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Pero para que hiciese la multitud de cosas que yo quería que hiciese, necesitaba manos, ojos, oídos y un cerebro… un cerebro lo bastante bueno.

Las manos podía encargárselas a las compañías de equipos de ingeniería atómica que suministraban las de la Muchacha de Servicio, si bien en este caso iba a requerir las mejores, con servos de largo alcance y con el delicado retorno que se necesita para manipulaciones para pesar isótopos radiactivos. Las mismas compañías podían suministrar ojos; si bien podrían ser más sencillos, puesto que Frank no tendría que ver y manipular desde detrás de metros de espesor de una coraza de hormigón, como ocurre en las plantas de reactores.

Los oídos podía comprarlos a cualquiera de entre una docena de firmas de TV —si bien tendría probablemente que idear un diseño para controlar sus manos por sonido, vista, y retorno de tacto, de la misma manera que pueden ser controladas las manos humanas.

Pero con transistores y circuitos impresos es posible hacer muchas cosas.

Frank no tendría que usar escaleras de mano. Haría que su cuello se estirase como el de un avestruz y que sus brazos se alargasen como unas tenacillas. ¿Debería hacerlo de manera que pudiese subir y bajar escaleras?

Pues bien, había una silla de ruedas mecánica que podía hacerlo. Podría probablemente comprar una de ellas y utilizarla como armazón, limitando así el modelo piloto a un espacio no mayor que una silla de ruedas y no más pesado que lo que tal silla puede llevar. Eso me daría un juego de parámetros. Conectaría su potencia y su dirección con el cerebro de Frank.

El cerebro era la verdadera dificultad. Es posible construir un artefacto unido como un esqueleto humano o incluso mucho mejor. Es posible proporcionarle un sistema de retorno lo bastante bueno para que clave clavos, friegue suelos, rompa huevos —o no los rompa—. Pero a menos de que entre las orejas contenga una sustancia como la que tiene un hombre, no es hombre, ni tan sólo un cadáver.

Afortunadamente no necesitaba un cerebro humano: solamente quería un morón dócil, capaz principalmente de trabajos domésticos de repetición.

Aquí es donde entraban en juego las válvulas de memoria Thorsen. Gracias a las válvulas Thorsen habíamos provisto de pensamiento a los 1jroyectiles intercontinentales, y los sistemas de control de tránsito en sitios como Los Ángeles utilizan una de sus formas idiotas. No es necesario entrar en la teoría de una válvula electrónica que incluso los Laboratorios Bell no acaban de comprender bien, sino que la cuestión es que se puede conectar una válvula Thorsen a un circuito de control, hacer que la máquina efectúe una operación por medio de control manual, y el tubo «recordará» lo que hizo y puede a su vez dirigir aquella operación sin vigilancia humana una segunda vez, o un número indefinido de veces. Para herramientas mecánicas automáticas basta con eso; para los proyectiles dirigidos y para Frank Flexible se añaden circuitos que dan «juicio» a la máquina. En realidad no se trata de juicio (yo opino que una máquina nunca puede tener juicio); el circuito lateral es un circuito especial cuyo programa dice: «busca tal y cual entre los límites tales y cuales; cuando lo encuentres ejecuta tus instrucciones básicas». La instrucción básica puede ser tan complicada como sea posible comprimir en una válvula de memoria Thorsen —¡limite que es en verdad muy amplio!— y se puede establecer el programa de tal manera que vuestros circuitos de «juicio» (que son en realidad conductores morónicos) pueden interrumpir las instrucciones básicas todas las veces que el ciclo no corresponda a lo originalmente impreso en la válvula Thorsen.

Eso significa que solamente es necesario hacer que Frank Flexible quite la mesa, rasque los platos y los cargue en el lavaplatos solamente una vez, pues a partir de aquel momento se las podrá entender con cuantos platos sucios se encuentre. Mejor aún, se le podría meter en la cabeza una válvula Thorsen copiada electrónicamente y podría manipular platos sucios desde la primera vez que los tuviese a su alcance… sin nunca romper ni uno.

