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Fue un shock que Gudrun le llevara a la parte delantera de la nave, y ver un liso elipsoide sin espigón de apenas veinte metros de largo.

Aybee se la quedó mirando como el público de un espectáculo de magia, esperando que apareciera el conejito blanco.

—¿Dónde está el resto?

—No hay más. —Gudrun se echó a reír. Rebosaba excitación—. Ya te dije, Karl, que las sorpresas no han hecho más que empezar. Esta es la nave en la que viajaremos. Llegó hace dos días del Cuartel General.

Aybee hizo un recorrido completo por el extenor. El ovoide tenía un casco liso y cristalino, pulido y sin marcas. Podía ver su propio reflejo distorsionado en la superficie convexa. Eso sólo era suficiente para hacer que pareciese fuera de lugar en el sucio y oscuro entorno de la vieja nave de carga. Era tan nueva como viejo cuanto la rodeaba. Lo más extraño de todo era que no mostraba ningún signo de poseer un mecanismo impulsor. No había en ella ningún sitio donde colocar el enorme disco que equilibraba gravedad y aceleración, y las claras portillas sugerían que al menos la mitad del espacio interior era habitáculo de pasajeros.

Como supuesto alumno en prácticas, Aybee no podía decirle a Gudrun lo que estaba pensando: que, o bien aquella nave era una engañifa total y no iría a ninguna parte o bien que había reinos enteros de la física desconocidos para las mejores mentes de los Sistemas Interior y Exterior.

En cambio, dijo:

—¿Quién la construyó?

—El Cuartel General. Es muy nueva y muy rápida. Las viejas naves tardaban semanas en llegar al Cuartel General… está a más de seiscientos mil millones de kilómetros. ¡Nosotros llegaremos allí dentro de cinco días!

—¿Cuál es su aceleración?

—Eso no es relevante. El funcionamiento de esta nave se basa en un nuevo principio. Están fabricando más, pero todavía hay sólo un puñado.

«Pero no debería haber ninguna.» Aybee hizo la conversión mentalmente; seiscientos mil millones de kilómetros entre cinco días, eso significaba unos quinientos ges. Luego ignoró de inmediato su propia respuesta. Los cálculos de alcance sólo tenían sentido si la nave se comportaba como una nave de tránsito, con una fase de aceleración, un periodo de cruce y una deceleración. No había motivos para suponer eso. Si la nave era tan nueva como parecía, el Cuartel General podía estar al otro lado de la galaxia. Aybee no tenía ni idea de cómo funcionaba. En aquel momento, ni siquiera sabía qué preguntas formular.

—¿De dónde recibe la energía? —dijo por fin—. ¿De un núcleo?

Era un palo de ciego. Las naves de tránsito utilizaban el impulsor McAndrew de vacío, no núcleos.

—No. Pero al parecer tiene un núcleo de masa baja en el centro.

Curiosear y curiosear. Incluso un núcleo pequeño pesaba unos cuantos cientos de millones de toneladas. ¿Por qué acelerar toda esa masa, si no la necesitabas?

Subieron a bordo, y la confusión de Aybee ejecutó un salto cuántico a niveles superiores. El espacio interno de la nave era diez veces mayor de lo que esperaba. Había demasiado poco espacio para cualquier suministro de energía razonable, motores o mecanismo impulsor.

En el fondo, Aybee ya había decidido que un nuevo intelecto de primera fila debía de haber surgido en las comunidades rebeldes del Anillo de Núcleos. Era la única manera de explicar algo tan radicalmente diferente como la nueva nave. Pero una vez dentro, tras mirar a su alrededor, se vio obligado a descartar esa idea. Allí había demasiadas cosas nuevas, desconocidas. De la docena de sistemas internos distintos, sólo pudo identificar y entender aproximadamente la mitad. Y esos pocos insinuaban algo que Aybee había buscado a tientas durante los cuatro últimos años, un nuevo paisaje más allá del horizonte.

Aybee tenía una clara imagen de la ciencia del momento, de sus cimas y valles y de sus zonas grises, allí donde la teoría fallaba. La tecnología avanzaba constantemente, pero dependía de modelos del mundo físico que a menudo tenían siglos de antigüedad. Avanzaba ignorando las zonas nebulosas, esos sitios donde no se había conseguido la comprensión total y donde acechaban las paradojas sutiles. Aybee había explorado tales anomalías. Era sorprendente descubrir que la niebla se disipaba de repente y un nuevo mundo aparecía brillante y lleno de gloria.

