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¿Un ordenador para hacer qué?

Dentro del escudo, el agujero negro rotatorio del núcleo enviaba un enorme flujo de radiación y partículas. Esa emisión de energía aleatoria era una molestia, y hacían falta escudos para reflejarla sobre sí misma. Al mismo tiempo, los sensores que controlaban el flujo externo dentro de los escudos permitían que la masa, la carga y el momento angular del núcleo fueran medidos hasta la billonésima.

Aybee se agazapó sobre la oscura superficie del escudo exterior, contemplando el ordenador y los cables durante un buen rato. Le habría encantado seguir aquellas fibras ópticas hasta un metro o más de profundidad, más allá del blindaje. Era imposible. Había escotillas para permitir el acceso a los robots, pero él no sobreviviría un instante dentro de los escudos.

Se levantó, intrigado, y contempló pensativo los sensores durante unos minutos. Cuando por fin regresó a su habitación, la cabeza le bullía con nuevas ideas y conjeturas. Tenía teorías, pero no podía probarlas. Lo que necesitaba ahora era reflexionar largamente en silencio.

Pero cuando llegó a su habitación encontró en ella a Gudrun. Estaba sentada en su cama. Se había quitado el uniforme azul plateado con gorrita y llevaba un breve traje negro de hacer ejercicio y maquillaje púrpura para la piel. Gudrun le saludó con un gesto y palmeó la cama.

Aybee la miró incómodo, y permaneció de pie. —Estaba echando un vistazo. —Lo sé. Siéntate, Karl. Se colocó al otro extremo de la cama.

—Lo estoy haciendo bien, ¿no? —Aybee se aclaró la garganta—. Quiero decir, ¿no hay problemas con mi trabajo?

—Todo lo contrario. —Ella se le acercó—. Karl, lo has estado haciendo bien, pero estoy convencida de que podrías hacerlo muchísimo mejor. Algunas de tus respuestas a los tests son tan concisas y claras que superan los manuales de formación. Las estoy utilizando como material de referencia. ¿De dónde las sacas?

Aybee maldijo para sus adentros y se encogió de hombros. —No lo sé. Simplemente escribo lo que se me ocurre. —Si eres capaz de pensar de esa forma, en el futuro no serás sólo ingeniero de mantenimiento. Te tengo reservado algo especial. —¿Qué quiere decir? —A Aybee no le gustó la expresión de sus ojos.

—Quiero llevarte a que conozcas al gran jefe… al líder de toda la Revolución y el Movimiento. Tenemos órdenes suyas de buscar potenciales inusitados, e informar de ello al Cuartel General. —Gudrun malinterpretó su preocupación—. No te preocupes, no te enviaré solo. Iremos juntos, tú y yo, en una de las naves de tránsito de alta-aceleración. Seré tu valedora.

—¿Cuándo? —Todavía faltaban más de cinco semanas para que terminara el curso de formación.

—Dentro de un par de días. Jason y los otros ayudantes podrán encargarse sin problemas del curso. Hay cinco días de viaje desde aquí al Cuartel General en la nueva nave, pero no desperdiciaremos el tiempo. Tienes mucho que aprender. Te daré clases particulares y formación especial. —Gudrun había acorralado a Aybee hasta el fondo de la cama, y ya no podía retroceder más. Sus ojos dorados brillaban. Le cogió las manos y lo miró de forma posesiva—. Y aún no hemos hecho ese cambio de forma, ¿verdad?… eso de que hablamos antes de que te unieras a nosotros. Sigues siendo demasiado alto para estar cómodo. Trabajaremos en eso. Puede que quede algún tiempo libre durante el viaje para un cambio de forma. Quiero que parezcas más uno de nosotros… no un nubáqueo. —Apretó sus manos—. ¿Qué dices, Karl? Es una oportunidad única.

Cinco días confinado en una cabina de tránsito de altage con Gudrun. Cinco días de «clases particulares» y «formación especial». ¿Qué incluía eso? Tenía una horrible sospecha. Aybee evitó su mirada, pero ella estaba muy cerca. Dondequiera que mirase sólo veía carne desnuda, muslos carnosos, brazos y hombros y pechos.

