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—Veya siempre piensa en el matrimonio —dijo Dazya. Y añadió—: Está mal de la cabeza.

—Sólo tienes ocho años —dijo Zdorab, sonriendo—. ¿Por qué crees que habrá bodas durante el viaje?

Chveya cerró la boca y se encogió de hombros. Sabía que había hecho mal en repetir lo que había oído frente a la habitación de su madre. Si no decía nada más, tal vez Zdorab, Rokya y Dazya se olvidaran de ello, y su madre nunca sabría que Chveya era una fisgona y una bocazas.

Elemak escuchó impasible a Zdorab. Mebbekew no estaba tan calmado.

—Debí suponerlo. ¡Piensan robarnos a nuestros hijos!

—Lo dudo —dijo Elemak.

—Tú lo has oído —rezongó Mebbekew—. No creerás que Chveya inventó esa idea de mantener a los niños despiertos para que crezcan durante el viaje, ¿verdad?

—Quiero decir —concretó Elemak— que dudo que Nyef desee mantener despiertos a nuestros hijos.

—¿Por qué no? Tendría diez años para sembrar cizaña contra nosotros.

—Sabe que lo mataría si me hiciera eso —dijo Elemak.

—Y sabe que yo no lo haría —dijo Zdorab—. Imaginaos… decírselo a su hija, pero ante nosotros ni siquiera mencionarlo.

Elemak reflexionó un momento. Ese descuido no sería inaudito en Nafai, pero aun así lo dudaba.

—Tal vez el plan no sea de Nafai. Puede que sea la madre de Chveya. Quizá la vidente todavía añora la influencia que ejercía en Basílica.

—A lo mejor quiere tener una escuela, como su madre —apuntó Mebbekew.

—Pero ¿qué podemos hacer? —preguntó Zdorab—. Él lleva el manto de capitán. Él tiene el índice. Él controla la nave. ¿Qué le impide despertar a nuestros hijos durante el viaje y actuar a su antojo?

—La reserva de alimentos no es ilimitada —dijo Elemak—. No puede despertar a todos.

—Pero piensa en ello —dijo Mebbekew—. ¿Y si despertamos y su hijo Zhatva es un corpulento mozo de diecisiete años? Nyef era alto a esa edad. Y los dos últimos hijos de Padre, Oykib y Yasai. Y tu Padarok, Zdorab. Mientras que nuestros hijos todavía serán pequeños.

Zdorab sonrió vagamente.

—Padarok no será alto.

—Será un hombre. No es un plan estúpido —comentó Mebbekew—. Los habrá adoctrinado durante el viaje, para que vean las cosas a su manera.

Elemak asintió con la cabeza. Ya había pensado en todo eso.

—La pregunta es qué haremos al respecto.

—Permanecer despiertos. Elemak negó con la cabeza.

—Ya ha dicho que la nave no saldrá hasta que todos estén dormidos excepto él.

—¡Entonces no iremos! —dijo Mebbekew—. Que él se vaya a la Tierra. En cuanto se largue, regresaremos con nuestras familias a Basílica.

—Meb, ¿has olvidado que ya no somos ricos? La vida en Basílica sería miserable. Incluso puede que nos encierren en una prisión. O que nos maten sin más.

—Y el viaje resultaría espantoso, con los niños —añadió Zdorab—. Por no mencionar que Shedemei y yo no queremos hacer eso.

—Pues volad con Nafai —dijo Mebbekew—. No me importa lo que hagáis.

Elemak escuchó a Mebbekew con fastidio. ¿Cómo podía ser tan necio? Zdorab había ido a verlos para contarles lo que había dicho Chveya. Zdorab nunca había sido un aliado, pero ahora, cuando veía amenazados a sus hijos, les daba la oportunidad de tenerlo de su lado. Nafai sólo contaría consigo mismo, con Padre y con Issib. En otras palabras, Nyef, el viejo y el tullido.

—Zdorab —dijo Elemak—. Me tomo esto muy en serio. Creo que no tengo otra opción que aparentar que acepto los planes de Nafai. Pero sin duda habrá un modo de entrar en el ordenador de la nave y prepararlo para que nos despierte durante el viaje, en el momento en que Nafai crea que todo le ha salido bien y no se lo espere. Las cámaras de animación suspendida están lejos de los habitáculos de la nave. ¿Qué piensas?