Póngase otra válvula «memorizada» a su lado y podrá cambiar de ropa a un bebé mojado desde la primera vez, sin nunca, nunca, clavarle un alfiler.

La cuadrada cabeza de Frank podía fácilmente contener un centenar de válvulas de Thorsen, cada una de ellas con una «memoria» de una tarea doméstica diferente. Luego instalemos un circuito de protección alrededor de todos los circuitos de «juicio», circuito que le requiera que se esté quieto y pida ayuda Si se llega a encontrar con algo que no esté comprendido en sus instrucciones —de esta manera se evitará gastar bebés y platos.

Así fue que construí a Frank sobre la armazón de una silla de ruedas mecánica. Parecía un perchero haciendo el amor a un pulpo. ¡Pero hay que ver lo bien que limpiaba la plata!

Miles contempló al primer Frank, observó cómo preparaba un martini y lo servía, y luego iba dando vueltas vaciando ceniceros (sin tocar los que estaban limpios) vio cómo abría una ventana y la dejaba sujeta abierta, luego iba a mi librería y ordenaba los libros que en ella había. Miles probó su martini y dijo:

—Demasiado vermut.

—Es así como me gustan a mí. Pero podemos decirle que prepare el tuyo de una manera y el mío de otra; le quedan aún muchas válvulas en blanco. Es flexible.

Miles tomó otro sorbo:

—¿Cuándo estará a punto para entrar en producción?

—Pues me gustaría entretenerme con él otros diez años. —Y antes de que pudiese protestar añadí—: Pero quizá sea posible producir un modelo limitado antes de cinco.

—¡Tonterías! Te daremos toda la ayuda necesaria y tendremos a punto un Modelo T dentro de seis meses.

—Ni hablar. Ésta es mi magnus Opus. No voy a soltarla hasta que sea una obra de arte… aproximadamente un tercio de su tamaño actual, y con todas sus partes sustituibles por sencillo enchufe, salvo los Thorsen, y tan flexible que no solamente pueda sacar a paseo el gato y lavar al crío, sino que incluso pueda jugar al pingpong si el comprador está dispuesto a pagar el costo del programa extra.

Me quedé mirándole; Frank estaba tranquilamente sacando el polvo a mi mesa y dejando todos los papeles exactamente donde los había encontrado.

—Pero no sería muy divertido jugar al ping-pong con él; nunca fallaría. No; me figuro que podríamos enseñarle a fallar al azar. Sí… podríamos hacerlo. Y lo haremos. Será una buena exhibición para la venta.

—Un año, Dan, y ni un día más. Voy a tomar a alguien de Lowy para que te ayude.

—Miles, ¿cuándo vas a darte por enterado de que soy yo quien manda en la parte de ingeniería? Cuando te lo entregue, te pertenece…, pero ni una fracción de segundo antes.

Miles contestó:

—Aún le sobra mucho vermut.

Con la ayuda de los mecánicos del taller continué trabajando hasta que conseguí que Frank se pareciera menos a un triple choque de automóviles y m~ a algo de lo que uno se siente inclinado a alabar delante de los vecinos. Mientras tanto, fui resolviendo una serie de pegas de sus circuitos de control. Incluso le enseñé a acariciar a Pet y a rascarle bajo la barbilla de tal manera que a Pet le gustase, y pueden creer que eso es algo que requiere un retorno tan exacto como cualquier operación en un laboratorio de atomística. Miles no me apresuró, si bien venia de vez en cuando a observar los adelantos. Hacía de noche la mayor parte de mi trabajo, al volver después de cenar con Belle y de dejarla en su casa. Luego dormía la mayor parte del día, me retrasaba al llegar por la tarde, firmaba los papeles que Belle me tenía preparados, veía lo que habían hecho en el taller durante el día, volvía otra vez a sacar a Belle a cenar. No intentaba hacer gran cosa antes de eso, porque el trabajo de creación le hace a uno oler como una cabra. Después de una noche de trabajo intenso en el laboratorio sólo Pet podía soportarme.