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2. EL ROSTRO DEL ANTIGUO

Todos esperaban que ese año la escultura de Kiti fuera un retrato de su otro-yo, kTi. También era la intención de Kiti, hasta el momento en que descubrió su arcilla en la ribera y se puso a trabajar, punzándola y aflojándola con su lanza. En la aldea no había joven más amado ni más admirado que kTi; se decía que una de las grandes damas lo elegiría como esposo, ofreciéndole un matrimonio vitalicio, algo extraordinario en alguien tan joven. De suceder, Kiti, siendo el otro-yo de kTi, habría tenido que ser incluido en el matrimonio. A fin de cuentas, dado que él y kTi eran idénticos, no importaba quién de ellos fuera el padre de un hijo.

Pero Kiti sabía que él y kTi no eran idénticos. Sus cuerpos eran iguales, como en cualquier par-natal. Como una cuarta parte de los pares-natales llegaba a la madurez, no era raro que dos jóvenes idénticos se dispusieran a ofrecerse a las damas de la aldea para ser tomados o rechazados como par. Así que por costumbre y cortesía, todos demostraban a Kiti el mismo respeto que demostraban a su otro-yo. Pero todos sabían que era kTi, no Kiti, quien se había ganado su reputación de astucia y fuerza.

No era justo que kTi fuera el único en tener fama de listo. A menudo, cuando los dos volaban juntos, guardando un rebaño, buscando diablos o ahuyentando cuervos de los maizales, era Kiti quien decía «Esa cabra tratará de ir hacia allá» o «Es probable que los diablos usen ese árbol». Y al comienzo de su hazaña más famosa, fue Kiti quien dijo: «Fingiré que estoy herido en esa rama, mientras tú aguardas con tu lanza en ese lugar más alto.» Pero cuando se contaba la historia, parecía que era kTi el que pensaba en todo. ¿Por qué iba la gente a creer lo contrario? Siempre era kTi quien actuaba, y siempre era kTi el que triunfaba con su audacia, mientras Kiti lo seguía para ayudarle, a veces para salvarlo, pero nunca al mando.

Nunca podría explicarle esto a nadie. Sería profundamente vergonzoso que un miembro de un par-natal quitara gloria a su otro-yo. Además, a Kiti le parecía justo. Por buena que hubiera sido una idea de Kiti, siempre se concretaba gracias a la valentía de kTi.

¿Por qué era así? Kiti no era cobarde, a fin de cuentas. ¿No acompañaba siempre a kTi en sus aventuras más audaces? ¿No era Kiti quien aguardaba temblando en una rama, fingiendo estar herido y aterrorizado, oyendo el rumor de una puerta-de-diablos que se abría en el tronco del árbol y el susurro de las patas de diablo que se acercaban por la rama? ¿Nadie comprendía que se requería mayor coraje para quedarse quieto, esperando, confiando en que kTi llegara a tiempo con su lanza? No, la historia que circulaba en la aldea hablaba sólo del atrevido plan de kTi, del triunfo de kTi sobre el diablo.

No debí enfadarme tanto, pensó Kiti. Por eso me arrebataron a mi otro-yo. Por eso, cuando la tormenta nos sorprendió en el descampado, Viento arrancó los pies y los dedos de kTi de la rama, y kTi fue llevado al cielo para volar con los dioses. Kiti no valía la pena, y había permanecido aferrado a la rama hasta que Viento se fue. Era como si Viento le dijera: Envidiabas a tu otro-yo, así que os he separado para mostrarte cuan poco vales sin él.

Por eso Kiti se proponía esculpir el rostro de su otro-yo. Y por eso mismo no pudo hacerlo. Pues para esculpir el rostro de kTi debía esculpir el suyo propio, y su profundo sentimiento de indignidad se lo impedía.

Pero tenía que esculpir algo. De su boca ya brotaba la saliva para humedecer la arcilla, para lamerla y alisarla, para dar una pátina lustrosa a la escultura concluida. Pero resultaría escandaloso no esculpir el rostro de su otro-yo tan poco después de la muerte de kTi. Sería interpretado como falta de afecto natural. Las damas pensarían que no amaba a su hermano, y no querrían su simiente en la familia. Sólo una simple mujer se le ofrecería. Y él, abrumado con la fiebre de la arcilla, aceptaría ese ofrecimiento como un joven ávido, y ella le daría hijos, y a partir de entonces él los miraría todos los años recordando que era padre de hijos tan ruines porque no había logrado esculpir el rostro de su amado kTi.

