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– Eso es bueno, mon ami.

– Blaire aún no lo sabe, pero dentro de unos minutos voy a llevarla a Denver para hacer unas compras antes del viaje. Pasaremos la noche en el hotel del aeropuerto, y así mañana por la mañana embarcaremos en el avión a primera hora de la mañana. Zane, puedes venir y quedarte en el remolque, estás en tu casa. Dejaré las llaves en el dintel de la puerta del establo. Las chicas acaban de llenar la nevera, está todo a tu disposición.

– Te tomo la palabra.

– Es lo menos que puedo hacer por ti después de lo que has hecho tú por mí.

– Cuando llegues a Nueva York, no confíes en nadie -le recordó Dominic una vez más.

– Lo sé, lo tendré en cuenta.

– Marchaos en paz -murmuró Zane.

– Amen -contestó Dom-. Espera un momento, mon vieux, mi mujer quiere decir una última palabra.

Alik se aferró al auricular.

– ¿Alik?

– ¿Sí, Hannah?

– Blaire y yo tuvimos una charla amistosa ayer. No es que dijera nada revelador, se trata más bien de lo que no dijo. Hubo un momento en el que corrió al baño y se echó a llorar. Solo una mujer enamorada hace eso.

En lo más profundo de su alma, Alik deseaba creerla, pero si no había misterio que desvelar a propósito de su familia, y Blaire, sin embargo, seguía insistiendo en volver a San Diego…

– Gracias por contármelo, Hannah. Eres maravillosa.

– Es que me gusta Blaire, en serio, ¿sabes? -contestó ella con voz trémula.

Sí, lo sabía.

El recuerdo del erótico beso compartido la noche anterior sobre Cinnamon había iniciado un incendio forestal.

– Os llamaré pronto. Cuídate, Hannah.

Alik colgó el teléfono y comenzó a desvestirse. Diez minutos más tarde salió del baño vestido y listo para poner en marcha sus planes. Blaire estaba en el dormitorio, cambiándole el pañal a Nicky.

– Ya que tienes que vestirlo, ponle el abriguito azul también.

– ¿Por qué? -preguntó Blaire atreviéndose a levantar la mirada.

– Porque vamos a pasar la noche en Denver. Quiero llegar allí antes de que cierren las tiendas. He estado pensando en lo que dijiste de olvidar el pasado por el bien de Nicky. Mamá se ha tomado la molestia de preparar una gran fiesta para mi padre, habrá un montón de invitados distinguidos: gente de la banca, senadores, presidentes de fundaciones, parientes de Inglaterra y de Grecia, champán, orquesta y música. Si vamos a asistir, tenemos que hacerlo a lo grande. Mi madre habrá contratado fotógrafos. Algún día, cuando Nicky sea mayor, querremos que nuestro hijo esté orgulloso de nosotros. Va a ser una fiesta elegante, mi madre jamás ha sabido hacer las cosas de otro modo, así que iremos de compras y buscaremos algo largo y bonito para ti y un traje de etiqueta último modelo para mí. Creo que hay trajes de etiqueta para niños también, así que vamos a ver qué podemos hacer por Nicky. Va a ser un viaje corto, yo tengo que estar aquí el domingo por la noche para discutir de asuntos importantes con Dominic y con Zane, así que no hace falta que llevemos gran cosa. Excepto todo lo de Nicky, por supuesto. Me gustaría salir dentro de veinte minutos.

Alik la dejó ahí de pie, con expresión atónita, y sacó las llaves del remolque del llavero para dejarlas en el establo. Por primera vez en casi un año volvía a sentir que controlaba su vida. Era una sensación maravillosa.

Si Blaire se había inventado un novio, entonces es que podía haberse inventado muchas otras mentiras. En aquel precario momento, Alik se negaba a permitir que las dudas lo carcomieran. Once meses revolcándose en el dolor había sido suficiente, aquello lo había dejado incapacitado para pensar o actuar correctamente. No iba a permitirlo por más tiempo. Alik preparó sus cosas y volvió al dormitorio.

– ¿Qué puedo hacer para ayudar?

Los planes de Alik habían confundido a Blaire, que era incapaz de mirarlo a la cara. De hecho, Alik no había vuelto a verla tan ruborizada y nerviosa desde su llegada a Warwick.

– Si… si te llevas a Nicky al coche, yo terminaré de hacer la maleta.

Alik recogió a su hijo con el mayor de los placeres.

