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– Pero si apenas hay sitio para nada en el remolque -objetó Blaire mordiéndose el labio.

– Nos las arreglaremos. Prefiero un remolque abarrotado que un palacio.

Alik jamás había podido tolerar el estilo de vida ostentoso de sus padres. Le parecía obsceno hacer gala de sus riquezas, y prefería, con mucho, tener un gesto humanitario. Solo por eso era ya una persona notable. Pero si comenzaba a enumerar las virtudes de Alik, Blaire sabía que jamás terminaría.

– Bueno, para empezar necesitaremos una cuna. Puedo pedirles a mis padres que me envíen la ropa de Nicky.

– Dudo mucho que un bebé de seis semanas disponga de un armario completo -contestó Alik haciendo un gesto exasperado-. Pararemos en la ciudad y compraremos lo que necesite. Cuando desapareciste tan repentinamente de mi vida, creí que jamás viviría la experiencia de comprarle nada a un hijo mío pero, después de pasar una noche con él, he descubierto que me gusta ser padre más de lo que hubiera imaginado. Quiero comprarle uno de esos cochecitos guateados para que me acompañe por todas partes en la excavación. Y un columpio. Elizabeth tiene uno automático que puede reclinarse para echarse la siesta. A Nicky le va a encantar.

– ¿Elizabeth?

– Hmm, es la hija de Dominic. Es preciosa.

Blaire no había oído aquel nombre jamás. El pulso se le aceleró. ¿Se trataba acaso de una mujer con la que Alik había establecido cierta intimidad? Y, en tal caso, ¿hasta qué punto?

– ¿Quién es Dominique?

– Alguien que significa más para… espera un minuto, creo que llaman a la puerta. Debe ser el desayuno.

Evidentemente Alik no había estado viviendo como un monje.

Durante el tiempo en que estuvieron juntos, Blaire había llegado a creer que ella lo era todo para él. Le dolía descubrir cuánto había cambiado Alik desde su ruptura. Vivir con él iba a ser como tratar de sobrevivir en un campo de minas. Cada vez que diera un paso, algo le estallaría en la cara recordándole el tiempo que habían estado separados.

¿Dónde viviría esa tal Dominique? ¿En otro de los remolques, en la excavación? ¿Se trataba de una profesora? Blaire suspiró molesta solo de pensarlo. Ninguna mujer que viviera cerca de Alik podía soportar ser solo su «amiga».

Alik jamás le había dado motivos para estar celosa, pero Blaire sentía que aquel viejo monstruo verde la devoraba en su interior. Sin embargo, si seguía haciendo preguntas sobre aquella mujer, Alik acabaría por darse cuenta. Una mujer felizmente comprometida debía mostrarse tan contenta y enamorada que, supuestamente, no debía tener ojos para nadie más.

Si mostraba curiosidad, Alik sospecharía. Podía incluso descubrir que no tenía ningún novio, y eso no podía permitirlo. Tendría que mantener la boca cerrada. Sin embargo, desde ese mismo instante, Blaire odiaba a esa mujer que había conseguido hacerse un hueco en el corazón de Alik. Odiaba su precioso nombre. Evidentemente era francesa. Seguramente sería encantadora, exótica. Una mujer que podía atraer a Alik de miles de modos distintos que para Blaire resultaban inalcanzables. ¿Se habría acostado con ella?

Aquella era una pregunta que no podía plantearle a Alik, pero el hecho de no conocer la respuesta la destrozaba. ¿Cómo diablos iba a vivir treinta días con él cuando, en solo nueve horas, su corazón estaba ya hecho un lío?

El camarero entró con el carrito del desayuno, y Alik le dio una propina antes de salir.

– No sé tú, pero yo me muero de hambre. ¿Desayunamos?

Alik preparó una mesa redonda junto a la pared para desayunar. Había waffles y salchichas, su desayuno favorito. Alik tenía una memoria infalible. Para él había pedido huevos revueltos, tostadas francesas, beicon, zumo de naranja y café.

Aquel desayuno fue toda una fiesta.

Alik se lo comió todo de buena gana. Blaire comprendió enseguida que también ella tenía hambre. Después de una noche sin dormir, necesitaba energía para dar el paso de gigante que requería aquel momento de su vida.

