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Se entristeció.

—Amigo, no se trata de nada personal, pero tengo que pensar en la licencia. «Ni perros ni gatos», lo dice en la pared. Nuestro objetivo es mantener un establecimiento en condiciones higiénicas.

—Pues han fracasado. —Levanté mi vaso—. ¿Ve usted las marcas de lápiz de labios? Debería vigilar a su lavaplatos, en vez de dedicarse a registrar a sus clientes.

—No veo ninguna marca…

—Porque la he limpiado casi del todo. Pero llevémoslo al Departamento de Sanidad y que revisen la cuenta de bacterias.

—¿Tiene usted insignia? —suspiró.

—No.

—Pues estamos a la par. Yo no registro su maletín y usted no me lleva al Departamento de Sanidad. Y, si desea usted otra bebida, vaya al bar y que le sirvan… a cuenta de la casa. Pero no aquí. —Se volvió e indicó el camino.

Me encogí de hombros.

—En todo caso, ya nos marchábamos.

Cuando pasé por delante de la caja, el cajero levantó la mirada.

—¿No estará molesto, verdad?

—No. Pero tenía la intención de traer más tarde a mi caballo para que echara un trago; ahora ya no lo haré.

—Como quiera. Las ordenanzas no dicen nada acerca de caballos. Pero… otra cosa: ¿ese gato verdaderamente bebe ginger ale?

—Cuarta enmienda, ¿recuerda?

—No quiero ver al animal, sólo saberlo.

—Pues bien —adrnití—, le gusta más con un poco de angostura, pero lo bebe sin ella si no tiene más remedio.

—Le estropeará los riñones. Mire eso, amigo…

—¿Qué debo mirar?

—Echese hacia atrás, de manera que su cabeza quede cerca de la mía. Ahora mire al techo, sobre cada uno de los compartimentos… A los espejos de los decorados. Se que allí había un gato porque lo vi.

Me incliné hacia atrás y miré: el techo estaba decorado con muchos espejos; entonces vi que algunos de ellos estaban orientados de manera que permitían que el cajero los utilizase como periscopios sin moverse de su sitio.

—Necesitamos eso —dijo, como excusándose—. Le escandalizaría saber lo que pasa en esos compartimentos… Si no les tuviésemos vigilados… El mundo está perdido.

—Amén, amigo. —Y me marché.

Una vez hube salido, abrí el maletín y lo llevé colgado de un asa. Pet sacó la cabeza.

—Ya has oído lo que ha dicho ese hombre, Pet. «El mundo está perdido.» Más que perdido cuando dos amigos no pueden echar un trago juntos sin que les espíen. Esto lo prueba.

—¿Ahorrra? —preguntó Pet.

—Puesto que lo dices… Y si vamos a hacerlo no hay motivo para demorarlo.

—¡Ahorrra! —respondió Pet, enfáticamente.

—Hay unanimidad. Está aquí mismo, al otro lado de la calle.

La recepcionista de la Compañía de Seguros Mutuos era un buen ejemplo del diseño funcional. A pesar de sus formas aerodinámicas, exhibía por el frente espacios para el radar y todo cuanto se necesitaba para su misión fundamental. Me tranquilicé pensando que para cuando yo saliese ella seria ya una marmota, y le dije que quería ver a un vendedor.

—Siéntese, por favor. Veré si alguno de nuestros ejecutivos para clientes está libre. —Antes de que pudiera sentarme, añadió—: Nuestro señor Powell le verá. Por aquí, por favor.

Nuestro señor Powell ocupaba un despacho que me hizo pensar que a Seguros Mutuos no le iban mal las cosas. Me dió un húmedo apretón, me hizo sentar, me ofreció un cigarrillo e intentó coger mi maletín, pero yo me aferré a él.

—Y bien señor, ¿en qué podemos servirle?

—Deseo el Largo Sueño.

Arqueó las cejas, y sus modales se hicieron más respetuosos. Sin duda Seguros Mutuos no volvería la espalda a siete billetes, pero el Largo Sueño les permitía meter mano a todos los intereses del cliente.

—Una decisión muy acertada —dijo con reverencia—. Es lo que yo querría hacer si pudiera. Pero las responsabilidades familiares… ¿sabe? —Extendió la mano y cogió un formulario—. Los clientes para el sueño suelen tener prisa. Permítame que le ahorre tiempo y molestias llenando esto en su nombre… Haremos lo necesario para que el examen físico se haga de inmediato.

