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—La verdadera complicación —dijo Hushidh— es que Eiadh es quizá la más leal a Nafai, y ella querrá llevar consigo a tantos hijos y nietos como pueda.

—¿Cuántos de ellos vendrían? —preguntó Nafai.

—La mayoría. La mayoría de los hijos de Elemak te seguirían, aunque no Protchnu y Nadya ni sus hijos. Pero Elemak no tolerará que te lleves a ninguno, ni siquiera a Eiadh. Nos seguiría a todas partes. No podemos llevarla si ansiamos la paz.

Volemak escuchó esta discusión, y luego tomó su decisión.

—Llevaréis a todos los auténtica y profundamente leales a Nafai, si quieren ir. Tenéis que confiar en la ayuda del Guardián de la Tierra.

Si alguno pensó que para Volemak era fácil decidir semejante cosa, pues estaría muerto cuando estallara la guerra, nadie osó decirlo.

Al debilitarse su salud, Volemak comenzó a llamar a los suyos uno por uno. Sólo para una conversación, decía, pero todos salían conmocionados por la experiencia. Volemak les decía con brutal franqueza lo que pensaba de ellos. Sí, sus palabras podían herir, pero cuando ensalzaba virtudes, talentos y logros, sus palabras eran como oro. Algunos recordaban principalmente las críticas y otros las alabanzas, pero todas estas conversaciones se grababan y más tarde Nafai u Oykib consignaban las palabras en las hojas doradas del libro. Un día, cuando quisieran recordar lo que había dicho Volemak, las palabras estarían allí.

Era evidente que Volemak se estaba despidiendo. Y cuando cayó enfermo, este proceso se aceleró.

Se reunió con pTo y Poto, quienes descendieron del desfiladero porque Volemak no habría soportado el esfuerzo de viajar una vez más a su aldea, ni siquiera en la lanzadera.

—Lucharemos a muerte por Nafai —declararon.

—No quiero vuestra muerte, y sólo debéis luchar si os obligan. La verdadera pregunta, amigos míos, es si todo vuestro pueblo seguirá a Nafai a otra tierra, para comenzar de nuevo, para fundar una nueva colonia.

—Preferimos derrotar a los cavadores —respondió pTo—. Preferimos luchar como hombres. Nafai nos ha enseñado a pelear con nuevas armas. Podemos abatir panteras, podemos matarlas desde el aire, y ellas no pueden tocarnos.

—Los cavadores son más inteligentes que las panteras —dijo Volemak.

—Pero los ángeles son más inteligentes que los cavadores —dijo Poto.

—No me comprendéis. Si digo que los cavadores son más inteligentes que las panteras es porque eso significa que sus vidas son más preciosas. No debéis enorgulleceros de poder matarlos, porque son hombres; no animales.

Avergonzados, pTo y Poto guardaron silencio.

—¿Vuestro pueblo seguirá a Nafai a las montañas más altas?

—Puedo decirte con confianza, Padre Volemak —dijo pTo—, que no sólo nuestro pueblo seguirá a Nafai a la luna o a las profundidades del infierno, sino que le suplicará que sea su rey y lo gobierne, porque si él es nuestro monarca sabremos que estamos a salvo.

—¿Y si Nafai no tuviera el manto de capitán?

—preguntó Volemak.

Ambos se miraron un instante. Al fin Poto recordó.

—¿Te refieres a esa cosa que le permite brillar como una luciérnaga?

—Eso no significa nada para nosotros —le dijo pTo—. No queremos que nos guíe porque posea poderes mágicos, Padre Volemak. Queremos que nos guíe porque él, Luet, Issib y Hushidh son las personas mejores y más sabias que conocemos, y nos aman, y los amamos.

Volemak asintió.

—Entonces seréis mis hijos por siempre, aun después de mi muerte.

Regresaron a su aldea y dijeron a su pueblo que se preparase para partir. Reunieron sus pertenencias y decidieron qué llevar y qué dejar. Empaquetaron sus semillas y los brotes de las plantas que no crecían de la semilla. Juntaron los alimentos que necesitarían para el viaje, para sobrevivir hasta que sus nuevos campos estuviesen en sazón. Y comenzaron a trasladar a sus hijos a un día de vuelo valle arriba y allende las montañas próximas, para que ya estuvieran fuera del alcance de los cavadores si la fuga comenzaba precipitadamente.

