Atravesó un panel deslizante y se metió dentro. La exploración de las señales recibidas no había revelado nada, así que pasó a emitir en todas las frecuencias.
—Paul Chu. Soy Sylvia.
Su traje repitió el mensaje automáticamente, una y otra vez, prestando atención a cualquier posible respuesta.
Llegó a las habitaciones provisionales construidas por las máquinas cerca del centro del cuerpo celeste. Paul no se encontraba allí, pero había muchos signos de su reciente estancia. Aquél era claramente su enlace de ordenador, el que había utilizado durante diez años. Ningún nubáqueo, no importaba cuánto tiempo llevara lejos del Sistema Exterior, dejaría objetos de metal diseminados con tanto descuido, a menos que supiera que iba a volver pronto o que se hubiera visto obligado a partir a toda prisa.
«O que esté muerto», insistió su mente.
Descartó la idea. Tal vez Paul se encontraba al otro lado del cuerpo o quizá lo habían llamado temporalmente.
¿Pero llamado para qué? ¿Y para ir adonde? No había visto signos de otros cuerpos celestes mientras se acercaba, y la radio de su traje tenía un alcance efectivo de muchos miles de kilómetros.
¿Y si él no quería verla y estaba escondido para evitar un encuentro? Esa idea se caía por su propia base. ¿Cómo podía estar ocultándose, cuando no sabía siquiera que ella venía de camino? Creía que se encontraba en el Sistema Exterior.
Casi contra su voluntad, Sylvia se dispuso a explorar el desolado interior. En el pasado remoto, aquel lugar había sido un hogar humano durante bastante tiempo. Había cocinas, dormitorios, incluso cámaras preparadas para el entretenimiento y para hacer ejercicio, estas últimas con arneses, barras y máquinas, todas equipadas con diales para medir el nivel de esfuerzo y los progresos. Pero el equipo y los instrumentos estaban cubiertos de una fina capa de hielo sublimado. Nadie había tocado nada desde hacía años, tal vez décadas.
Sylvia no tardó ni media hora en convencerse de que no había nadie en el cometa hueco. Estaba sola. Y al cabo de un momento notó una extraña vibración bajo los pies y una ligera presión en la parte delantera del traje. Supo de inmediato lo que sucedía. Las compuertas de la superficie del cuerpo se habían cerrado y el interior se llenaba de aire.
Volvió rápidamente sobre sus pasos hacia la compuerta por la que había entrado. A mitad de camino, hubo un destello de movimiento al fondo del pasillo.
—¿Paul? —Se detuvo, la mano en la pared—. ¿Paul Chu? ¿Eres tú, Paul? ¿Quién anda ahí?
El pasillo albergaba ahora atmósfera plena, y su voz resonó en el estrecho corredor. No obtuvo respuesta, pero de repente una máquina pequeña se le acercó. Se detuvo a tres metros de distancia. Sylvia se alegró de verla. Contrariamente a las otras, ésta era un modelo muy avanzado, recién salida de los laboratorios de desarrollo. Era una máquina AG, un modelo de Ayuda General que ejecutaba cientos de tareas respondiendo a la voz y con poca supervisión humana. Si era preciso, podría devolverla a casa en su propia nave de tránsito.
—¿Qué ha pasado aquí? —Avanzó confiada. Ninguna máquina le haría daño… ninguna máquina podía hacérselo, a no ser por accidente—. ¿Dónde está la gente? ¿Está aquí Paul Chu?
La máquina no dijo nada. Sus detectores frontales se volvieron hacia ella, y no había duda de que era consciente de su presencia. Pero cuando Sylvia estuvo a un par de pasos de ella, la máquina empezó a retroceder. Una segunda máquina del mismo diseño apareció al fondo del pasillo y luego avanzó hasta situarse junto a la primera.
—Vamos. —Sylvia empezaba a impacientarse—. Quiero respuestas. No finjáis no comprenderme, sé que sois listas de sobra para entender esto. ¿Qué ha pasado en este lugar?
La segunda máquina sacó un par de largos brazos gomosos por una abertura circular de su base. Antes de que Sylvia pudiera retirarse, le había rodeado con ellos los tobillos.
—¡Eh! ¡Suéltame!
La máquina no le hizo caso, y ahora otros brazos surgidos de la primera máquina rodearon sus antebrazos y su cintura. La alzaron del suelo y la sostuvieron en el aire. Ambas máquinas recorrieron al unísono el pasillo, sujetando a Sylvia tan delicada y firmemente como una bomba con brazos.
—No pasa nada —dijo por fin la primera máquina, con una voz que Sylvia reconoció de inmediato. Hablaba igual que Paul Chu—. Nos iremos de viaje. Estarás a salvo. Un momento.
Mientras Sylvia se debatía como podía, otro par de brazos comprobaron que su casco estuviera bien cerrado.
—¿Un viaje? ¿Qué quieres decir? Malditas seáis, soltadme. Llevadme a ver Paul Chu. Os ordeno que me soltéis.
Eso tenía que funcionar. Ninguna máquina podía retener a un humano contra su voluntad, a menos que fuera para salvarle la vida.
—No podemos hacer eso. —La voz era adecuadamente triste, como si pidiera disculpas—. No podemos soltarla; todavía no. Pero podemos llevarla al actual paradero de Paul Chu. Tal vez lo vea allí.
—¿Cuándo? —Ya habían llegado a la compuerta, por donde el aire silbaba al escapar.
—Cuando lleguemos a nuestro destino. Diez días de viaje desde aquí.
Llegaron al extenor y continuaron avanzando bajo el brillo de las estrellas. La segunda máquina se había quedado en la compuerta, así que ahora Sylvia estaba sujeta únicamente por los brazos y la cintura. Vio una nueva forma ante ella, un pequeño objeto elipsoide de veinte metros de largo. Jamás había visto una nave parecida.
—No podemos volar en eso. —Habló por la radio de su traje, profiriendo lo que para una máquina habría sido la amenaza definitiva—. Si me haces volar en eso, me matarás.
—Nada de eso. —La máquina parecía sorprendida, pero no se detuvo—. De otro modo, naturalmente, nunca lo permitiríamos. Diez días pasan rápidamente. ¿Le gustará jugar al ajedrez conmigo cuando estemos en camino? Estaremos solos.
—¡Odio el ajedrez!
Mientras la llevaba a la nave, Sylvia tuvo un último y triste pensamiento. Le había dado a Cinnabar Baker las coordenadas de su destino y se sentía complacida con su previsión. ¿Pero de qué serviría esa información cuando estuviera a diez días de distancia de aquel lugar?
21
Toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia.
Aybee había visto muchas naves de tránsito durante sus vagabundeos por el Sistema Exterior. De diseño estándar, sólo diferían en detalles dependiendo de si la fabricación se hacía en el Nexo Vulcano, y susurraban al surcar la superficie del Sol, o en las Tortugas Secas, donde recorrían el remoto y poco definido perímetro de la Nube Oort.
Cada nave de tránsito tenía un grueso disco de materia densa en la proa.
También tenía una cabina de pasajeros que podía deslizarse hacia delante o hacia atrás por el espigón de doscientos metros que sobresalía tras la plancha de blindaje. El impulsor McAndrew de energía de vacío se encontraba en el borde exterior de la plancha. Todo el conjunto parecía un eje con sólo una rueda.