Yo lo amaba, insistió en silencio. Lo amaba con todo mi corazón. ¿Acaso no lo seguía a todas partes? ¿No le confié mi vida una y otra vez? ¿No lo salvé una y otra vez, cuando su impetuosidad lo ponía en peligro? Yo le dije que regresáramos, que venía una tormenta, tenemos que buscar refugio, qué importa si encontramos la senda-de-diablos en este vuelo o en el próximo, regresemos, regresemos, y él se negaba, me ignoraba como si yo no existiera, como si yo no fuera nada, como si ni siquiera pudiera optar por mi propia supervivencia y menos por la suya.

La arcilla húmeda se hinchaba y resbalaba en sus manos, pero no sólo estaba humedecida por la saliva sino por las lágrimas. Oh Viento, te llevaste a mi otro-yo, y ahora no encuentro su rostro en la arcilla. ¡Dame una forma, oh Viento, si soy digno! ¡Oh Maíz, si debo darte hijas que cuiden tus campos, brinda a mis dedos el conocimiento aunque mi mente sea obtusa! ¡Oh Lluvia, fluye con mi saliva y mis lágrimas e infunde vida a la arcilla que tocan mis manos! ¡Oh Tierra, madre ardiente, da sabiduría a mis huesos, pues algún día te pertenecerán de nuevo! ¡Permíteme traer otros huesos, huesos jóvenes, huesos hijos de tu arcilla, oh Tierra! ¡Déjame poner alas jóvenes en tus manos, oh Viento! ¡Déjame hacer nuevos granos de vida para ti, oh Maíz! ¡Déjame traer nuevos bebedores de agua, nuevos vertedores de lágrimas, nuevos escultores para que los saborees, oh Lluvia!

Pero a pesar de sus súplicas, los dioses no pusieron ninguna forma en sus manos.

Las lágrimas lo enceguecían. ¿Debía desistir? ¿Debía remontarse al cielo de la temporada seca, buscar una aldea lejana donde necesitaran un varón robusto y no regresar nunca a Da’aqebla? ¿O debía sumirse aún más en la desesperación? ¿Debía dejar la arcilla que tenía en las manos y quedarse en la ribera, para que los diablos que observaban vieran que no tenía ninguna escultura dentro de sí? Entonces lo arrastrarían a sus cuevas como a un bebé, y se lo comerían vivo, y en el momento de la agonía vería a la reina de los diablos devorándole el corazón. Así sería su final. Lo arrastrarían al infierno porque no era digno de que Viento lo elevara al cielo kTi tendría entonces todos los honores, y no debería compartirlos con su indigno otro-yo.

Sus dedos trabajaban, aunque él no podía ver lo que modelaban.

Y mientras trabajaban, Kiti dejó de llorar por su fracaso, pues comprendió que había una forma bajo sus manos. Le estaban dando una forma, de una manera de la cual sólo había oído hablar. Cuando niño, jugando a las esculturas con otros niños, había sido siempre el más listo, pero nunca había sentido la intercesión de los dioses en sus manos. Todo lo que modelaba surgía de su mente y sus recuerdos.

Ahora ni siquiera sabía qué era aquello que crecía bajo sus manos. Pero pronto renunció a sus lamentos y temores, y lo vio claro. Era una cabeza. Una cabeza extraña, no de persona ni de diablo ni de ninguna otra criatura conocida. De frente alta y nariz puntiaguda, era lampiña y lisa, y sus fosas nasales se abrían hacia abajo. ¿De qué servía un hocico con esa forma? Los labios eran gruesos y la mandíbula increíblemente fuerte; la barbilla sobresalía como si compitiera con la nariz para conducir a esa criatura hacia el mundo. Las orejas eran redondas y sobresalían en medio de los flancos de la cabeza. ¿Qué clase de criatura estoy esculpiendo? ¿Por qué algo tan feo crece bajo mis manos?

De pronto, la respuesta acudió a su mente. Es un Antiguo.

Le temblaron las alas mientras sus manos, seguras y fuertes, continuaban modelando los detalles del rostro. Un Antiguo. ¿Cómo lo sabía? Nadie había visto a un Antiguo. Sólo aquí y allá, en alguna caverna apartada, se encontraba alguna inexplicable reliquia del tiempo en que dominaban el mundo. En Da’aqebla había sólo tres de tales reliquias, y Da’aqebla era una de las aldeas más antiguas. ¿Cómo atreverse a decir a las damas de la aldea que aquella cabeza grotesca y deforme era de un Antiguo? Se reirían de él. No, les parecería ofensivo que él las considerase tan tontas y crédulas. ¿Cómo podemos juzgar tu escultura si te obstinas en modelar algo que ningún alma viviente ha visto jamás? Habrías hecho mejor dejando que la arcilla fuera una pelota sin forma y diciendo que era la escultura de un guijarro.