– Vamos, pequeño, le daremos a tu madre un poco de tiempo. Hay circunstancias, como esta, en la que los hombres sobran. Te veremos en el coche, mami. Mira a tu alrededor, Nicholas Regan Jarman. ¿Ves ese cielo azul? ¿Notas lo puro que está el aire? Es el campo abierto, un lugar ideal para meditar. El mejor para poner en orden tus prioridades, si cuentas con buenos amigos. Vivirás aquí conmigo, hijo -continuó besando sus rizos morenos-. Y desde ahora te digo que la vida no puede ser nada mejor que esto -musitó frunciendo el ceño al ver a la atractiva mujer que salió del remolque minutos más tarde, cargando con dos maletas y una bolsa de bebé.

Alik ató a Nicky a la sillita y ayudó con las maletas. Una vez puestos los cinturones de seguridad, arrancó. La autopista de Cheyenne a Denver no estaba muy llena. Llegaron a su destino con tiempo de sobra. Cuando aparcaron junto al centro comercial, Alik sacó el cochecito del bebé y sentó en él a Nicky.

– Creo que primero iremos a comprarle el vestido a tu madre. Las mujeres tienen que tomar muchas más decisiones que los hombres a la hora de vestirse.

Blaire permaneció sospechosamente callada mientras él se dirigía a una boutique por la que había pasado en otras visitas. Era una tienda de vestidos de noche de un diseñador italiano de renombre. Alik sentía enormes deseos de ver a la mujer que caminaba reticente a su lado vestida con uno de aquellos trajes.

Haciendo caso omiso de su reticencia, Alik entró en la tienda y le preguntó a la empleada si tenía algo que fuera bien con los ojos de Blaire. La mujer escrutó a Blaire con ojo crítico y se disculpó diciendo que volvería. Minutos más tarde volvió con un vestido en la mano que le robó el aliento a Alik.

Era un traje de noche de dos piezas, hasta los pies, de terciopelo brillante gris perla con la manga de tres cuartos y el cuello drapeado. La tela, fina y de gran caída, tenía la calidad cristalina de los ojos de Blaire. Aquel traje le sentaría perfecto a su silueta, sobre todo por la forma en que el borde inferior del top debía ajustarse, drapeándose, sobre sus caderas. Con aquella melena rojiza suelta, Blaire cautivaría a los invitados demostrando un gusto exquisito.

Alik conocía al tipo de gente que reuniría su madre. Las mujeres llevarían trajes de diseño. A él, personalmente, le daba igual que Blaire llevara un saco, pero quería que se sintiera como si fuera la mujer mejor vestida de la fiesta. Quería afianzar su confianza en sí misma.

– Cuidaré de Nicky mientras te lo pruebas.

– Yo no podría ponerme eso -contestó ella sacudiendo la cabeza.

– ¿Qué talla es? -preguntó Alik a la vendedora.

– La treinta y ocho.

– Es la talla correcta -asintió Alik-. Envuélvamelo junto con unas sandalias plateadas como esas del mostrador, del número treinta y seis.

– Sí, señor -sonrió la mujer.

Alik le tendió la tarjeta de crédito. Blaire lo agarró de la manga.

– Por favor, Alik -le imploró con ojos suplicantes-. Sé que estás enfadado conmigo porque te mentí sobre lo del novio, pero no hagamos una farsa de la visita a Nueva York. Deja que busque yo algo por ahí, seguro que encuentro un vestido negro sencillo.

Lo que iba a decirle iba a herirla, pero era la única forma de asegurarse de que iba a llevar el vestido que acababa de comprar para ella. La obligaría a luchar cara acara.

– Esto lo hago por mí. Blaire, para que no me hagas sentirme violento delante de mi familia.

El modo en que Blaire lo agarró indicó que había dado en el blanco. Minutos más tarde, la empleada volvió con una bolsa que le tendió a Alik. Tras darle la tarjeta de crédito, ambos se marcharon en silencio hacia la tienda de trajes de etiqueta que Alik había visto un poco más adelante, en el centro comercial.

A la entrada de la tienda había trajes de etiqueta para niños. El traje más pequeño resultó ser de una sola pieza, blanco, de manga corta y botones para abrocharlo entre las piernas. La pechera había sido diseñada para parecer una camisa plisada con cuello de etiqueta y corbata de satén blanca. Alik se echó a reír. Tomó el traje y se agachó para enseñárselo a Nicky.