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Había realizado una clasificación de aquellas veintisiete anomalías en cuatro grandes categorías. A saber:

1) Masa inercial versus masa gravitacional; media docena de aparatos de la nave, incluyendo todos sus sistemas posicionales y de navegación, podían ser muy bien explicados con una sola teoría… si Aybee hubiese estado dispuesto a renunciar al Principio de Equivalencia. No lo estaba. Habría renunciado antes a su virginidad.

2) Calor convertido en movimiento; otros aparatos de la nave sólo tenían sentido si el calor pudiera transformarse perfectamente en otros tipos de energía mecánica; en otras palabras, de haber estado Aybee dispuesto a renunciar a la Segunda Ley de la Termodinámica.

¡Otra vez el Hombre Negentrópico! En un sistema cerrado (¿y qué había más cerrado que la nave?), Aybee tenía que admitir una entidad que reducía la entropía. Recordó al Demonio de Maxwell, aquel diminuto ser que supuestamente clasificaba moléculas sentado en un contenedor. Permitía que las moléculas más rápidas pasaran en una dirección; a las moléculas que se movían despacio les quedaba sólo la otra. El Demonio de Maxwell se había dado a conocer en 1874, pero Szilard lo había desterrado por completo en 1928. ¿O no?

Aybee ya no estaba seguro. Pero desde luego no quería renunciar a la Segunda Ley de la Termodinámica. Las palabras de Eddington estaban grabadas en su memoria:

La ley de que la entropía siempre aumenta —la Segunda Ley de la Termodinámica— es, creo, la suprema ley de la naturaleza. Si alguien les señala que su teoría favorita del universo está en desacuerdo con las ecuaciones de Maxwell, entonces tanto peor para las ecuaciones de Maxwell. Si la observación contradice su teoría, bueno, los experimentadores estropean a veces las cosas. Pero si su teoría va en contra de la Segunda Ley de la Termodinámica, entonces no hay esperanza; no hay otra cosa que hacer sino sumirse en la más profunda humillación.

Aybee estaba de acuerdo con eso. De todo corazón.

3) Aberraciones de campo de fuerzas. Al final del tercer día, Aybee había elaborado una teoría alternativa que explicaba cómo podía funcionar el impulsor; pero implicaba la introducción de un nuevo tipo de fuerza, similar al antiguo y ya desacreditado concepto de «hipercarga». Aybee no se atrevió a dar tal salto al vacío. Hypotheses non fingo. «No hago nuevas suposiciones.» Si eso había valido para Isaac Newton, también valía para Aybee.

4) Información a partir de la nada. Todo el resto de la nave funcionaría bien… ¡si fuera posible obtener información a partir de ruido aleatorio! Caos convertido en señal, eso era todo lo que Aybee necesitaba. El sistema de comunicaciones de la nave parecía depender de esa capacidad imposible. ¿Podía aceptarlo? Aybee sabía exactamente adonde le llevaría aquello y no le gustaba. Necesitaría otra vez una forma de disminuir la entropía. El Hombre Negentrópico volvía a la carga, de una forma distinta aunque igualmente desagradable. Aybee odiaba la idea.

Los cinco días pasaron volando. La aproximación a su destino era una distracción irritante, pero finalmente necesaria. Aybee no dejaba de pensar en los problemas físicos, pero al menos tendría una pausa obligada.

Una hora antes de la llegada, Gudrun salió de su cabina con el rostro sombrío y se acercó de inmediato al terminal de comunicaciones. Llevaba un traje espacial, y era evidente que estaba muy nerviosa. Pero sus sentimientos no eran lo bastante manifiestos para atravesar el escudo de las obsesiones de Aybee. Siguió trabajando hasta el momento mismo en que la nave atracó y la compuerta empezó a abrirse. Entonces no fue la voz de Gudrun la que ¡o sacó de su ensimismamiento, sino el chasquido metálico de la compuerta en sí.