—Bien, Karl, ¿qué me dices? —ella susurraba junto a su mejilla.

Aybee cerró los ojos, horrorizado. «¿Tengo elección?»

Inspiró profundamente. «Míralo de esta forma, Apollo Belvedere Smith: ve al Cuartel General, y las posibilidades de averiguar si estás en lo cierto serán mucho mayores que aquí. Pase lo que pase durante el viaje, podrás apañártelas. Así que di que sí rápidamente, antes de que decidas que no puedes soportar la idea.»

Asintió, los ojos cerrados todavía.

—Parece… maravilloso.

Sintió la mano de Gudrun en su muslo.

—Me aseguraré de que así sea —dijo ella—. Partiremos mañana. Pondré en la nave un tanque de cambio de formas y programas de reducción de tamaño. Puedes usarlos tanto como quieras. Pero ahora será mejor que descanses, Karl. Lo necesitas.

—Sí. —Aybee tragó saliva—. Creo que sí.

Ella se apartó lentamente de él. Aybee pudo volver a respirar. Miró sus labios rojos y su boca entreabierta. Parecía dispuesta a comérselo.

«Asegúrate de que el tanque y el programa de reducción de tamaño estén allí, Gudrun. Los usaré, desde luego. De hecho, si este viaje resulta ser como me imagino, los usaré una y otra vez. Voy a llegar al Cuartel General convertido en un enano de dos palmos.»

20

Desapruebo toda conspiración en la que yo no tomo parte.

CINNABAR BAKER

Sylvia Fernald había meditado largamente su decisión. ¿A quiénes debía decir lo que planeaba hacer, y cuánto tenían que saber?

Por un lado, su intento de contactar con Paul Chu no era en modo alguno una misión oficial. No le habían ordenado que lo hiciera, ni que lo pensara siquiera. Por otro, Bey Wolf y Aybee Smith creían que los rebeldes estaban tras los fallos técnicos en los Sistemas Interior y Exterior, y coincidían con Cinnabar Baker en que el objetivo de los rebeldes bien podría ser fomentar una guerra abierta entre las dos facciones. Si tal era el caso, y si Paul formaba parte del grupo rebelde, hablar con él era de importancia capital. Sylvia no conocía a nadie más que pudiera estar abierto a ese diálogo. Paul siempre se había comportado de forma misteriosa y desconfiada, pero hablaría con Sylvia.

¿O no? Habían sido íntimos, pero en los últimos meses ella nunca supo lo que pensaba Paul, ni lo que hacía. Pero sin duda al menos hablaría con ella: habían sido compañeros durante más de tres años. Por otro lado, si ahora Paul era uno de los rebeldes, no debería hablar con él, y si se reunía con Paul no debería decirle a nadie que iba a hacerlo.

Sylvia reflexionó, y por fin llegó a una solución de compromiso. Ya que utilizaría una nave nubáquea para su viaje, alguien del Gobierno tendría que estar al corriente del mismo y aprobarlo. Pero cuanta menos gente lo supiera, menos peligro habría de que otros se enteraran de su misión.

Sylvia sopesó sus opciones: Leo Manx era un buen hombre, aunque algo pedante y (mucho peor todavía) con tendencia al chismorreo. Bey Wolf no hablaría, pero probablemente intentaría detenerla. Aybee, su primera opción, se encontraba quién sabía dónde, y todos sus otros amigos íntimos de las Cosechadoras se sentirían abrumados por la responsabilidad implícita. Sentirían la obligación de decírselo a sus superiores… que luego podrían decírselo a cualquiera.

Al final, Sylvia llamó directamente a Cinnabar Baker y solicitó una reunión en privado. Si la información probablemente iba a acabar llegando a Baker, bien podía empezar dándosela.

La otra mujer le pidió (típico en ella) que acudiera a su despacho ese mismo día, pero a la una de la madrugada. Sylvia dedicó las doce horas siguientes a terminar los preparativos para su partida, y ensayando lo que iba a decirle a Baker. Cuando por fin entró en el apartamento de paredes desnudas, se olvidó del discurso preparado.