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Lo más importante era concederle a Alik la oportunidad de conocer la existencia de Nicky. De ese modo ella se marcharía con la conciencia tranquila. Tomaría un avión al día siguiente con su bebé, y aquel sería su último adiós.

Nicky era el amor de su vida, su futuro. Su hijo sería el recuerdo constante de Alik y del gran amor que un día habían compartido. Blaire se consagraría a su hijo, dedicaría todo su tiempo a ser la madre más devota que pudiera imaginarse.

Llamó a la puerta de la habitación antes de abrir, tratando de evitar que la niñera se alarmase, y la vio sentada en un sillón con el bebé en brazos.

– Señorita Wood, ¿qué tal está Nicky?, ¿ha llorado mucho pidiendo el biberón?

– No, apenas se ha despertado, ha sido todo un caballerito. ¡Es un niño tan pequeño, y tan bueno! Esperaba que tardara usted más. No hay nada como un recién nacido, sobre todo este. Su padre debe ser muy guapo, con ese pelo negro tan rizado y esa piel aceitunada.

– Lo es -contestó Blaire aclarándose la garganta.

– Me dan ganas de tener más nietos.

– No sé cómo darle las gracias.

– No es necesario, comprendo perfectamente cómo se siente. Con el primer hijo se tiene miedo hasta de respirar, así que más aún de perderlo de vista.

– ¿Tanto se me nota?

– Es maravilloso ser madre por primera vez -rió la niñera tendiéndole al bebé-. Me alegro de haberle sido de ayuda.

– Y yo también.

Blaire sacó cincuenta dólares del bolso y los puso en la mano de la mujer.

– Oh, no, de ningún modo, eso es demasiado.

– No habría dejado al bebé solo de no haber sido necesario, pero ha sido reconfortante que haya estado con usted. Por favor, acéptelo junto con mi sincera gratitud.

– Gracias -contestó la niñera besando al bebé en lo alto de la cabeza antes de marcharse.

Blaire cerró la puerta y acunó a su hijo en los brazos.

– ¡Ah, qué bien estás! ¿Me has echado de menos tanto como yo a ti? -preguntó cubriendo de besos a su hijo-. Voy a llamar para pedir que me traigan la comida bien temprano. Apuesto a que para cuando la suban ya tendrás hambre. Ven con mamá.

Blaire descolgó el teléfono de la mesilla y pidió la comida. Apenas había tenido apetito desde el momento de subir al avión pero, después del milagro de encontrar a Alik y de hablar con él, estaba hambrienta.

Blaire bañó y vistió al bebé con un traje azul de una sola pieza mientras esperaba a que le subieran la comida. Para entonces el bebé ya había comenzado a hacer ruidos en señal de que estaba hambriento.

Gracias a los preparados de leche en polvo podía tener listo el biberón en cuestión de segundos. Nicky era tan bueno que ni siquiera ponía pegas si se lo daba a temperatura ambiente. Blaire se tumbó en la cama y le dio el biberón. Nicky había sido bendecido con un saludable y voraz apetito. Mientras devoraba el contenido del biberón, Blaire escrutó cada detalle precioso de su rostro y de su cuerpo.

Nicky no solo tenía el color de piel de su padre, sino que un día crecería y llegaría a ser tan alto como él. Blaire acababa de estar con Alik, y podía apreciar cada uno de los rasgos que compartía el niño con la bella y riquísima familia Jarman de Long Island, una familia de banqueros de buena posición social y buenas conexiones a ambos lados del océano.

Todos sus miembros tenían un aspecto inmejorable. Sobre todo la madre de Alik, una bella mujer de espléndidos cabellos negros heredados de sus ancestros griegos. Alik era quien más se parecía físicamente a ella. Pero, gracias a Dios, no se parecía en nada más. Alik había heredado la estatura de su padre, de ojos verdes, cabello rubio oscuro y origen inglés.

Los genes de los Regan solo parecían imponerse en Nicky en lo relativo a su carácter tranquilo, su hijo había heredado el alegre temperamento de su abuela. Por el momento, los ojos de Nicky eran aún de un azul velado: quizá hubiera heredado el tono grisáceo de Blaire. Solo el tiempo lo diría.

Habían llamado a la puerta del remolque en varias ocasiones desde que Blaire se marchara, pero Alik había hecho caso omiso. El golpeteo de las gotas de lluvia sobre el techo lo estaba volviendo loco. Alik terminó el segundo whisky escocés, pero el deseado estado de inconsciencia siguió sin llegar. Quizá, si se terminara la botella, ocurriera el milagro de que se desmayara.

