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Cinnabar Baker tenía un aspecto desastroso. Había perdido veinte o treinta kilos, y tenía la piel grisácea, arrugada y flaccida. De vez en cuando se frotaba los ojos, suspiraba pesadamente y soltaba una tos sorda. Turpin estaba encaramado en su hombro, parpadeando. Cada vez que tosía, el ajado cuervo imitaba la tos con acierto notable; debía de haber tenido tiempo de sobra para practicar.

—Lo sé. —Baker vio la consternación de Sylvia—. No me diga que tengo un aspecto espantoso, y no se preocupe. No es permanente. Estoy trabajando demasiado, y todo el mundo teme que me acerque a las máquinas de cambio de formas para someterme a una sesión terapéutica. Las máquinas están en tan mal estado que temen que acabe convertida en una calabaza. ¿Qué puedo hacer por usted? Tenemos diez minutos.

Sylvia empezó a describir cómo había encontrado una pista que podía conducir hasta Paul Chu. La mitad de su explicación resultó innecesaria: Cinnabar Baker sabía más de su relación con Chu de lo que Sylvia imaginaba. Baker hizo que se saltara esa parte y luego escuchó en silencio, interrumpiéndola sólo con sus toses y su respiración entrecortada.

Al final, resopló y se cogió la nariz con dos dedos.

—He oído sus informes, y los de Leo Manx. ¿Está de acuerdo con él en que los rebeldes están detrás de los problemas de Bey Wolf con el Hombre Negentrópico?

—Creo que sí.

—Ha salvado la vida a Bey al menos una vez, probablemente dos. ¿Sabe qué solían decir los antiguos chinos, allá en la Tierra, si salvabas a un hombre de morir ahogado?

Sylvia sacudió la cabeza, confundida. Cinnabar Baker había hecho que se perdiera.

—Decían que eras responsable del bienestar de ese hombre, durante el resto de tu vida. Déjeme preguntarle algo: ¿cuánto de eso que propone es por el bien del Sistema Exterior? ¿Y cuánto se debe a que quiere ayudar a Wolf con sus problemas personales?

La sugerencia dejó de piedra a Sylvia.

Había actuado para salvar a Bey en la nave de tránsito y en la Granja Espacial sin pensar ni por un momento en sus propios motivos. Habría hecho lo mismo por cualquiera. Y en cuanto a haber permanecido sentada junto al tanque de cambio de formas mientras Bey Wolf estaba dentro…

—No se moleste en responder —continuó Cinnabar Baker. Sylvia llevaba allí más de diez minutos—. Pero dígame esto. Me propone marcharse de inmediato. ¿Por qué tanta prisa? ¿Por qué no esperar unos días más?

—¿Días más? —repitió Turpin.

Sylvia sacudió la cabeza.

—No me atrevo. Paul Chu está en ese lugar para realizar una conversión en su instalación añadiendo un impulsor de bajage… probablemente a un fragmento cometario. Eso significa que estará trabajando solo, únicamente con las máquinas. Podremos hablar con toda libertad. Pero eso solamente durará otro par de semanas, luego se marchará. No sé adonde irá después.

—¿Sabe él algo de esto?

—Nada. No le he sugerido a nadie que me propongo visitarlo. Es usted la única persona que sabe lo que pretendo. —Vio cómo Cinnabar Baker asentía despacio—. ¿Lo aprobará, entonces?

Baker gruñó.

—Fernald, nunca me gustó Paul Chu. Me acuerdo de él, y no creo que vaya a hacer nada por ayudarle. —Alzó una mano—. Pero antes de que empiece a protestar, déjeme decirle que voy a aprobar su solicitud. Debería realizar usted este trabajo durante un solo día. Aprobaría cualquier cosa que pudiera echarle un cable para solucionar los problemas. La tecnología de la Nube se está yendo al garete, la gente no se atreve a acercarse a las máquinas de cambio de formas, hemos estado recibiendo comunicaciones de otras Cosechadoras que sugieren que toda su población se ha vuelto loca, y acabo de recibir un informe del otro lado de la Nube sobre un desagradable accidente en otra de las Granjas Espaciales. Para remate, una de nuestras naves de carga con destino interior fue destruida ayer, y los abrázaseles nos echan la culpa a nosotros… ¡diciendo que volamos una de nuestras propias naves!

Suspiró.