—¿Cuánto tiempo vivirá Padre Volemak? —les preguntaban todos.

¿Cómo podían responderles?

—No mucho tiempo —repetían una y otra vez.

Al fin se dijeron todos los adioses, se dieron todas las bendiciones, se expresaron todas las esperanzas y recuerdos y afectos, y Volemak aún vivía. Rasa fue a ver a Shedemei y le dijo:

—Volya y Nyef quieren verte, Shedya. Por favor, ven pronto. —Le sonrió a Zdorab—. Esta vez a solas, por favor.

Zdorab asintió.

Shedemei siguió a la anciana hasta la casa donde yacía Volemak, los ojos cerrados, el pecho inmóvil.

—¿Ha…? —preguntó Shedemei.

—Todavía no —respondió Volemak con voz queda.

Nafai estaba sentado en un rincón. Rasa se marchó, pidiéndoles que se dieran prisa. Comprendieron que no quería estar fuera cuando falleciera su esposo.

—Nafai —susurró Volemak—, entrégale el manto de capitán.

—¿Qué? —dijo Shedemei.

—Shedemei —dijo Volemak—, acepta el manto. Aprende a usarlo. Lleva la nave al cielo, allí donde ningún hombre pueda tocarla ni usarla. Vive largo tiempo. El manto te sostendrá. Cuida de la Tierra.

—Ésa es tarea del Guardián, no mía —dijo Shedemei, pero no ponía el corazón en sus protestas. ¡Volemak quiere que tenga el manto, que tenga la nave. Volemak quiere que tenga el único laboratorio del mundo, y tiempo suficiente para usarlo!

—El Guardián de la Tierra se alegrará de recibir ayuda —dijo Volemak—. Si él pudiera realizar su tarea a solas, no nos habría traído aquí.

Nafai se levantó, quitándose el manto.

—Pasará de mi carne a la tuya —dijo—. Si estás dispuesta a recibirlo. Y yo estoy dispuesto a entregarlo.

—¿De veras?—preguntó Shedemei.

—Cuida este mundo como si fuera tu jardín —le dijo Nafai—. Y cuida de mi gente mientras duermo.

Volemak murió aquella noche, sólo acompañado por Rasa. Al amanecer la noticia había llegado a la cámara más recóndita de la ciudad de los cavadores y al nido más alto de los ángeles. La pesadumbre fue inmediata y sincera entre los ángeles, y entre todos los cavadores que no ansiaban la guerra. Sabían que la paz había terminado, y que no habían amado y honrado al hombre Volemak porque poseyera la autoridad, sino por su modo de usarla.

A requerimiento de Rasa, no incineraron el cuerpo, sino que lo sepultaron siguiendo las costumbres de los cavadores.

La prueba de fuerza llegó sólo dos días después. Nafai se disponía a regresar a la aldea de los ángeles, donde Luet lo esperaba. Elemak, flanqueado por Meb y Protchnu, y seguido por una docena de cavadores, interceptó a Nafai en el linde del bosque.

—Por favor no vayas —pidió Elemak.

—Luet me espera —respondió Nafai—. ¿Hay algún asunto urgente?

—Te agradecería que no fueras —dijo Elemak—. Enviaré un mensaje a Luet pidiéndole que venga. Preferiría que ahora vivieras en esta aldea. Las reses del cielo ya no te necesitan.

Las palabras y los modales eran corteses, de tal modo que si Nafai se resistía él parecería el agresor, no Elemak. Pero el mensaje era inequívoco. Elemak tomaba el poder, y Nafai era su prisionero.

—Me alegra saberlo —dijo Nafai—. Creí que todavía me quedaba mucho por hacer entre ellos, pero parece que puedo jubilarme.

—Oh no, aún hay mucho que hacer aquí —dijo Elemak—. Hay que desbrozar campos, cavar túneles. Mucho trabajo. Y tus espaldas todavía son fuertes, Nafai. Creo que todavía podrás trabajar mucho tiempo.

Lo llevaron a casa de Volemak.

Rasa vio de inmediato lo que sucedía, y no se lo tomó con calma.