—¡Ya está! —Gudrun se había precipitado hacia la abertura y la atravesó. Se volvió para señalar hacia dentro—. Ese es Karl Lyman. ¡Tened cuidado… es peligroso!

La compuerta de la nave era, como el habitáculo para pasajeros, mucho más grande que la de una nave de tránsito corriente. Aybee miró y vio para su sorpresa que estaba abarrotada de hombres armados apretujados; todos llevaban traje espacial. Había ocho o nueve; para un nubáqueo, tanta gente en un mismo lugar era una concentración de importancia. Gudrun se abrió paso entre ellos. Todas las armas se alzaron para apuntar a Aybee.

—Ponte el traje —dijo una voz neutra—. Si tienes una explicación, puedes darla más tarde.

No era momento de discutir. Un disparo de cualquiera de aquellas armas perforaría un casco medio. Aybee se puso el traje y estuvo listo en menos de treinta segundos. Asintió y cerró el último sello. La compuerta exterior se abrió y el aire sisesó al salir al vacío. Una de las armas se alzó y le hizo señas:

—Fuera.

Un paso por detrás de Gudrun, Aybee atravesó la compuerta. Hacía tres días que no se asomaba a una portilla de observación y ahora miró en derredor con profundo interés. La extraña aurora de arco iris había desaparecido, posiblemente al desconectar el impulsor, y el familiar campo estelar volvía a ser visible. El Sol se hallaba muy lejos, a su derecha, mucho más brillante que al principio del viaje. Aybee calculó rápidamente su magnitud aparente, y decidió que se encontraban en alguna pane del borde exterior del Anillo de Núcleos.

La nave había atracado en el perímetro de una estructura que era poco más que una pequeña estación de tránsito: un largo entramado esquelético de columnas con tornos de sujeción para mantener las naves y enormes tanques para los combustibles de fusión. El grupo se dirigió hacia una pequeña pinaza impulsada por un motor de alta propulsión espejo-matena. Su verdadero destino se hallaba a unos cuantos kilómetros en dirección al Sol; era una sombría oscuridad cuyo tamaño y forma sólo podían deducirse a partir de los destellos dispersos de luz solar que se reflejaban en sus antenas y portillas externas.

El cuerpo era burdamente esférico, de unos cinco kilómetros de diámetro. Aybee lo observó con enorme interés. Si no parecía preocupado, no era porque sintiera confianza en su propio destino. Era simplemente incapaz de apartar su mente del nuevo universo físico sugerido por la nave en la que había llegado. Si sentía alguna emoción, era expectación; no importaba lo que hubiera visto en tránsito, habría maravillas más grandes aquí, donde habían construido la nave de tránsito.

Aybee llevó a cabo un rápido análisis. La esfera que tenía de Jante podía ser una fuente de naves, pero no era una nave en sí misma. Tenía asimismo el tamaño y la forma de una nave de carga, pero no se utilizaba para tal fin. No había señales de que poseyera un mecanismo impulsor, y no podía poseerlo, ya que las delicadas torretas y los filamentos plateados de las antenas exteriores eran incompatibles con el movimiento acelerado. No eran más fuertes eme la hojalata y la más liviana de las fuerzas corporales podía aplastarlas y deformarlas.

Podía ser una colonia, como los pecios libres del Sistema Exterior; o podía ser una fábrica reconvertida, dedicada originalmente a la producción de una línea concreta de artículos.

Aybee dejó de especular. Se acercaban a la enorme compuerta construida en la superficie convexa del casco, y varios miembros del grupo estaban ya preparados para romper los sellos de sus trajes. Aybee esperó. Si alguien intentaba respirar vacío no sería él el primero. Le divirtió notar que Gudrun se había colocado lo más lejos posible de él, en el extremo opuesto de la compuerta. Los miembros de la escolta habían llegado al parecer a sus propias conclusiones sobre la amenaza que Aybee suponía para ellos. Ninguno empuñaba las armas con intención de disparar y la mitad de ellos ni siquiera se molestaba en mirarlo.