– ¿Por qué no preparas a Nicky mientras yo bajo las maletas a tu coche de alquiler y voy a Recepción? Tiene sillita de bebé, ¿verdad?

– Sí.

– Entonces utilizaremos tu coche para ir de compras por la ciudad antes de devolverlo a la agencia. ¿Dónde están las llaves?

– En mi bolso -contestó Blaire dejando el tenedor para ir a buscarlo.

Cuando Alik se hacía cargo de las cosas todo ocurría tan aprisa que Blaire ni siquiera comprendía lo que estaba sucediendo.

Pasar de ser soltero a ser padre era una transformación demasiado importante como para hacerla en unos pocos minutos, solo alguien como Alik era capaz de hacerlo. Había establecido un estrecho lazo con Nicky en cuestión de minutos. Una simple mirada a un bebé que era clavado a él y el milagro estaba hecho.

Pero para Blaire no era todo tan sencillo. Alik era una persona excepcional. Su problema, en ese momento, era que se suponía que estaba comprometida con otro hombre. Tenía que esforzarse para no pensar en Alik más que como el padre de su hijo.

Por supuesto, la tarea era imposible. Cada vez que lo veía, por no mencionar las veces en que miraba su musculoso cuerpo o sentía su dinámica presencia, Blaire sentía que las piernas le fallaban, que las palmas de las manos le sudaban y que la invadía el deseo.

– ¿Quiere ir de paseo mi niño? -preguntó Alik sacando a Nicky de la cuna, en donde ella acababa de dejarlo vestidito con un traje azul.

Nicky era un niño fácil, pero aún así era de admirar la sencillez con que había aceptado a Alik que, doce horas antes, no era más que un extraño.

La vida de Blaire había cambiado en cuestión de veinticuatro horas. El día anterior solo eran dos en el coche, ese día eran tres. Alik ató al niño en la silla de atrás y condujo hasta la ciudad con toda normalidad, como si fueran una familia.

Cuando paró frente a un concesionario de coches, Blaire no supo qué pensar. Tras lanzarle una mirada confusa, él explicó:

– No vamos a poder ir en mi camioneta. Quiero echarle un vistazo a ese monovolumen de cuatro puertas. Dicen que son buenos, muy seguros para los niños.

De acuerdo con las condiciones del trato, Blaire tenía que ponerse en manos de Alik. Durante ese mes sería él quien tomara las decisiones. Con Alik, nada podía faltarles.

Media hora más tarde se marcharon a hacer las compras de Nicky. El coche nuevo estaría preparado para su vuelta, cuando terminaron de comprarlo todo, incluyendo una sillita de bebé último modelo, la más segura del mercado. Ir de compras con Alik era como tener un Santa Claus particular.

– ¡Ya basta! -gritó Blaire al verlo añadir un móvil con música y con los personajes de Winnie de Pooh colgando-. No vamos a poder meter todo esto en el remolque. Ni siquiera estoy segura de que el coche de alquiler no se vaya a hundir con tanto paquete.

– Bueno, iremos a recoger el coche nuevo antes de ir a hacer la compra al supermercado.

Hacia el mediodía todo estaba listo para volver a la excavación. Habían devuelto el coche de alquiler, y Alik conducía la camioneta. Blaire lo siguió en el monovolumen cargado hasta los topes.

Tras el ajetreo, lo único que deseaba Nicky era su biberón y su siesta. Nada más llegar al remolque, el niño rompió a llorar. Blaire trató de ocultar una sonrisa al ver a Alik atónito ante la potencia de los pulmones de su hijo.

Alik desató al niño de la silla y le dirigió a Blaire una mirada ansiosa. Ella agarró la bolsa de los pañales y entró en el remolque. El llanto de Nicky debía oírse a kilómetros de distancia. Alik despejó la cama de libros y de mapas, y Blaire se sentó. Luego le tendió al bebé.

– Quédate aquí con él mientras preparo el biberón -treinta segundos más tarde Alik volvió del fregadero y le metió la tetina a Nicky en la boca sin mostrar la vacilación de la noche anterior. Aprendía rápido-. Voy a traer las cosas del coche -musitó sin moverse, sin apartar los ojos de su hijo, que se tomaba el biberón con la misma voracidad con que él se había zampado el desayuno aquella mañana.