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—Siempre has sido una víbora, Elemak, pero creía que ya habías aprendido que nada logras con encarcelar a Nafai.

—Nafai no es mi prisionero. Es sólo otro ciudadano que cumple con su deber en esta comunidad.

—¿Qué? ¿Debo tener la cortesía de fingir que me creo tus mentiras? —preguntó Rasa.

—Rasa —dijo Elemak—, Nafai es mi hermano, pero tú no eres mi madre.

—Lo cual agradezco al Alma Suprema, no lo dudes.

Nafai rompió su silencio.

—Madre, por favor. Conserva la calma. Elemak cree gobernar aquí, pero este mundo pertenece al Guardián, no a él ni a ningún hombre. Él no tiene poder aquí.

En otro tiempo, Elemak habría montado en cólera ante aquellas palabras, habría despotricado y amenazado. Pero había cambiado. Era un hombre templado, un hombre disciplinado poseedor de una sabiduría serena e implacable. No dijo nada, y dejó que Nafai entrara en casa de su padre. Dos soldados cavadores se quedaron montando guardia en la puerta.

Rasa fue a la nave a ver a Shedemei.

—Creo que Elemak no sabe que ahora tienes el manto, Shedemei. Podrías usarlo para detenerlo, para derrotarlo.

Shedemei sacudió la cabeza.

—No sé usarlo bien todavía. Estoy aprendiendo. Este manto es una pesada carga. No sé cómo Nafai pudo soportarla.

—¿no ves que está indefenso? Elemak lo matará, tal vez esta noche. No permitirá que Nafai viva hasta el amanecer.

—Lo sé —dijo Shedemei—. He recibido un mensaje de Issib, a través del índice. Ahora que llevo el manto lo oigo directamente. Dice que Luet tuvo anoche un sueño verdadero. En el sueño vio a todos los soldados cavadores dormidos, y a todos los que siguen a Elemak. Dormidos mientras tú, Nafai y todos los hombres, mujeres y niños leales viajaban montaña arriba hasta una nueva tierra.

—¿Y qué significa eso?

—Al parecer era un sueño verdadero. Eso creen Luet e Issib, y eso dice el Alma Suprema. El Alma Suprema tiene poder suficiente para dormir a los humanos. Pero como el sueño ha venido del Guardián, debemos confiar en que también él tenga poder para dormir a la gente. —Shedemei desvió los ojos—. No estoy familiarizada con estas cosas, yo no tenía visiones. Una vez soñé con un jardín, nada más.

Zdorab estaba sentado en un rincón.

—No quiere llevarme con ella —rezongó—. Insiste en que me vaya con Nafai y le ayude a fundar otra maldita colonia.

—No tienes por qué hacerlo —dijo Shedemei.

—Eso, o quedarme con Elemak… ¿crees que tengo demasiadas opciones? Razona con ella, Rasa. Yo soy un bibliotecario.

—Sólo hago lo que aconsejó el Alma Suprema —dijo Shedemei—. Y el Alma Suprema dice que necesitaréis a Zdorab.

—¿Y qué hay de lo que quiero yo? —preguntó Zdorab—. Rasa, ¿no he respetado el juramento que hice a Nafai todos estos años? ¿No lo he apoyado?

—Tal vez ahora tengas la oportunidad de saldar tu deuda con él por haberte perdonado el error que cometiste durante la travesía.

Zdorab miró hacia otro lado.

—¿No puedes llevártelo? —preguntó Rasa.

—Quiero hacerlo —susurró Shedemei—, pero el Alma Suprema dice que por ahora no lo haga.

—Entonces díselo. Dile que es temporal —dijo Rasa—. Él cree que es para siempre.

Desde el rincón Zdorab habló de nuevo, y estaba sollozando.

—¿No sabes que te amo, Shedemei? ¿No sabes que no quiero vivir sin ti?

Las lágrimas también humedecieron las mejillas de Shedemei.

—Nunca creí que él… —susurró.

—¿Te amaría? —preguntó Rasa—. Tú nunca crees que alguien pueda amarte, pero te amamos. Déjale ir contigo, Shedemei. El Alma Suprema no sabe nada. Es sólo un ordenador.

Shedemei asintió gravemente, sabiendo perfectamente que Rasa no había creído ni por un instante que el Alma Suprema fuera una simple máquina.

