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– ¡Basta! -gritó la señora Jarman con voz trémula, poniéndose en pie, sin dejar de retorcerse las manos. Aquella era una imagen que Blaire no había esperado nunca ver-. Alik… fui yo quien le exigió a Blaire que viniera. La primera vez la obligué a marcharse amenazándola con desheredarte si insistía en casarse contigo. Cuando tu padre cortó las relaciones contigo, temí perderte para siempre. Me dio miedo de que te casaras y te fueras a vivir lejos, a un lugar en el que jamás volvería a verte. No pude soportarlo. Tú eras nuestra estrella más brillante.

Alik no estaba dispuesto a escuchar las explicaciones de su madre. Sus ojos verdes, desnudos y llenos de dolor, buscaban únicamente los de Blaire.

– ¿Es eso cierto?

– Sí -dijo ella en voz baja. Luego, más alto, repitió-: Sí, yo… yo no quería que perdieras tu herencia por mi culpa -explicó sintiendo lo maravilloso que era poder sacar la verdad a la luz-. Cuando estábamos comprometidos, tú me contaste que tus padres eran muy ricos, pero yo no alcancé a comprender hasta qué punto. Hay niveles de riqueza, ¿sabes? Castlemaine tiene clase por si sola. En cuanto me di cuenta de lo que perderías por mi culpa, por alguien tan corriente como yo, comprendí que no podía hacerte eso.

– ¡Dios mío! -susurró Alik-. Y todo este tiempo… durante el embarazo… ¡te mantuviste alejada de mí por culpa de un dinero que jamás quise!

– Alik, yo sabía que tú nunca habías venerado el dinero, de haber sido así, jamás me habría enamorado de ti, pero conozco tu lado humanitario. Pensé en todas las cosas importantes que podrías hacer con ese dinero cuando fuera tuyo, cosas buenas. Y, tras sopesarlo todo, decidí romper nuestro compromiso. No quería hacerte daño… -añadió comenzando a sollozar a medias-. Perdóname, cariño.

– Vuelve a mí, Blaire.

Blaire corrió a su lado. Cuando sintió los brazos de Alik rodeándola, creyó estar en el cielo.

– Busquemos a nuestro hijo -añadió en un susurro contra sus labios.

– ¡Esperad!

Ambos volvieron la cabeza justo a tiempo para observar el rostro de la señora Jarman, bañado por las lágrimas.

– Esto te pertenece, Blaire -añadió tendiéndole el diamante.

Alik lo recogió y se lo puso en el dedo a Blaire. Ella se sintió anonadada ante el amor que brillaba en sus ojos.

– Dicen que a la tercera va la vencida.

Alik arrastró a Blaire por la puerta y comenzó a caminar hacia el hall con la intención de llegar a la otra ala de la mansión en donde podría estar a solas con ella. Tenía tanto que decirle que no sabía por dónde empezar, pero lo primero de todo era abrazarla. Amarla. A mitad de camino, sin embargo, se encontraron a una de las sirvientas.

– Su pequeñín no quiere calmarse por mucho que lo hemos intentado.

Blaire se alarmó, pero Alik enseguida contestó:

– Tranquila, es solo que nos echa de menos.

– Además tiene usted una llamada urgente de Dominic Giraud desde Laramie, Wyoming. Dijo que lo llamara, que no importaba la hora.

– Gracias por el mensaje.

Ambos corrieron a la suite. A cada paso que daban escuchaban con más claridad el llanto de Nicky.

– Cuida tú de nuestro hijo, yo llamaré a Dom.

Alik sentía una euforia tan intensa que se preguntó si sería capaz de contenerla sin reventar. Sus ojos no perdieron de vista ni un segundo a Blaire, que acunó a su lloroso hijo. El amor de una madre… era un milagro. El llanto del niño cesó de inmediato, como si jamás hubiera llorado. Alik presionó las teclas del teléfono. Le temblaban las manos de excitación.

– Alik, ¡mon vieux! -exclamó su amigo ansioso-. No podíamos esperar más, todos estábamos ansiosos por saber qué ha ocurrido.

– Mi visión es clara y cristalina -contestó Alik parpadeando, tratando de retener las lágrimas-. Blaire vuelve a llevar mi anillo. Nos casaremos inmediatamente después de volver a Laramie. Os lo contaré todo en cuanto llegue.

– ¡Dieu merci! -exclamó Dominic suspirando aliviado-. Tengo un jet privado en el aeropuerto. El piloto tiene instrucciones de volar de vuelta a Wyoming esta misma noche. Considéralo mi regalo de bodas para Blaire y para ti. Hannah ha hablado con el párroco, por si acaso. Dice que podéis casaros en tres días con un permiso especial. Está deseando celebrar la ceremonia. Zane se quedará en Laramie hasta la boda. Quiere ser padrino, conmigo. Llamaremos a la familia de Blaire y les diremos que lo preparen todo para venir. ¿Qué te parece casarte el miércoles a las tres en punto?

Por toda respuesta, Alik dejó escapar un grito de júbilo que obligó a Blaire y a Nicky a volver la cabeza.

