Выбрать главу

– Ese tipo tendrá mucha suerte si consigue llegar a los sesenta -le comentó Cleve Houghton a Howard Breen-. ¿Y tú qué haces para mantenerte en forma?

– Me ducho sólo con amigos -repuso Howard.

En aquel momento se reunió a ellos Victoria Wilder-Scott, que se había acercado a toda prisa vestida con su ropa de siempre, las gafas en lo alto de la cabeza y una carpeta de tres anillas apretada contra el huesudo pecho. Miró a sus alumnos con los ojos entornados y se quedó perpleja al verlos desenfocados. Instantes después cayó en la cuenta de a qué era debido.

– ¡Uy, las gafas! -exclamó-. Bueno, ya está arreglado. -Y se las bajó hasta la nariz mientras continuaba hablando en tono jovial-. Confío en que habrán leído los folletos, ¿verdad? Y el segundo capítulo de Grandes casas de las Islas Británicas. ¿Tenemos todos bien claro lo que vamos a ver en Abinger Manor? Esa maravillosa colección de Meissen que hay en el libro de texto. La mejor de Inglaterra. Las pinturas de Gainsborough, Le Brun, Turner, Constable y Reynolds. Una pieza preciosa de Whistler. Varios Holbein. La plata rococó. Algunos muebles extraordinarios. Las esculturas italianas. Toda esa maravillosa ropa de época. Los jardines son fantásticos, por cierto; rivalizan con Sissinghurst. Y el parque… bueno, no tendremos tiempo de verlo todo, pero haremos lo que podamos. ¿Han traído los cuadernos? ¿Y las cámaras fotográficas?

– Polly ha traído la suya -apuntó Noreen-. Creo que con eso las demás sobran.

Victoria parpadeó mirando en la dirección en la que se encontraba la cronista de la clase. Desde el principio no había ocultado que aprobaba el celo de Polly, y le habría gustado que hubiese más alumnos dispuestos a lanzarse a la experiencia de hacer un curso en Cambridge con tan buena disposición como aquella muchacha. Para Victoria ése era el problema que hacía que le costase trabajo impartir aquellos cursos de verano: que en general estaban llenos de americanos acaudalados cuya idea de aprender se reducía a ver documentales en la televisión sentados en el cómodo sofá del cuarto de estar.

– Sí, bueno, es verdad -convino Victoria dirigiéndole a Polly una gran sonrisa-. ¿Ya ha inmortalizado usted nuestra inminente partida?

– Poneos todos junto a la puerta, amigos -les pidió Polly a modo de respuesta-. Vamos a hacer una foto de grupo antes de emprender viaje.

– Póngase usted con los demás -le indicó Victoria-. Yo haré la foto.

– No, con esta cámara no -protestó Polly-. Tiene un medidor de luz tan complicado que hace falta ser Einstein para manejarlo. Nadie lo entiende. Era de mi abuelo.

– ¿Entonces tu abuelo aún vive? -Le preguntó Noreen con malicia-. Pues debe de tener… ¿qué edad tiene tu abuelo, Polly? Debe de ser viejísimo. ¿Setenta quizás?

– No te equivocas mucho -contestó Polly-. Tiene setenta y dos.

– Un auténtico carcamal.

– Sí, pero es un viejales que está hecho un roble, y además se le ve lleno de…

Polly se interrumpió. Miró a Sam, luego a Frances y luego a Noreen, quien preguntó en tono agradable:

– ¿Lleno de qué?

– Pues sin duda lleno de ingenio y de sabiduría -intervino Emily Guy.

Igual que Victoria Wilder-Scott, admiraba la energía y el entusiasmo de Polly y envidiaba, sin que ese sentimiento la consumiera, que la vida se estuviese abriendo ante aquella mujer y no cerrándose, como le ocurría a ella. Emily Guy había ido a Cambridge para olvidar una desgraciada relación con un hombre casado que había ocupado los siete últimos años de su vida, así que cualquier indicio de que una mujer tuviese propensión, a meterse sin remedio en un triángulo amoroso la afectaba en gran manera. Igual que Noreen, ella también había visto a Polly en animada conversación con Sam por las noches. Pero, a diferencia de aquélla, no lo había tomado por otra cosa que no fuese amabilidad por parte de una chica joven hacia un hombre mayor que a todas luces estaba locamente perdido por ella. Los celos que sentía Frances Cleary no eran problema de Polly, decidió Emily Guy la primera vez que vio a Frances fruncir el ceño y mirar por encima de la mesa en dirección a la muchacha.