—Un momento.

—¿Qué?

—Una pregunta. ¿Están ustedes en condiciones de organizar sueño frío para un gato?

Pareció sorprendido, y luego molesto:

—¿Está bromeando? Abrí el cierre del maletín y Pet sacó la cabeza.

—Le presento a mi compañero. Le ruego que conteste a mi pregunta. Si la respuesta es «no», entonces me dirigiré a la Obligación del Valle Central. Sus oficinas están en este mismo edificio, ¿verdad?

Esta vez se horrorizó:

—Señor… ¡Oh! No entendí bien su nombre…

—Dan Davis.

—Señor Davis, cuando alguien entra por nuestra puerta está bajo la benevolente protección de la Mutua de Seguros. No podría permitir que usted se fuera a Valle Central.

—¿Y de qué manera piensa impedírmelo? ¿Judo?

—¡Por favor! —Echó una ojeada alrededor con aire preocupado—. Nuestra compañía es ética.

—¿Quiere decir que Valle Central no lo es?

—No dije eso; fue usted, señor Davis, no deje que le influya…

—No lo conseguiría.

—…pero examine usted el contrato de cada una de las compañías. Consulte con un abogado o, mejor aún, con un asesor oficial. Averigüe lo que le ofrecemos, y actualmente entregamos, y compárelo con lo que Valle Central pretende ofrecer. —Miró nuevamente a su alrededor y se inclinó hacia mí—. No debería decirlo, y confío en que usted no lo repetirá, pero ellos ni siquiera utilizan las tablas oficiales.

—Quizá tratan mejor al cliente.

—¿Cómo? Mi querido señor Davis, nosotros distribuimos todos los beneficios sobrantes. Nuestros estatutos nos lo imponen… Mientras que Valle Central es una compañía por acciones.

—Quizá debiera comprar algunas de las suyas… Mire señor Powell, estamos perdiendo el tiempo. ¿Seguros Mutuos aceptará a mi compañero aquí presente o no? Si es que no, entonces llevamos aquí demasiado rato.

—¿Quiere decir que está dispuesto a pagar para conservar viva a esa criatura en hipotermia?

—Quiero decir que deseo que los dos tomemos el Largo Sueño. Y no le llame usted «criatura»; su nombre es Petronius.

—Usted perdone. Expresaré mi pregunta de otro modo: ¿Está usted dispuesto a pagar dos cuotas de custodia, para mantener a ustedes dos, a usted y a… bueno a Petronius, en nuestro santuario?

—Si, pero no dos cuotas corrientes; algo extra sí. Pueden ustedes meternos a los dos en el mismo ataúd… Honestamente no pueden cargar lo mismo por Pet que por un hombre.

—Esto es muy poco corriente…

—Desde luego. Pero ya discutiremos el precio luego… o lo discutiré con Valle Central. De momento, lo que necesito saber es si ustedes pueden hacerlo.

—Bueno… —Tamborileó sobre su mesa—. Un momento. —Cogió el teléfono y dijo—: Opal, póngame con el doctor Berquist.

No oí el resto de la conversación, pues colocó la protección para conversación secreta. Pero, al cabo de un rato, dejó el teléfono y sonrió como si se le hubiese muerto un tío rico:

—¡Buenas noticias, señor! De momento había olvidado el hecho de que los primeros experimentos que tuvieron éxito, se efectuaron con gatos. Las técnicas y factores críticos para gatos han sido establecidos en su totalidad. Incluso hay un gato en el Laboratorio de Investigaciones Navales de Annapolis que, desde hace más de veinte años, se encuentra vivo en hipotermia.

—Yo creía que el LIN había sido destruido cuando se apoderaron de Washington.

—Solamente los edificios de superficie, señor, pero no las cámaras profundas. Lo cual es un tributo a la perfección de la técnica; el animal permaneció sin cuidados, excepto los de la maquinaria automática, durante más de dos años… Y, sin embargo, vive aún, sin alterarse ni envejecer. Lo mismo que usted vivirá, cualquier período de tiempo que decida encomendarse a nuestra compañía, señor.