—Muy bien. Ya ha oído lo suficiente. Por supuesto que apruebo lo que quiere hacer. Vaya y hágalo, y use mi autoridad si le hace falta para conseguir su nave. Y otra cosa más… —Sylvia se levantaba ya—, esto tiene que ser recíproco. No le dirá usted a nadie adonde va. Y yo no le diré a nadie, ni siquiera al Consejo Interior, lo que intenta hacer. Si se mete en líos, tendré que dejarla tirada. Incluso negaré que tuviera mi permiso para usar una nave de tránsito. Nuestra política es firme: no tratamos con los rebeldes bajo ningún concepto. ¿Comprendido?

Sylvia se mordió el labio, luego asintió.

—Muy bien.

Cinnabar Baker le cogió la mano en un gesto inesperado.

—Nunca hemos tenido una reunión esta noche, Fernald. Salga por la otra puerta. Tengo un grupo de personas esperando fuera. Buena suerte, y buena caza. Estará muy lejos de casa.

—De casa —repitió Turpin roncamente. El cuervo ladeó la cabeza—. Lejos de casa.

De eso hacía ocho días. Ocho días de silencio y soledad. Sylvia había mantenido un estricto aislamiento de comunicaciones durante todo el viaje, incluso cuando el impulsor de la nave estaba inactivo y era fácil enviar o recibir mensajes.

Pero ahora, mientras deceleraba para aproximarse a su destino final y el encuentro se hallaba sólo a unos pocos minutos de distancia, su nerviosismo aumentó. La necesidad de enviar algún tipo de mensaje a Cinnabar Baker se hizo más urgente. Habían proporcionado a Sylvia la localización de un cuerpo cuya órbita bordeaba la parte extenor del Anillo de Núcleos, y le habían dicho que Paul Chu estaría allí. Pero los datos de posición le habían llegado junto con una petición de estricto secreto, nada más. No le habían hablado de la naturaleza del objeto hacia el que viajaba, ni de si era grande o pequeño, natural o artificial, una colonia o una base militar. Había supuesto que se trataba de un fragmento (¿por qué si no estaría Paul instalando una unidad impulsora añadida?), pero ¿y si se equivocaba?

Bien, pronto lo sabría. Por fin el cuerpo era visible. Desde cinco kilómetros de distancia, era como un huevo irregular y granuloso brillando con luces internas. Sylvia conectó los sensores amplificadores. El objeto medía unos trescientos metros de longitud (demasiado pequeño para ser una Cosechadora, una colonia o una nave de carga) y por su forma se veía que tampoco era una nave de tránsito. Eso encajaba con la idea de un pequeño núcleo cometario, aún rico en volátiles. Sin embargo, las portillas y las luces seguían el esquema de un cuerpo habitado, y en la superficie había dos zonas de atraque y compuertas claramente distinguibles.

Si se trataba de un cuerpo natural, ya había sufrido varias excavaciones y modificaciones internas. La recién instalada unidad impulsora era fácilmente reconocible, pues brillaba en el extremo más grueso del objeto.

Perder tiempo no le sería de ayuda, y Sylvia no había viajado hasta tan lejos para nada. Ya se había puesto el traje. Dejó que la nave de tránsito atracara suavemente en el puerto mayor y fue directamente hacia la compuerta.

Estaba abierta, en contra de las medidas de seguridad estándar. Y la compuerta interna también, lo que significaba que el interior del cuerpo carecía de aire. Si Paul Chu estaba allí, o bien llevaba un traje o era un cadáver. Sylvia advirtió lo fuerte que se oía su propia respiración dentro del casco. Sintonizó el receptor para que hiciera un barrido por varias frecuencias y atravesó la compuerta interna.

La primera cámara había sido tallada en el hielo de agua y dióxido de carbono del interior cometario; se veía claramente que era un taller y una instalación de mantenimiento de equipo. Había signos de que no hacía mucho que estaba deshabitada; algunos soldadores seguían sujetos a bombonas de combustible en una sala de herramientas, y un generador eléctrico estaba en posición de pausa. Tres o cuatro máquinas de construcción esperaban pacientemente contra una de las paredes. Sylvia las observó, irritada. Según el baremo de la Nube, eran modelos obsoletos. Si hubiesen sido un poco más listas, podría haberles preguntado qué sucedía. Pero habían sido diseñadas con un vocabulario especializado y no entendían más que de sus tareas mecánicas de construcción. Si nadie les daba instrucciones, esperarían tan tranquilas durante un millón de años.