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A pesar de las dudas de Kiti, sus manos y dedos trabajaban. Él sabía, sin saber cómo lo sabía, que había vello en el risco óseo que cubría los ojos, que la pelambre de arriba tenía que ser larga, que una depresión centrada bajo la nariz descendía hasta los labios. Y cuando hubo terminado, no supo cómo supo que había terminado. Miró lo que había hecho y quedó pasmado. La cabeza era fea, extraña y excesivamente grande. Pero así tenía que ser.

¿Qué me habéis hecho, oh dioses?

Aún estaba mirando la cabeza del Antiguo cuando las damas descendieron volando a la ribera. En los bordes estaban los hombres cuyas esculturas ya habían sido inspeccionadas. Kiti los conocía a todos, y podía adivinar cómo eran sus obras. Un par de ellos eran esposos, y como su dama estaba casada con ellos de por vida sus esculturas ya no competían con las demás. Algunos eran jóvenes, como Kiti, y ofrecían sus esculturas por primera vez. A juzgar por su expresión abatida, Kiti comprendió que no habían causado la impresión que deseaban. No obstante, la fiebre de la arcilla afectaba a todos los varones, y apenas lo miraban a él o su escultura, pues fijaban los ojos en las damas.

Las damas miraron la escultura en silencio. Algunas se desplazaron para estudiarla desde otro ángulo.

Kiti sabía que la ejecución de su escultura era exquisita, y que sólo el tamaño era ya una osadía. Sentía hervir la fiebre de la arcilla en su interior, y todas las damas le parecían bellas. Veía con espanto la expresión escéptica de las damas, pues ansiaba que lo escogieran.

Al fin se rompió el silencio.

—¿Qué es esto? —susurró alguien. Kiti buscó la voz. Era Upua, una dama que nunca se había casado y que ni siquiera se había apareado durante años. Tenía fama de arrogante y exigente. Era previsible que esa dama lo interrogara frente a todos los demás.

—Creció bajo mis manos —explicó Kiti, sin atreverse a explicar qué era.

—Todos pensaban que honrarías a tu otro-yo —comentó otra dama, alentada por la desdeñosa pregunta de Upua.

La pregunta más difícil. No se atrevía a eludirla. ¿Se atrevería a decir la verdad?

—Era mi propósito, pero también era mi propio rostro, y mi rostro no era digno de ser esculpido en la arcilla.

Eso levantó murmullos. Algunas pensaban que era un motivo estúpido, otras que era un engaño, otras reflexionaron.

Al fin las damas llegaron a una decisión.

—No es para mí.

—Fea.

—Muy extraña.

—Interesante.

Tras hacer su comentario, echaban a volar, ascendiendo en círculos hacia las ramas de los árboles más cercanos. Los hombres, alentados por el total rechazo del talentoso Kiti, se elevaron con ellas.

Sólo Kiti y Upua quedaron en la ribera.

—Yo sé lo que es —dijo Upua. Kiti no se atrevió a responder.

—Es la cabeza de un Antiguo —insistió ella.

Su voz llegó a las damas y los hombres que estaban posados en las ramas. La oyeron, y muchos jadearon o silbaron de asombro.

—Sí, dama Upua —dijo Kiti, avergonzado de que pusieran en evidencia su arrogancia—. Pero me fue dada bajo mis manos. No era mi intención esculpir semejante cosa.

Upua calló largo rato, caminando una y otra vez en torno a la escultura.

—¡El día es corto! —protestó una dama desde los árboles.

Upua la miró sobresaltada.

—Lo lamento —se disculpó—. Quería ver esto y recordarlo, porque los dioses nos han enviado un gran obsequio al permitirnos ver el rostro de los Antiguos.

Algunos se rieron de esto. ¿De veras creía que Kiti podía esculpir algo que nadie había visto?

Upua se volvió hacia Kiti, que estaba tan poseído por la fiebre de la arcilla que ansiaba arrojarse a sus pies para suplicar que le permitiera aparearse con ella.

