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– Comprendo que tuvieras que inventarte un mundo imaginario en un ambiente de museo como este, Alik, pero ahora debes volver a la realidad, ya eres mayorcito.

– Gracias a Dios. Lo suficiente como para abandonar este horrible lugar para siempre, en cuanto Nicky haya sido presentado en la corte -bromeó Alik amargamente-. Cuando traigan la cuna pediré que nos traigan algo de comer y nos echaremos la siesta. Nadie va a salir de esta habitación hasta el momento triunfal de la gran entrada en el baile. Mamá quiere guardar en secreto la existencia de Nicky, y yo quiero cumplir sus deseos, así que no saldremos de aquí.

Alik se mostraba tan inexorable que Blaire se asustó. Se dio la vuelta y comenzó a sacar la ropa nueva de las bolsas para colgarla en el armario antes de la fiesta. Cualquier cosa con tal de mantenerse ocupada mientras pensaba en un plan para escapar de él, aunque solo fuera unos minutos.

En algún lugar de aquella espaciosa mansión la madre de Alik la esperaba para firmar un importante documento. Aquel documento garantizaría que ella jamás reclamaría un céntimo del dinero de los Jarman. Sin embargo, tras lo sucedido en el viaje del año anterior, cuando él se ausentó marchándose a Kentucky, Alik parecía decidido a no dejarla sola un instante.

Lo que más aterrorizaba a Blaire era que la señora Jarman la hiciera responsable en caso de no lograr despistar a Alik para firmar el documento. La cuna llegó cuando Blaire había desembalado ya los zapatos y las cosas de Nicky. Antes de que las sirvientas se retiraran, Blaire oyó a Alik pedir la comida.

Era poco probable que Alik se quedara dormido, ni siquiera aunque se tumbara a descansar. Sin embargo, mientras tomara una ducha, contaría con unos minutos para escabullirse.

Pero en eso Blaire se equivocaba. Tras la comida y cuatro horas de descanso, Blaire desapareció en el baño de la suite para bañar a Nicky y tomar una ducha. Cuando salió, poco después, vestida para la fiesta, descubrió a un Alik que parecía un Adonis: alto, de pie en medio de la habitación, con un aspecto resplandeciente con su traje de etiqueta, haciéndose el nudo de la corbata.

Blaire gimió impotente ante aquella imagen masculina y espectacular. Solo cuando logró recuperarse cayó en la cuenta de que, mientras ella se duchaba con el bebé, él había tomado su ducha en otro baño, probablemente en el de al lado de la suite.

Eso significaba que no tendría oportunidad de escapar de él. Tendría que encontrar el momento adecuado durante la fiesta, esperaría la señal de su madre.

En cuanto Alik la vio vestida, dejó de hacer lo que estaba haciendo y fue a buscarla tomando a Nicky de entre sus brazos. Sus ojos verdes ardieron lentamente mientras la examinaba admirado. Alik escrutó cada detalle de su silueta y rostro, desde las sandalias plateadas hasta los abundantes y sedosos cabellos rojizos flotando por encima de los hombros de terciopelo.

– ¿Qué te parece nuestro hijo? -preguntó ella apenas sin aliento.

La mirada de Alik se desvió lentamente hacia Nicky, tan adorable con el traje blanco que Blaire apenas pudo contener la emoción. Cuando Alik lo levantó en el aire y el niño sonrió, Blaire vio de reojo un brillo líquido en sus ojos, unos ojos de padre llenos de orgullo y amor.

Hubiera deseado tener una cámara para poder captar aquel sagrado momento. Guardaría siempre esa imagen en su mente y en su corazón. Alik bajó por fin a su hijo y se volvió hacia Blaire.

– Son las nueve y media. ¿Vamos? Es la hora.

Alik la agarró de la mano con fuerza, impidiendo que pudiera escabullirse, y abandonaron así la habitación avanzando por los palaciegos pasillos hacia la escalera.

El sonido de la música, de las risas, de las voces de la gente llegaba hasta ellos desde la planta de abajo. Blaire temía aquel momento más que nada en su vida, pero Alik lo era toda para ella, y ningún sacrificio era demasiado grande tratándose de él.