—Creo que es una estupidez —comentó Mebbekew—. ¿Te has olvidado de lo que es el ordenador de la nave?

—¿Es así? —preguntó Elemak a Zdorab—. ¿El ordenador de la nave es idéntico al Alma Suprema?

—Bueno —repuso Zdorab—, pensándolo bien, tal vez no. Instalaron el Alma Suprema después de la llegada de las naves estelares a Armonía. Ahora está copiando una parte de sí en los ordenadores de a bordo, pero no conoce la nave tanto como el hardware que ha ocupado los últimos cuarenta millones de años.

—Hablas del Alma Suprema como si fuera una persona —masculló Mebbekew.

Elemak no apartó la mirada del rostro de Zdorab.

—Bien —dijo Zdorab—. No estoy seguro. Pero no creo que los viajeros originales hayan… en fin, ellos no entregaron sus vidas al Alma Suprema. Fue la siguiente generación, no ellos. Así que es bastante probable que los ordenadores de la nave…

—Y tal vez encuentres un modo de apañártelas —sugirió Elemak.

—Con una orden confusa —dijo Zdorab—. Hay un programa calendario para programar los acontecimientos del viaje. Correcciones de curso y demás. Pero el Alma Suprema estaría chequeando todo eso, supongo.

—Piensa en ello —dijo Elemak—. No es algo que yo sepa hacer bien.

Zdorab se enorgulleció visiblemente, tal como esperaba Elemak. Zdorab, como todos los hombrecitos débiles y estudiosos, se sentía halagado de contar con el respeto de Elemak, un hombre robusto y fuerte, un líder carismático y peligroso. Era fácil conquistarlo. Después de tantos años de ver a Zdorab en el bolsillo de Nafai, era asombrosamente fácil. Se requería paciencia. Esperar. No quemar ninguna nave.

—Cuento contigo —-dijo Elemak—. Pero hagas lo que hagas, no lo comentes. Ni siquiera conmigo. No sabemos lo que el ordenador puede oír.

—Por ejemplo, es probable que haya oído todo cuanto hemos dicho —rezongó Mebbekew.

—Como digo, Zdorab, haz todo lo posible. Tal vez no tenga solución, pero lo que hagas será mejor que lo que podamos hacer Meb o yo.

Zdorab asintió pensativamente.

Es mío, pensó Elemak. Lo tengo. Suceda lo que suceda, Nyef lo ha perdido, y todo porque él y su esposa no supieron cerrar el pico frente a sus hijos. Débil y tonto, así era Nafai. Débil, tonto, inepto para el mando.

Y si hacía algo para perjudicar a los hijos de Elemak, perdería algo más que su posición de liderazgo. Pero sólo era cuestión de tiempo. Quizá después de la muerte de Padre, pero llegaría el día en que Nafai pagaría todos los insultos y humillaciones. Los hombres de honor no perdonan a un enemigo mentiroso, taimado, fisgón y traicionero.

—Vamos a caminar —le dijo Nafai a Luet. Ella sonrió.

—¿No estamos bastante cansados?

—Vamos a caminar —insistió Nafai.

Se alejaron del edificio de mantenimiento donde vivían todos, pisando el suelo duro y plano del campo de aterrizaje. Nafai no se dirigió hacia las naves estelares sino hacia el descampado, donde estarían lejos de todos los demás.

—Luet.

—Vaya. Parece que estamos trastornados por algo.

—No sé si lo estamos, pero te aseguro que yo lo estoy.

—¿Qué he hecho?

—No sé si has hecho algo —dijo Nafai—. Pero Zdorab insertó una alarma en el calendario de la nave.

—¿Por qué haría eso?

—La fijó para mediada la travesía. Para despertarlo a él. Y a Shedemei. Y a Elemak.

—¿Elemak?

—¿Por qué Zdorab haría eso? —preguntó Nafai.

—No tengo ni idea —dijo Luet.

—Bien, piensa en ello un momento. ¿Se te ocurre algo que puedas saber y te permita deducirlo? Luet se estaba impacientando.

—¿Qué es esto, Nafai? Si sabes algo, si quieres acusarme de algo, entonces…

—Pero yo no sé nada —dijo Nafai—. El Alma Suprema me indicó cómo encontrar la modificación de Zdorab. Le pregunté por qué estaba allí, y dijo que te lo preguntara a ti.