– Bueno, creo que ya tengo mi respuesta. A bientót, Alik.

Docenas de velas iluminaban el interior del museo del Pony Express, que había pertenecido a la familia de Hannah durante generaciones. La rústica cabaña de madera, saturada de fragancias a rosas blancas, gardenias y aliento de bebé, había sido transformada en una pequeña iglesia en la pradera.

Blaire caminaba de la mano de su futuro marido por la hierba sintiendo que tenía alas en los pies. Ambos llevaban los trajes que habían comprado para la fiesta del fin de semana anterior, y Blaire estaba convencida de que era una princesa que, mágicamente, se uniría por fin a su príncipe.

Desde el momento en que Alik los arrastró a ella y a Nicky al aeropuerto, todo había adquirido un cierto aire de irrealidad. La compañía aérea Giraud los había llevado de vuelta a Nueva York. Acurrucada en brazos de Alik durante todo el trayecto mientras el bebé dormía, ambos se habían comunicado en silencio, habían bebido el uno en los labios del otro, habían reído, llorado, tocado, abrazado.

Lo que les había ocurrido era algo demasiado precioso y maravilloso como para asimilarlo. Lo único que podían hacer era mostrar lo que sentían el uno por el otro y dejar que los corazones hablaran. Por fin, en la iglesia, podían expresar sus sentimientos con palabras que habían necesitado decir durante casi un año.

– Yo, Blaire Regan, te tomo a ti, Alik Jarman, por mi legítimo esposo, para honrarte de ahora en adelante hasta que la muerte nos separe -declaró Blaire con voz lacrimosa-. Prometo amarte y respetarte, cuidarte y adorarte, en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza.

– Lo sé -dijo Alik con los labios, sin voz, besando la mano que sujetaba.

– Prometo seguirte a donde vayas, ser tu consuelo y tu apoyo, ser todo lo que requieras de mí -continuó Blaire-. Te amo, adorado mío.

Los ojos de Alik brillaron como si se tratara de raras gemas verdes. El párroco se aclaró la garganta.

– Y ahora, Alik, repite conmigo: Yo, Alik Jarman, te tomo a ti, Blaire Regan, como legítima esposa…

Blaire escuchó cada palabra bebiendo cada una de las promesas de Alik con cierta extrañeza.

– Juro amarte hasta la muerte. Si yo me fuera antes, juro esperarte. Si te fueras antes tú, juro vivir para estar contigo para siempre. Te amo, mi amada.

El párroco les sonrió a los dos.

– Este hombre y esta mujer han consagrado su mutuo amor y han intercambiado sus promesas delante de la familia y los amigos, y por eso yo ahora los proclamo marido y mujer. Que la unión aumente el júbilo que sienten el uno en el otro, que siga siendo fructífera y que los mantenga en el mundo que han de vivir. Amén. Alik, si tienes un anillo para la novia, puedes dárselo ahora.

Blaire alargó la mano para que Alik le pusiera un anillo de oro blanco. Estaba tan feliz que apenas podía respirar. El párroco entonces se volvió hacia Blaire.

– ¿Tienes tú algún detalle de amor que darle a tu marido?

– Lo tengo.

Los ojos de Alik se abrieron expectantes mientras la madre de Blaire daba un paso adelante y le tendía a su hija el anillo que había comprado un año antes, cuando se comprometieron por primera vez. El anillo había estado guardado durante todo ese tiempo.

En una de las conferencias de un colega, Alik había hablado sobre los ópalos y, casualmente, había mencionado que el novio debía considerarse afortunado si recibía un anillo de dos ópalos el día de su boda, porque era una piedra preciosa rara y bella.

Blaire, tras enamorarse de Alik, había ido a una joyería en la que vendían ópalos australianos. En una ocasión Alik la había llamado y le había pedido que lo acompañara a una tienda. En ella, sobre un tapete de terciopelo, Alik le había mostrado un ópalo negro con un estrato verde del color exacto de sus propios ojos. La piedra era cara, pero Blaire decidió que tenía que comprarla, y estuvo ahorrando hasta que pudo encargar que de la montaran en un anillo de oro.

Con el corazón latiendo a toda velocidad, Blaire agarró la mano de Alik y deslizó el anillo en su dedo. Alik se quedó mirándolo durante tanto rato que Blaire se preguntó si acaso habría olvidado dónde estaba. Cuando por fin levantó la cabeza, sonreía solo para ella, y Blaire sintió que los huesos se le derretían y el corazón le retumbaba en el pecho. Los ojos de Alik eran como láseres que penetraran su alma. Y le mandaban un mensaje: «Recuerdo haber dado esa conferencia. Recuerdo haber hablado de esta piedra. Y te amo por recordarlo. Te amo por amarme».

De pronto, los ojos de Alik ya no fueron los únicos en expresarse, en comunicarse. Su boca le hacía las cosas las increíbles en los labios. Y, en cuanto a sus cuerpos, parecían una sola carne, un solo corazón. Era imposible contener tanto amor en las paredes de aquella cabaña, necesitaban un lugar en el que expresarse. Pero eso tendría que ser después, cuando pudieran estar solos.