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Con aquello podía también llevarles al juzgado. Es posible que no ganase, pero podía armar revuelo y quizá conseguir que los de Mannix se asustasen y no comprasen. Quizá fuese mejor no enviárselo a Ricky.

No; si me ocurría algo quería que todo fuese para ella. Ricky y Pet eran toda mi «familia». Seguí escribiendo:

Si, por el motivo que fuera no te viese durante un año, deberás entender que algo me habrá ocurrido. En tal caso, cuida de Pet, si es que puedes encontrarle… y, sin decir nada a nadie, lleva el sobre que te incluyo a una sucursal del Banco de América, entrégaselo al encargado de depósitos, y dile que lo abra.

Cariño y besos,

TÍO DANNY

Después cogí otra hoja de papel y escribí:

«3 Diciembre 1970, Los Angeles, California. —En pago de un dólar recibido y de otras diversas consideraciones de importancia, adjudico [ahí redacté una lista de la descripción legal y numeración de mis acciones de Muchacha de Servicio, Inc.] al Banco de América, en depósito para Federica Virginia Gentry, para que a su vez le sean adjudicadas a ella al cumplir los veintiún años»

Lo firmé. La intención quedaba clara, y era lo mejor que podía hacer sobre el mostrador de un drusgstore, con un altavoz que bramaba en mis oídos. Debía garantizar que Ricky recibiese las acciones si me ocurría algo a mí, asegurándome de que Miles y Belle no se las podrían arrebatar.

Pero, si todo iba bien, cuando volviera a ver a Ricky le pediría sencillamente que me devolviese el sobre. Al no utilizar el formulario para la adjudicación impreso al dorso del certificado, evitaba todos los trámites necesarios para que un menor de edad volviese a readjudicarme las acciones: me bastaría con destruir la hoja de papel separada.

En el sobre más pequeño puse el certificado de las acciones, junto con la nota que las adjudicaba. Lo cerré, y coloqué ese sobre y la carta para Ricky en el sobre mayor. Lo dirigí a Ricky, en el campamento de Exploradoras, le puse el sello y lo eché en el buzón del dragstore. Vi que sería recogido al cabo de unos cuarenta minutos y volví a subir al automóvil realmente aliviado… no porque hubiese puesto a salvo las acciones, sino porque había resuelto mis problemas más importantes.

Bueno, quizá no los había resuelto, pero había decidido enfrentarme a ellos en vez de escaparme y jugar a Rip Van Winkle… o de volverlos a disimular mediante etanol de diversos aromas. Claro que quería ver el año 2000, pero con estarme quieto lo vería… a la edad de sesenta años, lo bastante joven aún para guiñar el ojo a las muchachas. No había prisa. Saltar de una siesta al siglo siguiente probablemente tampoco sería satisfactorio para un hombre normal; seria algo así como ver el final de una película sin haber visto lo que ocurría antes. Lo que había que hacer con los próximos treinta años era disfrutarlos a medida que iban pasando. Así cuando llegara el año 2000 lo comprendería.

Entre tanto, me las iba a entender con Miles y Belle. Quizá no ganara, pero con seguridad les haría lamentar haber tomado parte en una pelea; como las veces en que Pet había vuelto a casa sangrando.

—¡Tendrías que ver al otro!

No esperaba gran cosa de la entrevista de aquella noche. Lo único que supondría era una declaración oficial de guerra. Tenía intención de estropearle el sueño a Miles…, y él podría telefonear a Belle y estropear el de ella.

3

Yo iba silbando cuando llegué a casa de Miles. Había dejado de preocuparme aquella preciosa pareja… En los últimos quince kilómetros había planeado de memoria un par de artefactos completamente nuevos, cada uno de los cuales podría hacerme rico. Uno consistía en una máquina de dibujar que podía ser accionada como una máquina de escribir. Calculé que por lo menos debía de haber cincuenta mil ingenieros inclinados sobre los tableros de dibujo en los Estados Unidos y que odiaban el trabajo porque afecta a los riñones y daña la vista. No se trata de que no les guste diseñar, que si les gusta, pero físicamente es un trabajo demasiado duro.

Aquel aparato les permitiría permanecer sentados en un sillón mientras apretaban pulsadores y veían cómo la imagen se iba formando sobre un tablero, encima de la máquina. Oprimirían tres palancas al mismo tiempo y aparecería una línea horizontal precisa mente allá donde la quisieran; oprimirían dos palancas y luego otras dos y se dibujaría una línea con la inclinación exacta.

Y, por una pequeña cantidad extra, podría proporcionar un segundo caballete, dejar que el arquitecto dibujara isométricamente (la única manera fácil de dibujar), y consiguiera que apareciese w segundo dibujo en perfecta perspectiva sin que tuviera necesidad de comprobar. Incluso podría disponer el artefacto de manera que levantase planos y elevaciones partiendo del isométrico.

Lo mejor de todo era que podía hacerse casi por completo mediante piezas standard, la mayor parte de las cuales podían adquirirse en las tiendas de radio y de fotografía. Salvo, naturalmente, el tablero de control, el cual tenía la seguridad de que podía armarlo partiendo de una máquina de escribir eléctrica a la cual sacara las tripas y luego conectando las palancas para que hiciesen funcionar aquellos otros circuitos. Un mes para hacer el modelo original, seis semanas más para suprimir pegas…

Pero dejé de lado aquello relegándolo al fondo de mi memoria, pues tenía la seguridad de que podría hacerlo y de que habría un mercado para ello. Lo que verdaderamente me encantaba era haber ideado la manera de superar en flexibilidad al pobre Frank Flexible. Sabia más acerca de Frank de lo que ninguna otra persona pudiese llegar a averiguar, aunque lo estudiaran durante un año. Lo que no podrían saber, lo que ni siquiera mis notas indicaban, era que por cada elección que yo había hecho había por lo menos otra posibilidad que también podría funcionar —y que mis elecciones habían sido restringidas por el hecho de que pensaba en él como sirviente doméstico. Para empezar, podía prescindir de la restricción de que tenía que vivir en el sillón de ruedas mecánico. Partiendo de ahí, podría hacer cualquier cosa, salvo que necesitaría los tubos de memoria Thorsen, y Miles no podía impedirme usarlos; estaban en el mercado a disposición de cualquiera que quisiera diseñar una serie cibernética.

La máquina de diseñar podía esperar; me ocuparía del autómata para todo uso, capaz de ser programado para todo lo que un hombre es capaz de hacer, siempre y cuando no requiera verdadero discernimiento humano.

No; montaría primero la máquina de diseñar y la utilizaría para el proyecto de Pet Proteico.

—¿Qué te parece, Pet? Vamos a dar tu nombre al primer verdadero robot del mundo.

—¿Mrrrarrr?

—No seas suspicaz. Es un honor. Partiendo de Frank podría diseñar a Pet completamente con mi máquina de dibujar, refinarlo de veras, y además deprisa. Sería un fenómeno, una amenaza diabólica que desplazaría a Frank antes incluso de que lo pusiesen en producción. Si tenía un poco de suerte les haría quebrar y tendrían que venirme a pedir por favor que volviese a ellos. ¿Es que querían matar la gallina de los huevos de oro?

Había luces en casa de Miles y su auto estaba junto a la acera. Dejé el mío frente al suyo, y dije a Pet:

—Vale más que te quedes aquí, amigo, y protejas el coche. Grita «alto» tres veces y luego tira a matar.

—¡Nooooo!