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Ya ves tú cuántas noches han tenido que desplegar estrellas desde entonces acá para que las de hoy se hayan puesto propicias al fin, por lo que veo, a apadrinar relatos de esta índole; serán los estertores de la abuela junto con tu llegada la causa de que afloren cuentos tan enterrados, y no sé cuántos más te contaría sacando de lo mío y de lo de esos libros, pero no tengo sueño, si no lo tienes tú, han de salir más cosas, pues que no hay material, para insomnios de un año. Anoche me acordaba de tu padre, mirando esas revistas, para él son tan familiares como para mí, hubo un momento en que me pareció oír un ruido abajo y mandé a Juana a mirar, pensé "¿se le habrá ocurrido venir a Germán?", pero no, no era nadie, y no es que os esperara a ninguno sino que en ese momento tenía delante una viñeta de una mujer barbuda sobre la que él hacía en tiempos muchas bromas y me habría gustado recibirle con ella en la mano, hemos manoseado tanto esos tomos que hasta por fuera los distinguíamos uno de otro, a pesar de lo iguales que parecen, por marcas y defectos en la encuadernación del lomo y de las pastas, cada uno tenía fisonomía propia y de un verano a otro habían cogido una solera nueva, nos hacía ilusión volverlos a mirar. "Dame el de las hermanas siamesas -decíamos-… el del señor guapo mirando por el telescopio… el del baile en Palacio", pero a él de las historias le daba igual, no acababa ninguna ni se las creía, novelas, tonterías para matar el tiempo, se reía de mí, porque yo, en cambio, ya traía pensada la primera novela que iba a leer y en cuanto llegábamos a finales de junio y dejaba la maleta en mi cuarto, que era ese donde te has lavado tú, ya salía y me ponía a buscarla aprovechando que con el barullo de la llegada nadie se fijaba en mí, y encontrarla en el tomo que fuera era ya un gozo en sí, te lo aseguro, como volverle a ver la cara a un amigo del que te has acordado todo un año. Es curioso lo de prisa que se lee a esa edad, a veces lo he pensado, no se asoma uno a leer ni casi existe más que como sujeto pasivo dispuesto a la invasión de lo que sea; y el caso es que se entiende, en general, pero entran en cascada las palabras y solamente alguna que entorpece mucho hay que sacarla del texto para mirarla a la luz. Incluso, ya ves, puede que alguna vez le preguntara yo a mamá que qué era la ruina, es probable y me gusta imaginar que se lo pregunté y que ella buscó la palabra en el texto trayendo el dedo a la línea, como hacía siempre, y quedándose un rato pensativa antes de responder, pero de lo que sí estoy segura es de que cuando me diese la explicación: "pues se refiere a cosas estropeadas por la acción del tiempo", si es que me dijo esto o algo por el estilo, ya estaría notando en el mismo momento cogido el corazón por tantas cosas como en su vida se iban arruinando y pudo volver los ojos a esas grietas de techos y paredes y saberse presidida, como yo ahora, por su lenta invasión. Son como las arrugas de la cara las grietas de una casa, que existen cuando empiezan a importar. Ya de pequeños crujían las maderas del parquet, como que se salían de puro abarquilladas, y andaban los ratones y carcomas toda la noche de tarea, que esta casa se la compró el abuelo Ramón a los marqueses de Allariz a principios de siglo cuando vino de América, que allí se había hecho rico, y entonces ya era vieja; claro que él la arregló a lo grande para quedar por encima del pueblo entero y de los marqueses aquéllos comidos de deudas, de la hija mayor particularmente, la marquesita delicada y altiva que, según decían, llevaba camino de quedarse para vestir santos y ahora se está muriendo en esa alcoba mientras te cuento esto, porque volvió a recuperar su casa, como ves, y secundó con brío las reformas del abuelo Ramón, pero en fin, hay cosas que por mucho que las arreglaran, si viejas eran, viejas seguirían, y, de hecho, el problema de las goteras ha sido una constante en nuestra infancia. Me acuerdo de una grande que estuvo dibujada ahí mucho tiempo encima del piano; Juana, Germán y yo nos pasábamos las horas muertas de un verano que fue particularmente lluvioso viendo cómo mudaba de perfil y cómo se extendía más y más, y decíamos a lo que se iba pareciendo, un juego que también se hace con los dibujos de las nubes a la puesta del sol, pero eso de la gotera lo decíamos medio en secreto y con cierta inquietud, porque la causa venía de una tarde en que habíamos andado por el tejado jugando a juegos bestias y nos producía una emoción peculiar tener la culpa; muchas veces, al ver que se agrandaba, volvimos a subir a inspeccionar el lugar del delito y a tomar un acuerdo, pero en esos intentos de arreglo y solución, al andar por allí se rompían más tejas cada vez, hasta que decidimos ya dejarlo y esperar impertérritos y con cara de santos el interrogatorio de la abuela si acaso se llegaba a producir, y así nos unía mucho la zozobra de mirar la gotera de reojo y luego unos a otros, Genín el del maestro también entró en el ajo de arreglar con nosotros aquel desaguisado, y mirábamos a la abuela con terror cada vez que pasaba; lo que nos hacía más cómplices era sentir rondando aquel castigo suyo que igual podía estallar y ser de los terribles como no producirse porque estuviera distraída dándole vueltas a otra cosa; así había que tomarla, era según le daba, y a nosotros nos excitaba mucho entonces depender de sus imprevisibles decisiones, sin saber que uno mismo se llega a comportar así con los demás, tú de sobra lo sabrás por tu padre, y el ramalazo de tiranía no nos viene de los Sotero, que el abuelo Ramón era de pasta flora, lo mismo que mamá, sino de los marqueses de Allariz; en aquella ocasión tuvimos suerte y no preguntó nada, aunque cuando nos fuimos en septiembre la gotera se había fijado en el perfil de un mamut, que es como la recuerdo, porque al año siguiente ya no estaba, habrían retejado. Así que ya te digo, no es que entonces no se estropeasen cosas ni tampoco que no lo percibiésemos, pero lo percibíamos de una forma distinta, con una especie de delectación. Jugar en recintos nuevos, ¿a qué niño le gusta?; la ruina, al contrario, es libertad mientras no muerde. Lo que te decía antes de las arrugas: un día has empezado a saber que están ahí, que te irán desfigurando poco a poco, pero lo piensas como cuando ves una película de esas en que pasan los años y el protagonista sale cada vez con el pelo un poquito más gris, como si no te estuviera pasando a ti lo piensas, hasta que un día dices: "es que me está pasando, es que me está pasando a mí, a mí"…, y sin embargo, ¿quién puede precisar cuál ha sido ese día ni medir el escalón que lo separa del anterior ni entender por qué antes llorábamos con toda libertad y hasta con desparpajo, arrugando la frente lo mismo que estrujamos un trapo o un papel cuyo estrago no nos atañe?