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—Pero si algo así hubiera aparecido en las noticias, sin duda alguien lo hubiera advertido en su visión. Alguien hubiera informado de ello.

—¿Quién se quedaría en casa viendo las noticias dos horas en unas vacaciones inesperadas? —preguntó Rusch—. No, estoy convencido de que el escenario que he descrito es el correcto. Lograré desmantelar el CERN; la conciencia de la Tierra en 2030 se quedará en su justo lugar, y el cambio se propagará hacia atrás desde este punto, veintiún años en el pasado, rescribiendo la historia. Mi querida Helena, y todos los demás muertos por su arrogancia, vivirán de nuevo.

—No puede matarme —dijo Theo—. Y no puede mantenerme aquí dos días. La gente advertirá que he desaparecido y bajarán a buscarme. Encontrarán su bomba y la desactivarán.

—Bien pensado —concedió Rusch. Manteniendo con cuidado la pistola apuntando a Theo, se retiró hacia el artefacto. Lo sacó de la bomba de aire, levantándolo por el asidero de la maleta. Debió de notar la expresión de Theo—. No se preocupe —dijo—. No es delicada. —Situó el artefacto en el suelo del túnel y manipuló el mecanismo del contador. Después giró la maleta para que Theo pudiera ver el costado. El griego miró el reloj. Seguía con la retrocuenta, pero ahora indicaba cincuenta y nueve minutos y cincuenta y seis segundos—. La bomba estallará dentro de una hora. Es antes de lo que tenía planeado, y con esta antelación es probable que le hurtemos a la gente su día de vacaciones de pasado mañana, pero el resultado final será el mismo. Mientras la reparación de los daños en el túnel lleve más de dos días, Der Zwischenfall no será repetido. Ahora vamos a pasear un poco. No pienso subirme a un deslizador con usted, ni… Supongo que vino en monorraíl, ¿no? Pues nosotros no. Pero en una hora nos podemos alejar a pie lo suficiente como para no resultar dañados. —Le señaló con la pistola—. Usted primero.

Comenzaron a andar en el sentido contrario a las agujas del reloj, hacia el monorraíl, pero antes de haber avanzado una decena de metros, Theo advirtió un leve zumbido tras ellos. Se giró, al igual que Rusch. Trazando la curva del túnel, a lo lejos, vieron otro deslizador.

—Maldición —dijo Rusch—. ¿Quiénes son?

El pelo rojo y gris de Jake Horowitz era fácil de distinguir, incluso a aquella distancia, pero el otro…

¡Dios! Parecía ser…

Era él, el detective Helmut Drescher de la policía de Ginebra.

—No lo sé, respondió Theo, fingiendo que entrecerraba los ojos para ver mejor.

El deslizador se acercaba rápidamente, y Rusch miró a izquierda y derecha. Había tanto equipo instalado en las paredes del túnel que, con un poco de tiempo, era posible encontrar con facilidad nichos en los que ocultarse. Rusch dejó la bomba a un lado y comenzó a retirarse del vehículo. Pero ya era tarde. Jake lo señalaba claramente. Rusch acortó la distancia que lo separaba de Theo, clavándole la pistola en las costillas. El corazón de Theo nunca había latido más rápido en toda su vida.

Drescher tenía la pistola desenfundada cuando el deslizador se posó sobre el suelo del túnel, a cinco metros de Rusch y Theo.

—¿Quién es usted? —preguntó Jake al alemán.

—¡Cuidado! —alcanzó a decir Theo—. Tiene un arma.

Rusch parecía aterrado. Una cosa era poner una bomba, y otra muy distinta el secuestro de un rehén y el posible asesinato. No obstante, volvió a clavar la Glock en el costado del griego.

—Así es —dijo—, así que retírense.

Moot estaba ahora de pie, con las piernas abiertas para lograr la mayor estabilidad, sosteniendo su arma con ambas manos para apuntar directamente al corazón de Rusch.

—Oficial de policía —dijo—. Tire su arma.

Nein.

El tono de Moot era totalmente neutro.

—Tire su arma o dispararé.

La mirada de Rusch voló a izquierda y derecha.

—Si dispara, el Dr. Procopides morirá.

Theo pensaba a toda prisa. ¿Así había sucedido la primera vez? Para concordar con la visión, Rusch debería dispararle no una, sino tres veces. En una situación como aquella podía meterle una sola bala en el pecho (tampoco haría falta más), pues en cuanto apretara el gatillo Moot le volaría la cabeza.

—Atrás —repitió Rusch—. ¡Atrás!

Jake parecía tan asustado como Theo, pero Moot se mantuvo firme.

—Tire su arma. Queda detenido.

El pánico de Rusch pareció desaparecer por un momento, como si estuviera demasiado aturdido para notarlo. Si de verdad era sólo un profesor universitario, probablemente no hubiera tenido problemas con la ley en toda su vida. Pero entonces recuperó algo de juicio.

—No puede arrestarme.

—Vaya que no —replicó Moot.

—¿A qué policía pertenece?

—Ginebra.

Rusch alcanzó a lanzar una risa breve y aterrada, al tiempo que volvía a empalar a Theo con el cañón.

—Dile dónde estamos.

Las entrañas de Theo estaban ardiendo. No comprendía la pregunta.

—En el colisionador de…

Rusch clavó más fuerte.

—El país.

Theo sintió cómo perdía el ánimo.

—Ah… —Mierda. Mierda—. Estamos en Francia —dijo—. La frontera prácticamente sigue al túnel.

—Entonces —dijo Rusch mirando a Moot—, aquí no tiene jurisdicción; Suiza no es miembro de la Unión Europea. Si me dispara fuera de su jurisdicción, será un asesinato.

Moot pareció titubear unos instantes, y la pistola en la mano flaqueó. Pero entonces volvió a apuntar con firmeza al corazón del alemán.

—Ya me preocuparé después de los tecnicismos. Tire su arma ahora mismo o dispararé.

Rusch estaba tan cerca de Theo que éste podía sentir su aliento, rápido, breve. Podía hiperventilar en cualquier momento.

—Muy bien —dijo—. Muy bien. —Dio un paso alejándose de Theo y…

¡Kablam!

El disparo resonó en el túnel.

El corazón de Theo se detuvo…

Pero sólo un segundo.

La boca de Rusch se abrió por el horror, el terror, el miedo…

…y la comprensión de lo que había hecho…

…mientras Moot Drescher trastabillaba, tropezaba y caía, aterrizando de espaldas, tirando su arma mientras a su espalda comenzaba a formarse un charco de sangre.

—¡Oh, Dios mío! —gritó Jake—. ¡Oh, Dios mío! —Saltó hacia delante, tratando de alcanzar la pistola de Drescher.

Rusch parecía totalmente aturdido. Theo lo apresó por detrás, apretándole el cuello y clavando la rodilla en la espalda baja de su rival. Con la otra mano trataba de quitarle la pistola caliente y humeante.

Jake tenía ya el arma del detective. Trató de apuntar a la forma combinada de Rusch y Theo, pero las manos le temblaban violentamente. Theo logró doblar el brazo del hombre, que tuvo que soltar la pistola. Entonces el griego saltó, alejándose, mientras Jake apretaba el gatillo. Pero en sus manos trémulas e inexpertas la bala se perdió y acertó a uno de los tubos fluorescentes del techo, que explotó con una lluvia de chispas y vidrio. Rusch trataba de recuperar su arma, y ni él ni Theo parecían conseguir apresarla. Al fin, Theo decidió apartarla de una patada de la mano del alemán. La pistola se deslizó hasta quedar a doce metros túnel abajo.