—Sí —dijo Béranger—. Estoy desarrollando una investigación apropiada. No estás seguro, no tienes la certeza moral de que fuéramos nosotros. Y hasta entonces no vas a decir una sola palabra.
Lloyd negó con la cabeza.
—Sé que te pasas los días moviendo papeles, pero creo que en tu interior sigues siendo un científico.
—Soy un científico. Esto tiene que ver con la ciencia… con la buena ciencia, con el modo en que se supone que hay que trabajar. Tú quieres hacer una declaración antes de tener todas las pruebas. Yo no —se detuvo para coger aliento—. Mira —dijo—, la fe de la gente en la ciencia ya se ha sacudido lo bastante en los últimos años. Demasiadas historias han terminando siendo fraudes o supercherías baratas.
Lloyd lo miró con intensidad.
—Percival Lowell, que sólo necesitaba unas gafas mejores y una imaginación menos activa, aseguraba recibir canales de Marte. Pero allí no había nada. Aún soñamos con las secuelas de que un imbécil en Roswell decidiera declarar que lo que había visto eran los restos de una nave alienígena, en vez de un globo aerostático. ¿Recuerdas a los Tasadai, una tribu paleolítica descubierta en Nueva Guinea en los 70 que carecía de palabra para definir “guerra”? Los antropólogos cayeron sobre ellos para estudiarlos. Sólo hubo un problema: no existían. Pero los científicos tenían tanta prisa por aparecer en los programas de la noche que no se molestaron por buscar pruebas.
—Yo no intento salir en los programas de la noche —replicó Lloyd.
—Y entonces anunciamos al mundo la fusión fría —siguió Gaston, ignorándolo—. ¿Lo recuerdas? El fin de la crisis energética, ¡el fin de la pobreza! Más potencia de la que la humanidad necesitaría jamás. Salvo por que no era real, sino Fleishmann y Pons pasándose de listos. Y luego empezamos a hablar de vida en Marte: el meteorito antártico con supuestos microfósiles, prueba de que la evolución había comenzado en otros planetas además de la Tierra. Salvo por que los científicos hablaron de nuevo demasiado rápido, y los supuestos fósiles resultaron ser formaciones rocosas naturales —Gaston inspiró profundamente—. Tenemos que tener cuidado, Lloyd. ¿Has oído hablar alguna vez a alguien del Instituto de la Investigación de la Creación? Sueltan toda clase de jeroglíficos sobre el origen de la vida, y la audiencia asiente como si estuviera de acuerdo; los creacionistas dicen que los científicos no saben de lo que hablan, y tienen razón; la mitad de las veces es así. Abrimos la boca demasiado pronto, en una carrera desesperada por la supremacía, por el crédito. Pero cada vez que nos equivocamos, cada vez que decimos que hemos hecho un gran descubrimiento en la lucha contra el cáncer, o que hemos desentrañado un misterio fundamental del universo, y tenemos que aparecer una semana, un año, una década después para decir que vaya, la cagamos, no comprobamos los hechos, no sabíamos de lo que hablábamos; cada vez que eso sucede, damos un empujón a los astrólogos, a los creacionistas, a la nueva era y demás escoria, a los artistas y charlatanes, a los casos más perdidos. Somos científicos, Lloyd, se supone que somos los últimos bastiones del pensamiento racional, de la prueba verificable, reproducible, irrefutable, pero nos ponemos la zancadilla a nosotros mismos. Quieres decir que el CERN es responsable, que desplazamos la consciencia de la humanidad por el tiempo, que podemos ver el futuro, que podemos dar el don del mañana. Pero no estoy convencido de ello, Lloyd. No me crees más que un administrador tratando de cubrirse las espaldas, la espalda de todos nosotros, y la de nuestro seguro. Pero no es así; o, para ser sincero, no es completamente así. Maldita sea, Lloyd, lo siento, siento más de lo que puedas imaginar lo que le pasó a la hija de Michiko. Marie-Claire dio ayer a luz; ni siquiera debería estar aquí, gracias a Dios que su hermana está con nosotros, pero hay demasiado trabajo. Ahora tengo un hijo, y aunque sólo lo he disfrutado unas pocas horas, no podría soportar perderlo. Lo que Michiko ha sufrido, lo que tú sufres, no puedo ni imaginarlo. Pero quiero un mañana mejor para mi hijo. Quiero un mundo en que la ciencia sea respetada, en el que los científicos hablen con datos, y no con cavilaciones, en el que cuando alguien haga un anuncio científico, los presentes se sienten y tomen notas porque se acaba de revelar algo nuevo y fundamental sobre el modo en que funciona el universo; no quiero que miren al techo y digan: “Venga, a ver qué chorrada se les ocurre esta semana”. No tienes pruebas, pruebas sólidas y palpables, de que el CERN tenga nada que ver con lo sucedido… Y hasta que las tengas, hasta que yo las tenga, nadie dará una conferencia de prensa. ¿Está claro?