—Zdorab —llamó Shedemei—, ¿usarás la lanzadera para llevar a Rasa y los bártulos más pesados montaña arriba? ¿Y luego para trasladar a Issib y su silla, y de nuevo a Rasa, hasta el nuevo lugar donde los nafari fundarán su colonia?

—Lo haré —dijo Zdorab.

—Y luego, cuando Nafai te diga que ya no necesita la lanzadera, ¿tendrás la amabilidad de traerla a la nave, para que podamos ponerla en órbita?

Zdorab sonrió, la abrazó.

—Sabes que el manto me mantendrá con vida por más tiempo del que es natural —le advirtió Shedemei—. Y me propongo hibernar mucho, así tendré tiempo para estudiar muchas generaciones y reunir gran cantidad de datos.

—No me importa morir antes que tú —dijo Zdorab—. Más aún, prefiero que sea así.

—Deberemos trabajar sin pausa —dijo Shedemei.

—Entonces necesitarás un secretario y bibliotecario.

—Y la paga no es mucha.

—Me doy por pagado —respondió Zdorab.

Cuando anocheció, los cavadores que montaban guardia en la puerta de Volemak se durmieron. Nafai salió sin perder tiempo, y comenzó a ir de puerta en puerta, llamando con murmullos a sus seguidores leales y reuniéndolos en el linde del bosque. No iban en silencio, a pesar de sus esfuerzos, porque no había modo de acallar a los niños, que parloteaban, lloraban o se quejaban. Pero nadie dio la alarma.

Chveya iba junto a Nafai, observando los vínculos que aún lo unían con la gente que dejaba atrás.

—Si duermen —dijo Chveya—, ¿no significa que el Alma Suprema no quiere que vayan contigo?

—Esta vez no importa lo que quiera el Alma Suprema —dijo Nafai—. Llevaré a todos los que deseen unirse a mí.

Chveya asintió.

—Pues entonces debo decirte que todavía estás unido a Eiadh y a tres de sus hijos.

—Pero no necesito hablarle —dijo Nafai— ¿Ves? Ahí viene.

Y era verdad. La acompañaban los jóvenes Yistina y Peremenya y la joven Zhivoya, la que habían secuestrado hacía veinte años. Yistina y Peremenya llevaban consigo a sus esposas, pero Muzhestvo, esposo de Zhivoya, no había acudido.

—Está dormido, y no puedo despertarlo —explicó ella con lágrimas en los ojos.

—Puedes quedarte con él —dijo Nafai—. Nadie te culpará por ello.

Ella negó con la cabeza.

—Sé qué clase de hombre es. No lo sabía cuando me casé con él, pero ahora sí. Es uno de ellos. En el fondo de su corazón, desde lo profundo de su alma, es uno de ellos. —Se apoyó las manos en el vientre—. Pero el niño es mío.

Eiadh tocó el brazo de Nafai.

—No tienes que llevarnos contigo, Nafai. Sé que eso te pone en peligro. Él nunca nos perdonará por esto. Creerá que tú y yo…

—Creerá que tú y yo hemos hecho lo mismo que él y Kokor, él y Sevet y quizás él y Dol —respondió Nafai—. Pero tú y yo sabemos que no es así, y que nunca lo será.

Eiadh sonrió vagamente ante aquellas amables palabras que, sin embargo, dejaban claro sin lugar a dudas que ella iría en calidad de ciudadana y no de amante.

—Pues entonces ya estamos todos aquí —dijo Chveya.

—No —replicó Nafai—, debo invitar a mis hermanas.

—Se acuestan con él, Padre —protestó Chveya—. Aparte de que no son las personas más de fiar del mundo.

—¿Sólo llevaremos a los fuertes y virtuosos? Sus esposos han muerto y, como bien dices, no son dechados de moralidad. Pero son mis hermanas.

Nafai regresó a la aldea.

Era un pueblo fantasma: puertas abiertas, casas abandonadas, gente profundamente dormida. Pero cuando Nafai llegó a casa de Sevet, ella estaba en la puerta, con aspecto somnoliento y sorprendido.

—He tenido un sueño —dijo cuando Nafai se le acercó—. Ni siquiera recuerdo cuál, pero me he levantado por su causa, y aquí estás.

—Nos vamos —explicó Nafai—. Antes de que Elemak tenga la oportunidad de matarme, todos los que preferimos no vivir bajo su dominio nos marchamos. Llevaremos con nosotros a los ángeles, e iremos a un lugar nuevo y lejano.