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—En efecto —convino Mebbekew.

—Ni yo mismo me lo perdonaría —continuó Nafai—. Así que el problema está resuelto. Zdorab repasará el calendario mañana, y él y todos los interesados podrán mirarlo de nuevo antes del lanzamiento.

—Muy amable de tu parte —le dijo Elemak—. Creo que todos dormiremos más tranquilos sabiendo que nadie trama nada a nuestras espaldas. Gracias por ser tan franco y abierto con nosotros.

—No —dijo Volemak—. No podéis triunfar en una rebelión contra el Alma Suprema. Nadie puede. Ni siquiera tú, Nafai.

—Tú y Nafai podéis hablar de ello más tarde, Padre —dijo Elemak—. Pero Edhya y yo nos iremos a acostar.

Se levantó de la mesa, rodeó a su esposa con el brazo y se marchó de la sala. La mayoría del resto lo siguió: Kokor y su esposo Obring, Sevet y su esposo Vas, Meb y su esposa Dolya. Mientras salían, Hushidh e Issib se quedaron para hablar con Nafai y Luet.

—Excelente idea la de reunir a todos de esta manera —dijo Hushidh—. Muy persuasivo. Elemak no creerá en nada de lo que hagas, así que sólo lo has convencido de que te traes algo entre manos.

—Gracias por el análisis instantáneo —dijo Luet de mala manera.

—Te comprendo —intervino Nafai—. No espero que Elemak crea literalmente nada de lo que digo.

—Sólo quería que supieras —dijo Hushidh— que la barrera que te separa de Elemak es más fuerte y profunda que cualquier vínculo que haya aquí entre dos personas. En cierto modo, es también un vínculo. Pero si pensabas que con esta pequeña escena ibas a conquistarlo, has fallado.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó Luet—. ¿Te ha conquistado?

Hushidh sonrió vagamente.

—Todavía te veo separada de todos los demás excepto de tu esposo y tus hijos, Luet. Cuando eso cambie, empezaré a creer en las promesas de tu esposo.

Se levantó y se marchó. Issib sonrió tímidamente y la siguió. Zdorab y Shedemei se quedaron.

—Nafai —dijo Zdorab—, deseo pedirte disculpas. Debí suponer que tú no…

—Comprendo —dijo Nafai—. Pensaste que tramábamos algo a tus espaldas. Yo habría hecho lo mismo, de haberlo creído así.

—No —dijo Zdorab—, debí hablar a solas contigo. Debí averiguar qué sucedía.

—Zdorab, nunca haría nada a tus hijos sin tu consentimiento.

—Y yo nunca daría ese consentimiento. Tenemos menos hijos que nadie. Sólo de pensar que podrían privarnos de su infancia…

—No sucederá. No quiero quitarte a tus hijos. Quiero que el viaje pase rápida y tranquilamente para que podamos fundar nuestra nueva colonia en la Tierra. Nada más. Lamento haberte preocupado.

Zdorab sonrió. Shedemei, en cambio, miró de soslayo a Nafai y Luet.

—Yo no pedí venir a este viaje.

—No podríamos tener éxito sin ti —dijo Nafai.

—Pero hay una pregunta —dijo Luet.

—No, Lutya —le dijo Nafai—. ¿Acaso no hemos…?

—¡Es algo que debemos saber! —insistió Luet—. De un modo u otro. Para ti debe ser evidente Shedya, que tus dos hijos son los únicos que no se enfrentarán a problemas de consanguinidad.

—Obviamente —dijo Shedemei.

—Pero ¿qué hay de los demás? ¿No es peligroso para todos nosotros?

—No creo que represente un problema —dijo Shedemei.

—¿Por qué no? —preguntó Luet.

—El matrimonio entre primos sólo resulta desaconsejable cuando existe un gen recesivo que causa problemas. Cuando los primos se casan, sus hijos pueden recibir el gen recesivo por ambas partes, y por lo tanto se manifiesta. Retraso mental. Deformidad física. Una enfermedad crónica. Esas cosas.

—¿Y eso no es un problema?