Desde que Blaire le arrancara el corazón, Alik apenas había bebido una cerveza o un vaso de vino de vez en cuando. Desde el atroz instante en que ella rompiera su compromiso con aquella estúpida excusa de que él era demasiado mayor, Alik guardaba siempre algo fuerte a mano para casos de emergencia, como por ejemplo cuando, en mitad de la noche, la herida de su corazón sangraba y el dolor se le hacía tan insoportable que necesitaba un alivio inmediato.

Aquel era uno de esos casos de emergencia, solo que ni siquiera era medianoche. Maldita fuera Blaire por aparecer de improviso contándole aquella ridícula e inverosímil historia justo cuando el nuevo proyecto comenzaba a suponer para él un motivo para levantarse por las mañanas.

Alik arrojó el vaso vacío al otro extremo del remolque. Este golpeó la pared y fue a caer sobre el microscopio, cuyas lentes se desprendieron y rompieron. El hecho de destrozar un caro instrumento de trabajo, sin embargo, ni lo inmutó.

Aún podía ver los labios de Blaire formando las palabras, esos exquisitos labios rojos a los que había devorado en sueños una y otra vez sin poder evitarlo.

«Tenemos un hijo que nació el día diecinueve de agosto. Ahora tiene seis semanas, y fue bautizado con el nombre de Nicholas Regan Jarman».

¿Sería cierto que tenía un hijo, un niño de su propia carne? Alik sacudió la cabeza morena. ¡Dios! ¿Sería posible que Blaire le estuviera diciendo la verdad?

«Tienes derecho a saber que eres padre, sobre todo porque dentro de dos meses voy a casarme con otro hombre, que será quien críe a tu hijo».

Alik se puso en pie rabioso y dio una patada a unas revistas de geología. ¿Acaso Blaire había creído que era un completo estúpido?, ¿era eso lo que pensaba?

Sin duda Blaire se había quedado embarazada de su último novio, aquel por el que lo había abandonado a él al marcharse a Kentucky a dar un seminario y, tras nacer el niño, el muy bastardo del padre no quería saber nada. Probablemente habría amenazado a Blaire con retirarle su apoyo financiero, y por eso ella había decidido encasquetárselo a él, esperando que de ese modo él aportara fondos.

¡Ni loco!

Alik tomó la botella y sorteó obstáculos por el abarrotado remolque hasta llegar al dormitorio, pero le fue imposible escapar de ella, su recuerdo le reverberaba en la cabeza.

«Yo estoy hospedada en el Bluebird Inn de Warwick, y permaneceré allí hasta las once de la mañana de mañana, así que ya sabes dónde estoy si quieres ver a tu hijo».

La amargura de Alik había llegado a su punto culminante. Se llevó la botella a los labios y murmuró entre dientes:

– Puedes esperar hasta que el infierno se congele, cariño.

Antes de que acabara la botella ya se había desmayado.

Sumirse en el olvido significaba no tener que despertar jamás. Por desgracia, el corto respiro de Alik duró solo lo que el teléfono tardó en sonar. Desorientado en el oscuro remolque, Alik se pasó una mano por la barbilla y trató de sentarse. De pronto, vio la habitación. Se sentía endiabladamente mal, pero el teléfono seguía zumbándole en los oídos.

Alik trató de abrir los ojos para mirar el reloj. ¿Las ocho menos cuarto? Mareado, volvió a reposar la cabeza sobre la almohada. Eso significaba que llevaba diez horas fuera de combate.

Pero ¿qué podía esperar, tras beberse una botella de whisky escocés con el estómago vacío? El teléfono móvil estaba en la otra habitación. ¿Quién diablos podía dejarlo sonar veinte veces seguidas?

Blaire. Seguro. Debía estar desesperada, necesitaba dinero. Lástima que no se hubiera dado cuenta de quién era él antes de traicionarlo con otro hombre. Se habían acostado juntos solo una vez, la noche antes de que él partiera apresuradamente para Kentucky para impartir aquel seminario. Al enterarse de que ella era virgen, Alik había retrasado el momento de acostarse juntos hasta después de la boda, había querido hacerlo así desde el principio. Sin embargo, a la hora de partir para aquel último viaje, algo, quizá lo repentino del mismo, había hecho a Blaire vacilar, sentirse insegura. Aquella noche Blaire le había rogado que le hiciera el amor asegurándole que su ginecólogo le había dado la píldora en su visita prematrimonial, y a él no se le había ocurrido dudar.