estando a treinta metros del blindaje externo, Aybee juzgó que se encontraba en una zona de más de un veinteavo de ge. Eso suponía que la masa del núcleo pesaba casi ocho mil millones de toneladas. Debía de haber sido hallado cerca del centro del Zirkelloch, la singularidad circular que formaba el centro del Anillo de Núcleos.

Eso no significaba que fuera particularmente útil como fuente controlable de energía. Si era un núcleo que giraba despacio, aproximadamente como un agujero negro Schwarzchild, no servía más que para dar calor.

¿Giraba éste?

Aybee fijó los ojos en un punto del techo y se acurrucó. Sin duda, aquel núcleo era gigantesco y de rotación enormemente rápida. Pudo sentir la fuerza de la inercia cuando el spin del núcleo hizo girar el marco de referencia a su alrededor, inclinando la vertical local.

Dirigió su atención a los vectores. La mayoría ya le resultaban familiares. Había una docena de electroimanes superconductores que mantenían firmemente en su sitio el núcleo cargado en el centro de sus escudos esféricos. Parecían normales, no muy distintos de los sistemas que Aybee había visto en docenas de otras instalaciones generadoras de energía.

Estaba el mecanismo de extracción de energía propiamente dicho, claramente identificable por sus unidades de inyección de plasma. Este sistema en concreto estaba calibrado de forma inusitadamente precisa, lo que permitía cambios muchísimo más pequeños en la energía rotatoria del núcleo de lo que Aybee había visto jamás; pero se trataba de una mejora tecnológica sencilla, al alcance de cualquier usuario de los núcleos. Lo que no estaba claro era por qué alguien querría hacerla.

El primer indicio de algo verdaderamente raro eran los sensores. Diez veces más grandes de lo que Aybee esperaba, sugerían una gran capacidad para transmitir señales, y estaban conectados a un enorme ordenador situado a la derecha del blindaje externo.