Manteniendo su trato con su madre y con él conseguiría volver a San Diego antes o después. Luego, comenzaría una detestable vida a base de visitas de papá y dolores de cabeza.

Alguien debía haber ordenado al personal que se mantuviera alerta en cuanto apareciera Alik, porque su madre los esperaba en el vestíbulo de mármol, al pie de las escaleras, con un elegante vestido rojo oscuro de seda hasta los pies. Sus ojos verdes siempre habían sabido disfrutar orgullosos contemplando a Alik. La señora Jarman besó la frente de Nicky y le dio unas palmaditas en la mejilla, y por último la expresión de sus ojos cambió radicalmente al mirar a Blaire, haciéndole comprender que o mantenía su promesa o…

Sin embargo, para impresionar a Alik y continuar con su papel de graciosa anfitriona, la señora Jarman besó a Blaire en la mejilla y le dio la bienvenida.

– Yo te buscaré -comentó en voz baja, en tono de advertencia.

– Esperad aquí mientras le digo a la orquesta que deje de tocar.

Cuando escucharon a la señora Jarman anunciar que Alik había llegado con un regalo muy especial para su padre, la mano de Alik apretó la de Blaire.

– No, Alik -dijo ella tratando de soltarse-. Ve tú con Nicky, yo iré enseguida.

– O hacemos esto a mi manera, o no lo hacemos.

Alik no le dejó otra salida. Instantes después la arrastraba por la puerta mientras recibían aplausos y silbidos. Blaire, que no quería montar una escena en público, dejó de luchar y caminó a su lado entrando en el salón amueblado al estilo del siglo dieciocho.

Debía haber unos cincuenta o sesenta invitados, menos de lo que imaginaba Blaire. Entre ellos, los hermanos de Alik y sus familias. Todo el mundo iba a la última moda y, en aquel ambiente anticuado, parecían fuera de lugar. Blaire sabía que Alik, que no dejaba de tirar de ella, pensaba igual.

El señor Jarman era casi tan alto como Alik, y pesaba unos cuantos kilos de más. Llevaba un traje de etiqueta muy similar al de él. Sus cabellos, rubio oscuro, se mezclaban con otros plateados. Había envejecido, pero sus ojos azules permanecían atentos y alerta.

Blaire mantenía una relación tan cordial con sus propios padres que no podía comprender la frialdad de aquel recibimiento. Le daba pena ver a aquellos dos hombres estrechando sus manos cuando lo normal, después de tan larga ausencia, hubiera sido abrazarse y llorar.

– Papá… feliz cumpleaños. ¿Te acuerdas de Blaire? -el señor Jarman asintió reconociéndola-. Dio a luz a nuestro hijo el día diecinueve de agosto. Te presento a Nicholas Regan Jarman. Nicky, este es tu abuelo, sonríe.

El niño apoyó la cabeza sobre el cuello de Alik en un gesto que conmovió a Blaire. Mientras el resto de los asistentes exclamaban y ovacionaban, el señor Jarman levantó al niño en alto.

– Es igual que tú, Estelle -comentó suscitando la curiosidad de la gente, que se acercó a verlo-. ¿Cuánto tiempo tiene?

– Dos meses -respondió Alik con orgullo.

Tras veinte minutos de manoseos, el bebé, que por lo general se portaba bien, comenzó a dar muestras de querer su biberón y se negó a ser consolado por nadie excepto por su madre o su padre.

Blaire vio entonces la ocasión de llevarse a Nicky al piso de arriba y, de camino, firmar los documentos. Miró a la señora Jarman, y esta pareció leerle el pensamiento.

– Vamos, cariño, estás cansado. Vamos arriba, a la cama.

Sin embargo, al ir a tomarlo de brazos de Alik, éste, para su sorpresa, no lo soltó.

– Antes de despedirnos -dijo Alik en voz alta, haciéndolos a todos callar-, tengo otro anuncio que hacer.

Blaire no podía ni imaginar de qué se trataba, pero Alik seguía agarrándola de la mano con fuerza. Un extraño presagio la embargó, haciéndola echarse a temblar.