—Cásate conmigo —dijo Upua. Sin duda Kiti había entendido mal.

—Cásate conmigo —repitió ella—. Sólo quiero hijos tuyos, desde ahora hasta que muera.

—Sí —aceptó él.

Ningún otro hombre había recibido semejante honor en mil años. ¿Que una dama de tanto prestigio le ofreciera matrimonio ante su primera escultura? Muchos de los demás, tanto damas como hombres, se escandalizaron.

—Pamplinas, dama Upua —dijo otra dama—.

Desprestigias la institución del matrimonio al ofrecerte a alguien tan joven, y por una escultura tan ridícula.

—Los dioses le han dado el rostro de un Antiguo. Bajad aquí y estudiad de nuevo esta escultura. Permaneceremos aquí por espacio de dos canciones, para que todos recordemos el rostro de los Antiguos y podamos enseñar a nuestros hijos lo que hemos visto hoy.

Y como era la dama que había ofrecido matrimonio y había sido aceptada, las demás tuvieron que complacerla por espacio de dos canciones. Estudiaron la cabeza del Antiguo, y Kiti y Upua entraron a formar parte de las leyendas de la aldea de Da’aqebla para siempre. También iniciaron su vida conyugal, y Kiti, que habría temblado ante la idea de ser esposo de una dama tan altanera, pronto descubriría que era una esposa tierna y afectuosa, y que ser su atento y protector esposo sólo le traería alegría. A veces echaría de menos a su otro-yo, pero nunca más pensaría que Viento lo había castigado no llevándolo al cielo con kTi.

Ese día, sin embargo, no sabían qué les deparaba el futuro. Sólo sabían que Kiti era el escultor más osado que había vivido jamás, y esa osadía, que le había permitido conquistar a una dama como esposa, lo elevó en la estima de todos. Era en verdad el otro-yo de kTi, y aunque habían perdido a kTi, en Kiti sobrevivían su coraje y su astucia, que con el tiempo se convertirían en fuerza y sabiduría.

Cuando pasaron las dos canciones, cuando la bandada de damas y hombres se elevó para ir hasta el próximo varón, formas oscuras asomaron a la sombra de los árboles. También ellas rodearon la extraña escultura, y al fin la cogieron y se la llevaron, aunque era insólitamente grande y pesada y no la entendían.

3. SECRETOS

Las palabras se le escaparon. Chveya no pensaba contarle a nadie lo que había oído decir a su madre la noche anterior. Lo mantendría en secreto. Aunque fuera un secreto tan tremendo. Su madre pensaba permitir que Dazya creciera y se casara con Rokya durante el viaje. ¿Qué significaba eso? ¿Que Chveya se casaría con Proya? Vaya gracia. Proya tenía que casarse con Dazya, para que los dos chicos más prepotentes pudieran fastidiarse a gusto. ¿Por qué la madre de Chveya quería que Dazya consiguiera al mejor muchacho que no era primo cercano?

Chveya meditaba sobre esto cuando Dazya le gritó por alguna tontería, por abrir una puerta que Dazya quería mantener cerrada, o cerrarla cuando Dazya quería tenerla abierta, y Chveya barbotó:

—Cállate, Dazya. De todos modos crecerás y te casarás con Rokya durante el viaje, así que al menos déjame hacer lo que quiera con las puertas.

Y no fue culpa de Chveya que en aquel momento Rokya entrara por esa puerta con su padre, llevando cestos de pan que debían congelar para el viaje.

—¿De qué hablas? —preguntó Rokya—. Yo no me casaría con ninguna de vosotras.

No fue Rokya quien preocupó a Chveya, sino el padre de Rokya, el menudo Zdorab.

—¿Por qué estás pensando en quién se casará con Padarok? —preguntó Zdorab.

—Es el único que no es primo ni nada —repuso Chveya, sonrojándose.