No obstante, y a fin de desagraviar a Frances, Polly hizo todo lo posible por mantenerse fuera de la línea de visión de Sam Cleary durante el viaje a Abinger Manor. Se dirigió al minibús en compañía de Cleve Houghton e hizo el trayecto hasta Buckinghamshire en un asiento al otro lado del pasillo muy concentrada en una seria conversación.

Estas dos actitudes, naturalmente, no le pasaron inadvertidas a Noreen Tucker, a quien, como hemos visto, le gustaba sembrar cizaña siempre que le era posible.

– Es evidente que nuestra Polly quiere algo más que un simple cracker [2] -le murmuró a su taciturno marido mientras viajaban por el agostado paisaje veraniego-. Y puedes apostar a que lo que busca es un hombre rico.

Ralph no respondió; siempre resultaba difícil saber si estaba despierto o simplemente permanecía sonámbulo a lo largo del día. De modo que Noreen dio un vistazo a su alrededor para ver si encontraba a alguien que le prestase atención. Y encontró a Howard Breen, que se hallaba al otro lado del pasillo. Estaba hojeando el folleto que les habían proporcionado a todos sobre las glorias de Abinger Manor.

– No importa la edad cuando hay dinero de por medio, ¿no te parece, Howard? -le comentó.

Éste levantó la cabeza y dijo:

– ¿Dinero? ¿Para qué?

– Dinero para chucherías. Dinero para viajar. Dinero para llevar una vida más lujosa. Él es médico. Está divorciado. Tiene dinero a montones. Y ella no ha parado de babear con las diapositivas de Victoria desde el primer día de clase, por si no te has fijado. Así que, ¿crees que no le encantaría llevarse de recuerdo a Chicago un par de antigüedades? ¿Y no es Cleve Houghton el hombre apropiado para comprarle alguna ahora que Frances ha metido en cintura a Sam Cleary?

Howard bajó el folleto que tenía en las manos y miró a Emily Guy, su compañera de asiento, para que le interpretase los comentarios de Noreen.

– Se refiere a Polly y a Cleve Houghton -le aclaró Emily; y añadió en voz baja-: Antes eran Polly y Sam, pero ahora ha sustituido a este último por Cleve.

– El dinero lo es todo para una muchacha así -le aseguró Noreen-. Créeme, si tuvieras un par de automóviles antiguos también iría detrás de ti, Howard, a pesar de tus… bueno, de tus preferencias sexuales, si me permites decirlo así. Considérate afortunado de poder escapar.

Howard echó una mirada en dirección a Polly, que gesticulaba con las manos para ilustrar algún argumento que aducía en la conversación.

– ¡Maldición! -exclamó-. ¿Escapar? Yo no quiero escapar. Yo siempre he hecho a pelo y a pluma. Si hay luna llena y sopla el viento del este, estoy a punto para el apareamiento. Tanto es así, Noreen, que en realidad estos últimos días ha empezado a parecerme que estás la mar de buena.

Noreen se puso algo nerviosa.

– Pues yo no pienso…

– Sí, ya me he dado cuenta de que no piensas -la interrumpió Howard muy sonriente.

Noreen no era de las que se dejan acoquinar así como así, y tampoco era una mujer que respondiera a una pulla atacando de frente.

Se limitó a sonreír y dijo:

– Pues si hoy tienes esas inclinaciones, Howard, me temo que no podré ayudarte, porque ya tengo compromiso. Pero seguro que nuestra Emily se mostrará encantada de complacerte. Incluso me atrevería a decir que lo está deseando. El interés de un hombre puede hacer que la mujer piense… bueno, que todo es posible, ¿no es cierto? Incluso que el pelo se le cambie por pluma a ese hombre de modo permanente. Espero que sea eso lo que te gustaría que sucediese, Emily. Al fin y al cabo toda mujer necesita a un hombre.

Emily se acaloró y le subieron los colores a pesar de que no había manera posible en este mundo de que Noreen Tucker se hubiese enterado de su pasado reciente, de las esperanzas que ella había puesto en una relación amorosa que parecía el típico caso de dos seres hechos el uno para el otro que por fin se encuentran, pero que había resultado no ser otra cosa que un sórdido intento de convertir en algo especial lo que en realidad no era más que una serie de acoplamientos apresurados en diversos hoteles, lo que la había dejado con la sensación de estar ahora más sola que antes.

вернуться

[2] Cracker: 'galleta', 'petardo'. En el sur de Estados Unidos, 'pobre blanco'. (N. de los t.)