Gudrun no tenía ese tipo de preocupaciones. Se sentó confiada ante el tablero de control y empezó a seguir la sencilla secuencia de instrucciones proporcionada por el propio panel. La nueva nave no parecía sorprenderla, pero Aybee recordó la descripción de la Armada del Sistema Extenor: un sistema diseñado por un genio para ser dirigido por idiotas.

Y cuando pensó en la genialidad necesaria para elaborar un sistema entero tan distinto a nada de lo que hubiera visto, la excitación le puso la piel de gallina.

Cinco días. Ése era el tiempo que tenía para explorarlo todo y averiguar cómo funcionaba. Aybee había temido un viaje tan largo con Gudrun, pero ahora deseaba que su duración fuera dos veces mayor. Sin duda no dispondría ni de esos cinco días. Gudrun insistiría en hablar (o algo peor) durante parte de ese tiempo, y también querría introducirlo en el tanque de cambio de formas, para perder más horas preciosas.

Mientras ella completaba la secuencia de mando para salir de la nave de carga y ponerse en camino, Aybee reflexionaba. Lo que necesitaba era una completa inversión de papeles: Gudrun ausente y Aybee libre para explorar la nave. ¿Cómo conseguirlo?

Cinnabar Baker habría resuelto aquel problema en un momento. Habiendo tanto en juego, Gudrun tenía que quedar fuera de combate durante el viaje. Un golpe sería suficiente; luego se desharía del cadáver o confinaría el cuerpo herido en una unidad médica.

Aybee tenía inteligencia de sobra. La idea de matar o herir a Gudrun se le ocurrió de inmediato. Ella ya había completado la secuencia de control y trabajaba con la unidad de comunicaciones. Mientras permanecía ante el panel y el visor le ocultaba cualquier movimiento de Aybee, éste cogió una pesada caja de almacenamiento de datos y se colocó justo detrás de ella. Sería cosa de un momento, bastaría un solo golpe en el cráneo desprotegido.

«¡Ahora!»

Aybee sopesó la posibilidad… y parpadeó. Por primera vez en su vida, se veía obligado a enfrentarse a una de sus limitaciones: no le agradaba especialmente Gudrun, pero a pesar de la lógica y de sus motivaciones, no podía herirla físicamente.

Soltó la caja y se la quedó mirando, lleno de frustración. En ese mismo instante, ella se dio la vuelta para mirarlo a la cara. Su expresión era curiosa, entre fría y sorprendida. Aybee podía visualizar una diversidad convulsa en cinco dimensiones y manipular mentalmente su topología, pero no sabía leer aquella expresión humana. Si hubiera podido, habría reconocido una expresión de miedo.

—Me he puesto en contacto con el Cuartel General —dijo Gudrun al cabo de unos segundos—. Les he dicho que nos pondremos en camino de un momento a otro.

Aybee asintió. No parecía una revelación capaz de hacer temblar al universo.

—Y me temo que no podremos hacer lo que planeábamos —continuó ella, apresuradamente—. Ha habido cambios. Tengo que hacer un trabajo urgente durante el viaje, así que tendrás que entretenerte lo mejor que puedas. No entres aquí.

Sin añadir palabra, se fue a la parte de popa de la cabina y cerró la puerta. Un niño habría visto que algo la había trastornado mucho.

Pero si Aybee era un niño, se sintió como si de pronto le hubieran dado la llave de una tienda de caramelos. Se quedó mirando el lugar donde se había encerrado Gudrun durante diez segundos, hasta que oyó un agudo zumbido a sus pies. Un nuevo mecanismo había entrado en funcionamiento.

Aybee no notó aceleración alguna, pero sospechaba que oía el impulsor. Era bastante fácil comprobarlo. El sistema de propulsión de McAndrew producía una leve chispa de luz fantasmal cuando las partículas de alta velocidad chocaban con los ocasionales átomos de hidrógeno del espacio libre. Se acercó a la portilla y se asomó.