—¿No has prestado atención? ¿No aprendiste nada en Basílica? Durante años el Alma Suprema ha oficiado de criadora. En el caso de tus padres, Luet, logró llevarlos del uno al otro confín para que se unieran. El Alma Suprema se ha cerciorado de que vuestras moléculas genéticas estén limpias. No tenéis genes recesivos que puedan causar daño.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque si los tuvierais, ya se habrían manifestado. ¿No lo entiendes? El Alma Suprema ha estado casando primos durante años para obtener personas sensibles a su influencia. Los idiotas o deformes ya habrían aparecido y habrían sido descartados.

—No todos —señaló Rasa. Todos supieron al instante que pensaba en Issib, el hermano mayor de Nafai. Sus músculos de mayor tamaño eran incontrolables desde el nacimiento, y nunca había podido caminar ni moverse sin ayuda de flotadores magnéticos o una silla volante.

—No —repuso Shedemei—. Claro que no.

—Conque si mis hijos, por ejemplo, se casaran con los hijos de Hushidh… —dijo Luet, sin terminar la frase.

—Hushidh ya me lo preguntó hace años —dijo Shedemei—. Creí que te lo habría contado.

—Pues no lo hizo.

—El problema de Issib no es genético. Se debe a un traumatismo prenatal. —Shedemei miró a Rasa—. Supongo que la tía Rasa no sabía que estaba encinta cuando sucedió.

Rasa sacudió la cabeza.

Nadie le preguntó qué le había hecho involuntariamente a Issib cuando lo llevaba en el vientre.

—Los genes de vuestros hijos no lo heredarán —dijo Shedemei—. Podéis casarlos a gusto. Si eso significa que dejaréis en paz a los míos, estaré muy agradecida.

—¡No planeábamos nada! —exclamó Luet, ofendida.

—Creo que Nafai no planeaba nada —dijo Shedemei—, porque habló con nosotros de inmediato.

—¡Yo tampoco pensaba hacer nada! —insistió Luet.

—Yo creo que sí. Y creo que todavía te propones hacer algo.

Dio media vuelta y se marchó, y Zdorab la siguió nerviosamente.

En el corredor, Zdorab encontró a Elemak esperando. Mientras Shedemei seguía su camino, Zdorab y Elemak se pusieron a conversar.

—Veo que has sido muy discreto —dijo Elemak.

Zdorab lo miró y sonrió.

—He sido realmente torpe, ¿verdad? El Alma Suprema encontró mi señal de alarma de inmediato.

Le guiñó el ojo y apuró el paso, alejándose de Elemak. Elemak caminó despacio, pensando. Al fin sonrió ligeramente y tomó el corredor que conducía a los aposentos de su familia.

En la cocina, sólo Volemak y Rasa permanecieron con Nafai y Luet.

—Eres un necio —dijo Volemak—. Debes hacer lo que ordena el Alma Suprema.

—El Alma Suprema —dijo Luet— ordena que nos resignemos a que nuestra colonia quede dividida para siempre en dos facciones inconciliables, y que actuemos de tal modo que esa división se ahonde tanto que durará varias generaciones.

—Entonces hazlo —dijo Volemak.

—Esta discusión no tiene sentido —dijo Nafai—. ¿No lo crees así, Madre? Rasa suspiró.

—Hay cosas que ninguna persona decente puede hacer —dijo—. Ni siquiera por el Alma Suprema.

—Hay cuestiones más importantes —dijo Volemak.

—Tengo estos tres últimos hijos —dijo Rasa—. Oykib, Yasai y mi preciosa pequeña. Odiaría para siempre a cualquiera que me los arrebatara. Aun a vosotros. —Miró a Nafai y Luet—. O a ti. —Miró a su esposo, se levantó y salió de la sala.

Volemak suspiró y se levantó.

—Veréis —dijo—. No podréis engañar al Alma Suprema.

—En algún momento el Alma Suprema debe tener en cuenta nuestros sentimientos —declaró Nafai.

Pero Volemak no se quedó para oír el final de la frase.

Luet rodeó a Nafai con los brazos y lo estrechó.

—Te lo habría contado antes, pero temía que hicieras cualquier cosa que te dijera el Alma Suprema.

—Parece que el Alma Suprema me conoce mejor que tú. Por eso no me lo contó.

—Ven a la cama, esposo.