Lloyd abrió la boca para protestar, la cerró y volvió abrirla.
—¿Y si puedo demostrar que el CERN tuvo algo que ver?
—No vas a reactivar el LHC, al menos a los niveles de 1150-TeV. Estoy corrigiendo la lista de experimentos. Cualquiera que quiera usar el colisionador para choques de protones con protones puede hacerlo una vez terminemos los diagnósticos, pero nadie va a disparar colisiones nucleares en el acelerador hasta que yo lo diga.
—Pero…
—No hay peros, Lloyd —sentenció Béranger—. Mira, tengo montañas de trabajo. Si no hay nada más…
Lloyd negó con la cabeza y dejó el despacho. Abandonó el edificio de administración y rehizo sus pasos.
Más gente lo detuvo en el camino de vuelta; parecía que cada pocos minutos surgía una nueva teoría y otra vieja era derribada. Al fin consiguió Lloyd regresar a su despacho. Esperando en su mesa estaba el informe inicial del equipo de ingeniería que había revisado los veintisiete kilómetros del túnel del LHC en busca de cualquier anormalidad a causa del desplazamiento temporal; de momento, no se había dado con nada fuera de lugar. Y los detectores ALICE y CMS también habían recibido el alta médica, superando todos los diagnósticos a los que habían sido sometidos.
También había una copia de la primera página del Tribune de Genève; alguien la había dejado allí, enmarcando con un círculo una noticia particular:
Muere un hombre que tuvo una visión
“El futuro no es inmutable”, dice un profesor
Mobile, Alabama (AP): James Punter, de 47 años, murió hoy en un accidente de circulación en la I-65. Punter había comentado con anterioridad una visión precognitiva a su hermano Dennis Punter, de 44 años.
“Jim me había hablado de su visión”, dijo Dennis. “Estaba en casa, en la misma en la que vivía hoy… pero en el futuro. Se estaba afeitando y se llevó el susto de su vida cuando se vio en el espejo, viejo y arrugado”.
La muerte de Punter tiene serias implicaciones, asegura Jasmine Rose, profesora de Filosofía en la universidad estatal de Nueva York, en Broockport.
“Desde el momento de las visiones hemos estado discutiendo sobre si lo que mostraban era el futuro real, sólo uno de los posibles o, de hecho, si no serían más que alucinaciones”, dijo.
“La muerte de Punter indica de forma clara que el futuro no está fijo; él tuvo una visión, pero ya no será capaz de verla convertida en realidad”.
Lloyd aún estaba caliente por su encuentro con Béranger, y se descubrió haciendo una bola con la página y lanzándola al otro lado del despacho.
¡Una profesora de Filosofía!
La muerte de Punter no demostraba nada, por supuesto. Su historia era totalmente anecdótica. No había pruebas que la apoyaran, ningún periódico o televisión decía que pudiera relacionarse con otras historias de lo mismo, y al parecer nadie lo había visto en sus propias visiones. Un hombre de cuarenta y siete podía estar muerto fácilmente veintiún años después. Podía haberse inventado la visión (una bastante poco original, por cierto) por no revelar que no había tenido ninguna. Como Michiko había dicho, Theo probablemente había arruinado sus posibilidades de lograr nunca un seguro al revelar su falta de visión; Punter podía haber decidido que era mejor pretender haberla experimentado, antes que admitir que iba a estar muerto.